25.8.21

Lo peor es que parece posible

La semana pasada no publiqué nada porque, sencillamente, no tenía ganas de escribir. Quería imponerme una rutina pero, a quién quiero engañar, cuando no me apetece redacto de forma aún más incoherente y, de todos modos, nadie está esperando para leerme. Para compensar, hoy voy a intentar comentar dos lecturas: Oryx y Crake (el enlace no se corresponde a la edición que yo tengo, que es de Byblos, de 2005 y está descatalogada) y El año del diluvio (que comparte título con un libro de Eduardo Mendoza, autor que me encanta), ambos de Margaret Atwood y pertenecientes a la trilogía MaddAddam.

Voy a confesar que ya leí Oryx y Crake, hace muchos años, y no debió impresionarme demasiado porque no recordaba nada en absoluto. Decidí releerlo antes de abordar la segunda parte de la trilogía para ponerme en situación y ahora me alegro de ello. No puedo decir que sean dos novelas paralelas, porque se intersecan varias veces para converger en su final: los protagonistas de una son personajes secundarios en la otra. Para ser sincera, Oryx y Crake es fabulosa en su planteamiento, pero me pareció demasiado lenta, en tanto que El año del diluvio da vida a su predecesora, porque es mucho más fácil acomodarse en ese mundo futuro cuando ya te resulta familiar.

En primer lugar conocemos a Hombre de las Nieves, que sobrevive a duras penas en un mundo donde parece ser el único ser humano. Los "crakers", aunque de apariencia humana, son seres creados genéticamente para eliminar todo aquello que ha creado conflicto. Por ejemplo, no conocen el amor. Cuando una hembra está en celo, se aparea con aquellos que lo requieran. No hay luchas, no hay celos, no hay crímenes pasionales. No parecen tener capacidad para pensar en abstracto, no tienen vello corporal, pueden curar lesiones y enfermedades menores a base de ronroneos y exudan un olor a cítricos que los protege de las picaduras de los insectos. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? Muy lentamente, paso a paso, Jimmy, a quien ahora conocen como Hombre de las Nieves, nos lo va a contar. Ese relato es doloroso por lo creíble.

La sociedad previa a la caída (al "Diluvio Seco") es un híbrido entre la actual y el cyberpunk. El mundo está en manos de las corporaciones, que aglutina a los grandes cerebros y a los trabajadores cualificados para generar necesidades que puedan satisfacer. El resto del mundo vive fuera de los complejos, en las plebillas, donde se puede acudir en busca de placeres prohibidos. Las especies se han extinguido, la materia prima escasea cuando no se ha agotado, la ingeniería genética y la medicina buscan ofrecer a sus clientes algo cada vez más parecido a la inmortalidad y si no estás dotado para las matemáticas sabes que estás abocado al fracaso. Jimmy vive en un complejo de una gran corporación, en el que se crían cerdos que pueden producir órganos específicos para los clientes que se lo puedan pagar (los cerdones) y mascotas como los mofaches. Su madre, también científica, no trabaja, pero no se puede decir que esté volcada en el cuidado de su hijo. Desde el primer momento Jimmy va arrastrando unas carencias emocionales tremendas. Un niño que no se siente especialmente querido va creciendo sin ser capaz de establecer lazos duraderos con nadie, en una lucha constante por caer bien, por ser aceptado. El único que parece estar ahí para tenderle una mano y para rescatarlo es su amigo Glenn, cuyo nick en un juego es Crake, pero es un chaval raro, introvertido, demasiado inteligente, que rápidamente es captado por una corporación.

El escenario es terrible. Hay sectas ecologistas, los trabajadores protestan cuando las corporaciones buscan y hallan la forma de sustituirlos, la degradación del medio ambiente es ya irreversible, las fuerzas del orden también están en manos privadas y por tanto es peligroso ir contra los intereses de la industria. Surge el terrorismo ecológico, se introducen organismos nuevos con fines diversos. A lo largo de la novela, en tanto Jimmy va dando bandazos sin encontrar su lugar, la situación va empeorando. Hasta que llega la epidemia y por tanto el fin de la humanidad. Es muy tentador dar detalles, pero no quiero estropearle la diversión a nadie. 

En Oryx y Crake hay una historia de amor extraña y enferma. Un triángulo amoroso en el que uno de sus vértices se da a todo el mundo porque no concibe que nadie haya de sufrir, otro retorcido que parece ser inmune a los sentimientos y otro que se debate entre la traición al amigo y su propia pasión. La forma de resolver la situación es muy impactante, porque es prácticamente el detonante del fin del mundo.

He comentado que se me hizo una lectura bastante pesada. El vacío existencial de Jimmy no me interesaba lo más mínimo, sentía la necesidad de saber qué había pasado y por qué. Me desesperaba con las historias sobre el pollo sintético, las guerras del café (en la edición de Salamandra es Cafeliz, en la de Byblos que yo he leído la cadena cafetera es Happycuppa) y otras situaciones que me parecían digresiones, pero que al final son los escalones que conforman el descenso a los infiernos. Cuando leí El año del diluvio ya tenía las referencias necesarias para comprender la historia y el mundo en que me movía.

Jimmy, ahora Hombre de las Nieves, parece el único superviviente junto con esos humanos modificados, los crakers, de un virus sin posibilidad de cura ni contención. Sin embargo, al comenzar El año del diluvio comprendemos que no. Hay personas que por diversas circunstancias estaban aisladas en el momento de mayor impacto de la epidemia y han conseguido seguir adelante. La historia se centra en dos de ellas, Toby y Ren, que se van alternando en contar el devenir de sus vidas y cómo continúan tras el desastre. Entre los relatos de una y otra se introducen textos de los Jardineros de Dios, una secta ecologista de la que habrá de escindirse MaddAddam (en la traducción de Byblos que yo tenía era el Loco Adán), arengas sobre los derechos de los animales, sobre el amor por las plantas, la necesidad del autoabastecimiento para sobrevivir al Diluvio Seco que habrá de mostrar a los humanos que no están por encima de todo lo que los rodea. Después de cada sermón, un canto.

El año del diluvio me resultó mucho más fácil de leer. Ren es oriunda de un complejo y de hecho vuelve a él, pero tanto ella como Toby deben buscarse la vida en las plebillas, al margen de las corporaciones, temerosas de la seguridad privada y los aspectos más salvajes de la sociedad. Ya estamos en un mundo conocido (soy esa clase de persona que necesita cierto control, así que estar en antecedentes me ayudó mucho a relajarme y disfrutar de la lectura), hasta tal punto que conoceremos otra versión de episodios que Jimmy ya había contado, de modo que Atwood puede recrearse en otros aspectos de su creación. Las instalaciones penitenciarias, el funcionamiento de la secta ecologista, cómo se escindió su ala más violenta, el destino de personas cuyo nombre y existencia conocimos gracias a Jimmy. Como ya apunté, los que fueran secundarios en la primera novela son ahora los protagonistas. No me voy a extender demasiado, porque el escenario es común, pero la narración me ha parecido mucho más dinámica: la autora ya no necesita explicarnos las circunstancias y puede centrarse en los personajes.

Soy consciente de que no transmito demasiado entusiasmo, pero me aterró esa evolución del capitalismo salvaje mucho más que la posibilidad de un virus de diseño que nos mate a todos, de modo tengo muchísimas ganas de leer la tercera entrega. Las dos primeras novelas convergen en sus finales, así que es de esperar que ahora todos los personajes evolucionen juntos y tengo ganas de saber qué posibilidades se abren ante ellos. Ha sido una experiencia intensa.

14.8.21

No he leído Ilión, de Dan Simmons

Acabo de leer Diez falacias y clichés sobre la narrativa, artículo de la Jotdown Magazine, y hay cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que discrepo profundamente. Confieso que, aunque la trato poco porque llevamos vidas muy dispares y probablemente ella no me considere de la misma manera, me gusta llamar amiga a María José Barrios y he asistido a alguno de sus cursos en Casa tomada. De esas reuniones salía con la profunda convicción de que jamás llegaré a escribir (literatura, se entiende), porque si debía doblegar mi narración a ciertas normas y, sobre todo, a las expectativas del lector, se me acababa la escritura como vía de escape. Para un lugar en el que tengo absoluta libertad, me cortaban las alas. Paso de estar supeditada a la aprobación del lector y por eso me quedo aquí, que este es mi blog y me lo follo cuando quiero. Convengamos, por tanto, que estoy bastante a favor de las tesis libertarias de aquel artículo, pero me cuesta mucho más aceptar el párrafo dedicado a la originalidad. No sé si es que ya tengo muchos años a mis espaldas y muchas páginas tras mis ojos, pero son demasiadas las lecturas en las que no puedo evitar pensar "Ains, esto lo he leído aquí, allá, acullá, más allá...". Y es que ya lo dijo Borges (y yo lo voy a mencionar muy a menudo en este blog, ya lo hice al hablar de Walter Burkert), "Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.", así que imagino que es inevitable que cualquier novela traiga reminiscencias de lecturas previas o de mitos primordiales.

Unamos a todo lo anterior que soy muy cuadriculada. Adoro la mitología grecolatina y soy consciente de que la transmisión de esas historias era oral: las versiones que han llegado hasta nosotros son las composiciones de poetas y autores de tragedias (¿cómo puede existir el término comediógrafo y no tragediógrafo?). Me consta que el  más famoso destino de Ariadna es unirse a Dioniso, pero no hay que  buscar mucho hasta encontrar cinco muertes diferentes para ella. De manera similar, Procris puede lograr sus dones (la perra que nunca pierde una presa, la lanza que jamás falla su objetivo) en brazos de Minos o de manos de Diana. Higino recopila diversas fuentes y afirma que Níobe pudo tener nueve, doce o veinte hijos. Sé que hace muchos siglos ya cada cual adaptaba la historia según su propósito, la situación política o sus inclinaciones, pero no dejo de considerar aquellas obras como un canon, las bases, el origen, y cosas como Circe, de Madelein Miller me parecen verdaderas porquerías. Ojo, que La antorcha, de Marion Zimmer Bradley, o Cassandra, de Christa Wolf, me fascinaron, pero son mayoría las versiones que me repelen. A riesgo de ser una hereje, ni siquiera supe disfrutar Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood.

¿Dónde os quería llevar con toda la parrafada previa? A que llegué al stand de la editorial El Transbordador en la Feria del libro de Cádiz y al ver la portada de Los dioses muertos me sentí atraída (¡la ilustración es maravillosa!) y repelida al mismo tiempo. Supongo que debí resultar bastante desagradable a quien me atendió, porque le pregunté si era otra revisión de los mitos clásicos o si se inspiraba en ellos sólo para tomar los nombres: me contestó que podía comprarlo tranquila, que era una obra de ciencia ficción y que la mitología griega sólo aportaba la ambientación. Me lo llevé. Aquí estamos para comentarlo, aunque me haya pasado todo el artículo hablando de mí misma porque al fin y al cabo ésta es mi experiencia con la lectura y no la de otra persona.

Grecia aglutina diversas polis regidas hasta en el más mínimo aspecto por sus dioses. Salvo excepciones, los niños se generan el templo de Hera (el "cunáculo") y se conceden a las familias que han de criarlos; el agua caliente en las casas y los explosivos en las batallas son cosas de Hefesto; para hacer volar las naves hay que orar y ofrecer el sudor y el esfuerzo de los hombres. Toda la tecnología tiene como base la fe. A cambio de la misma, Grecia vive bajo una cúpula que le garantiza cielos azules, campos fértiles, la retransmisión de todos los eventos importantes e incluso la participación en los mismos, puesto que los dioses pueden conseguir que cada cuál se sienta en la piel de aquellos a quienes está viendo. Todo a cambio de defender a la polis propia de las ajenas cuando no se unen todas contra un enemigo común, sea una civilización regida por otros dioses, sea de los bárbaros que ansían la calidad de vida de los griegos. En esta sociedad, el héroe del momento es Prometeo, favorito de Atenea, y será su amigo y segundo Cleón quien nos cuente su epopeya (aunque, francamente, hay al menos un capítulo de la historia del que es imposible que tuviera noticia, así que no sé de dónde sacó los datos para su crónica).

Tras un prólogo en el que ya se nos anticipa que Prometeo se ha rebelado contra los dioses (en cierto modo, es su destino ineludible al llamarse así), Cleón comienza a narrar la historia de su lucha. Para llegar a la caída es preciso empezar por su encumbramiento: favorecido por Atenea (primer gran shock: la diosa virgen no duda en disfrutar de las delicias de la carne si su favorito se le pone a tiro), le son concedidas mejoras físicas para potenciar aún más su rendimiento en la batalla y se le empareja con otra militar de alto rango. Sin embargo, Prometeo es un héroe absolutamente perfecto, dechado de virtudes (cada vez soporto menos a ese tipo de personajes, que parece que sudan perfume), así que abandona a su competitiva pareja para perseguir a Pandora, maestra en la Academia, que a la belleza añade la inteligencia y el ansia por saber. 

Curiosamente, en la mitología griega Pandora está destinada a Epimeteo, el hermano de Prometeo, así que este emparejamiento no dejó de chocarme en ningún momento. La historia de Pandora es lo bastante famosa como para que no sea necesario repetirla aquí, pero hay una cuestión bastante interesante: si en la caja famosa sólo estaban los males, ¿cómo podía estar allí la esperanza? ¿Es algo malo porque obliga a los hombres a aguardar, quizá a trabajar y esforzarse, para alcanzar algo mejor que en realidad no tiene por qué llegar? ¿Se eligió el nombre de Pandora para este personaje porque con sus dudas desencadenará algo demasiado terrible, como su homónima al liberar todos los males, o porque realmente representa la esperanza de un mundo mejor tras sacudirse el yugo de los dioses? La hija de Epimeteo y Pandora es Pirra, quien casará con Decaulión y serán los nuevos Adán y Eva tras el diluvio. En este caso la unión de Prometeo y Pandora dará lugar a Deucalia (el nombre se asemeja al del esposo de Pirra y  no sé si es adrede o casualidad) y el protagonista sentirá el abrumador deseo de conceder la inmortalidad a su hija para protegerla de todo daño. Esto parece un episodio de amor paternal exacerbado que a mí me sobraba, pero en cierto modo ya anticipa explicaciones que están por venir. Si el protagonista puede desearlo para sus seres queridos, ¿por qué no van otros a anhelarlo para sí?

He adelantado acontecimientos. Pandora está comprometida en la búsqueda de la verdadera naturaleza de los dioses, porque si fueran intrínsecamente buenos no podrían permitir ningún mal a sus protegidos (por fortuna para vosotros, no tengo ni idea de filosofía y por tanto no voy a desgranar aquí a qué corriente puede referirse), y quiere dilatar el momento de su unión con Prometeo para no compremeterlo. Pacta por tanto con Atenea para que le prepare un periplo como el de Teseo, como el de Jasón, monstruos que derrotar y lo mantengan lejos de casa. El autor nos dice: "Después de la guerra las aventuras de los campeones son, sin duda alguna, el segundo plato preferido en el menú de cualquier debate griego y, sabedores de ello, los padres olímpicos se encargan de contarnos hasta el último detalle de las mismas. Si Odiseo ofende a Poseidón y el timón de su nave es confundido, obligándolo a viajar por el espacio durante años, nos lo hacen saber.". En este punto me acordé de Ulises 31 y se me escapó una sonrisilla. A continuación, en la página siguiente, Prometeo combate con el Minotauro, lo llama Asterión, siente una profunda misericordia por la bestia y fue inevitable volver a recordar a Borges (La casa de Asterión). Tenemos a un héroe tan sumamente perfecto que mata a quien se le ponga por delante, porque es su deber con sus dioses y su patria, pero no puede evitar sentir una profunda lástima por sus víctimas porque hemos de tener claro que es bueno. Y esta línea de pensamiento habrá de servir para toda la novela, porque cuando la venda caiga de sus ojos y sepa la verdad sobre sus dioses seguirán muriendo inocentes en aras de su venganza y lo justificará de esa misma manera: cada muerte es un peldaño hacia su objetivo y éste es honorable. Que les den por culo a todos, que la misión de Prometeo es la más alta, aunque sólo sea venganza disfrazada de liberación.

He vuelto a adelantarme. Prometeo se une a Pandora, la diosa les concede el don de reproducirse de forma natural, tienen una fantástica relación abierta en la que pueden satisfacerse con quien sea en tanto se sigan profesando amor mutuo y continúan las batallas que los griegos contemplan desde lejos por mediación de sus dioses. Uno de esos enemigos influirá en Prometeo de una manera que no voy a desvelar. Lo que los mortales no saben es que, a pesar de sus ardides, los dioses lo saben todo, lo ven todo, y por tanto su caída en desgracia está próxima y será terrible. Creo que no voy a contar nada más sobre la trama a riesgo de estropear la diversión, así que sólo apuntaré que cuando Prometeo es expulsado de la vida que conoce se topa con alguien que le dice "nos llevamos los rescoldos de su lumbre para poder encender fuego en nuestra propia cocina", alusión demasiado descarada al mito del que el protagonista toma el nombre.

En esa nueva vida, Prometeo se prepara para la lucha a través de un juego que sirve también para evaluarlo. Salvando las distancias, me recordó muchísimo al juego en la Escuela de Batalla de El juego de Ender, ya que a través de él estudiaban al muchacho, sus aptitudes y su manera de pensar. También en el tratamiento de la inmortalidad me acordé de ciertos aspectos de la saga Pórtico, de Frederick Pohl. 

Sea como sea, todos estos elementos están bien urdidos: el planteamiento es lo bastante original, abundan las escenas de acción, los escenarios son diversos. Hay una historia de amor tan perfecta como el protagonista, pero se disculpa porque ha de ser el acicate que lo empuje a través de muchas páginas. Están la inmortalidad, la fe, las posibilidades de la tecnología, la cuestión de la verdadera naturaleza humana, suficientes temas como para no quedarse sólo en la tecnología y en la batalla. Hay distintas facciones con distintos fines, tantos que todo apunta a que podría haber una segunda parte en la que reaparezcan antiguos enemigos o incluso alguno nuevo... No obstante, el propio autor indica en los agradecimientos que "a veces, la conexión no se da" y ése ha sido mi caso. Reconozco los logros de la obra, pero no he sabido empatizar con ella. Las muertes más terribles y significativas me han dejado indiferente, no he sabido entrar en la dinámica de la batalla y, aunque siento curiosidad por su posible continuación, tampoco es que esté impaciente por leerla. Llevo una temporada un tanto apática y me cuesta que una obra me toque, pero eso obviamente es cosa mía. Los dioses muertos es una distracción maravillosa con independencia de mi frialdad.


11.8.21

No sé, a lo mejor soy una tía rara

Las devoradoras, de Lara Williams, fue elegido por The Guardian como uno los mejores libros de 2019, calificándolo de «club de lucha feminista». En la web de la editorial puede leerse, tal cual, en mayúsculas, "LIBRO DEL AÑO PARA VOGUE, THE GUARDIAN, TIME", así que me lo he tenido que pensar mucho antes de manifestar mi opinión (insisto, mi opinión, subjetiva y personal) porque qué clase de lerda soy yo para llevar la contraria a la gente que sabe. No obstante, tras el chasco con El baile de las locas ya debería estar prevenida contra ciertos alegatos feministas.

Por si alguien no lo sabe, soy una mujer de mediana edad. No sé si llego a estar obesa, no he calculado mi índice de masa corporal, pero desde luego que me sobran kilos y la talla 44 me aprieta lo suficiente como para pensar que quizá la mía sea la 46. Si dijera que sólo me he maquillado tres veces en mi vida (para tres bodas) mentiría, porque fue mi madre quien me aplicó los productos pertinentes. El único papel que he firmado con mi pareja es el contrato de alquiler del piso. No me gustan los niños, que luego crecen y se convierten en personas adultas que tampoco me gustan, así que la maternidad es un tema que no me interesa en ninguno de sus aspectos. Podría dar aún más detalles, pero supongo que os haréis una idea del tipo de mujer que soy, bastante alejada de ciertos ideales de femineidad.

He aquí que de un tiempo a esta parte me encuentro muchos alegatos a favor de la lectura de autoras, porque quién va a comprender mejor la psique femenina que otra mujer, con tanta profundidad, tanta cercanía. Yo trabajo rodeada de mujeres y tenemos personalidades y circunstancias tan distintas que yo no atino a adivinar siquiera qué se les pasa por la cabeza a la mitad de ellas, así que no termino de entender por qué sólo otra mujer puede crear una literatura que me hable. Ojo, que Margaret Atwood, Connie Willis, Lois McMaster Bujold, Ursula K Le Guin, Robin Hobb y otras muchas autoras me han llevado donde han querido, pero si conocéis sus nombres sabréis que no es la psicología de sus personajes femeninos lo que me ha apasionado. Las razones que se esgrimen a favor de la lectura de autoras no me convencen en absoluto. Cada cual es un mundo y, francamente, creo que el mío no está determinado por mi condición de mujer y que precisamente en eso consiste el feminismo.

Yo quería, sin embargo, hablar (mal) de Las devoradoras, así que vayamos al asunto. Según la sinopsis, "Esta es la historia de un hambre que no se va. Y de Roberta, que vive intentando ocupar el mínimo espacio posible. A sus treinta años está atrapada en un trabajo sin sentido. Un día conoce a Stevie, una mujer libre y peligrosa. Se hacen amigas, se van a vivir juntas. Luego crean el Supper Club: un colectivo de mujeres cansadas de que les digan que tienen que hablar menos, comer menos, ser menos. Pero cuanto más popular y subversivo se vuelve ese club, más obligada se ve Roberta a reconciliarse con la vulnerabilidad de su propio cuerpo (y con ese pasado que se esfuerza tanto en reprimir). Las devoradoras habla sobre el hambre de vivir. Sobre crecer y encontrar tu lugar en el mundo.". Como gorda verbosa que soy, no tengo nada que objetar a ese planteamiento. Pero.

Partamos de que Roberta vive en un ambiente eminentemente femenino, porque su padre abandonó el hogar muy pronto. Hasta la mascota es hembra. Roberta va desgranando su pasado poco a poco, entre los avatares vividos con su club gastronómico, así que aún habremos de ser testigos de sucesos aún más traumáticos, pero debemos ser conscientes de que la protagonista parte desde el primer minuto con unas condiciones nada favorables: su padre se largó, ella no es precisamente el alma de la fiesta, le cuesta hacer amigos, es tímida, introvertida, insegura hasta tal punto de no ser capaz de pedir en una cafetería y, sobre todo, tremendamente dependiente. Esa necesidad de aceptación queda bastante clara en sus relaciones con los hombres, pero también en su relación con Stevie. Esa maravillosa mujer fuerte resultará finalmente ser una de esas amigas absorbentes que ven como una traición que puedas hacer planes de vida sin ella o que no la secundes en los suyos, pero de esto me ocuparé más adelante.

Roberta ama la cocina, pero tiene una relación un tanto tormentosa con la comida. Hay muchas páginas dedicadas a la elaboración de pan o de diversos platos (tienen mucha lógica en este contexto pero yo, que odio cocinar, me aburrí bastante) y no se olvidará detallar el menú cada vez que haya una escena en un bar o restaurante. Conoce a Stevie, una artista en dique seco, intiman de tal manera que se van a vivir juntas y crean un club gastronómico con otras mujeres rotas: deciden que la mejor manera de conquistar su lugar en el mundo es ocuparlo físicamente. Me parecería una iniciativa maravillosa si esos festines no estuvieran aderezados con alcohol y drogas: queda muy bonito decir que te estás ganando tu espacio a base de ocuparlo con grasa, que estás llenando tu vacío con kilos de comida, pero a la hora del festejo estás utilizando vías de evasión de la realidad normales y corrientes. Sentirse liberada con psicotrópicos y vandalismo parece más propio de una crisis de la mediana edad que se combate con comportamiento adolescente que una forma de reafirmarse. Oh, pero que no se dude de que son transgesoras, que la materia prima para las fiestas la obtienen de la basura. Por un lado el crear algo exquisito a partir de unos ingredientes que no has podido elegir debe ser muy satisfactorio, una prueba de tus habilidades y capacidad, pero yo lo enfoco por el lado contrario: quieres empoderarte y empiezas por aceptar los desechos de los demás en lugar de elegir tú misma.

Sea como sea, son mujeres que se reúnen y se divierten. La pregunta que hay que contestar para ingresar en el club es "¿Cuál es tu mayor miedo?" y es así como sabremos la historia de muchas de sus miembros. Todas han resultado lastimadas de un modo u otro: una agresión aparentemente aleatoria, un aborto, dejarse arrastrar por alguien más que te lleva a un lugar donde no te apetece estar. 

Más gorda, más contenta ahora que tiene un propósito y gente con quien llevarlo a cabo, Roberta se empareja. También ha recuperado el contacto con su padre y se plantea encontrarse con él. No nos engañemos, que The Guardian ha descrito esta obra como "el club de la lucha feminista" y por tanto no hay redención posible para los hombres de la vida de Roberta. Puede perdonar a su amiga Stevie que le exija devoción absoluta, pero a la hora de discutir con su pareja no hay negociación posible. Me resultó muy curioso que Roberta manifieste algunos reparos ante algunas iniciativas del club, pero ceda siempre; con su pareja, sin embargo, parece que o la acepta por entero o puede largarse por donde ha venido. Dado que es un personaje con tanta necesidad de aceptación, me chocó muchísimo que sólo precise la de otras mujeres y no la de su propio compañero. Francamente, hay que ser una misma, sí, pero creo que una convivencia sin roces durante mucho tiempo es un mirlo blanco y que parte de la pareja es aceptar ciertas manías y lidiar con algunos encontronazos. La gestión de conflictos también es parte del crecimiento y la madurez, ¿no? Tampoco el padre sale bien parado: es una novela de mujeres, no hay ni una concesión al heteropatriarcado.

Honestamente, yo no he encontrado el manifiesto feminista y la reivindicación del lugar en el mundo en ninguna parte. Yo pago la ansiedad con la comida, tengo un trabajo de mierda y sé positivamente que la única huella que voy a dejar en el mundo es la de carbono. Supongo que se debe a que mi necesidad de un psicólogo no es tan grande como la de alguien tan herido como Roberta y por tanto no puedo entender su revolución.

Otro día hablamos de El baile de las locas y cómo afirmar que ves muertos es la manera más rápida de acabar en un manicomio sin que el machismo tenga nada que ver.

...

7.8.21

Muerte solo hay una y habla con mayúsculas

Como ya comenté, se murió uno de mis perros. Las fases del duelo siguen su curso, pero parece que esta pérdida ha dado aún más relieve a otros asuntos que trataba de sobrellevar (la migraña, el trabajo, cuestiones diversas) y, honestamente, no estaba en la mejor disposición cuando leí Su muerte, gracias, de Abel Amutxategi, a pesar de que elegí esta lectura con el propósito de animarme.

A Samuel lo ha enchufado su futuro suegro en su empresa, que se encarga de facilitar el suicidio a aquellos que desean abandonar esta vida por cualquier motivo (aunque sea desairar a los herederos). Empujar a la muerte a los clientes pesa en la conciencia de Samuel, así que su productividad es nula. Su novia pretende que pida su mano, su suegro prefiere despedirlo y la única clienta que podría sacarlo de apuros es una anciana de ideas fijas, que decide no quedarse muerta y aun así reclama que no se han cumplido los términos del contrato. Sumemos a los compañeros de trabajo de Samuel, una mujer despampanante cuya inclinación por lo escatológico hace que adore su labor y un friki con unas tendencias obsesivas que no pueden dejar indiferente a nadie que tenga conocimiento de ellas, y tenemos un planteamiento bastante prometedor. ¿Cuál es el problema pues? Básicamente, que la Muerte es un personaje de la obra y que hay notas a pie de página.

Habrá quien piense "¿Que la Muerte es un personaje y que hay notas a pie de página son tus objeciones a la novela? ¡Qué ridiculez!", pero no sé dónde encontré que "Somos lo que leemos": da la casualidad de que yo soy lectora de Terry Pratchett y las comparaciones son odiosas. No recuerdo en qué novela se afirmaba que la Muerte (que en las obras de Discworld se identifica fácilmente porque habla con mayúsculas) odiaba que la retasen a una partida de ajedrez porque nunca recordaba cómo se movía el caballo; en otra se describe la biblioteca de la Muerte inundada por el sonido de la arena al caer de infinitos relojes de arena; y en Dioses menores se abandona al villano de la historia en un desierto infinito. Cierto es que en Su muerte, gracias, se incide muchísimo en la idea de que la Muerte está estudiando con ahínco para mejorar su juego, aunque cualquier humano que se le cruce es Kaspárov; que en medio del desierto el autor incluye una cabaña en la que el muerto encontrará el Más Allá; y que se da un uso a la arena que yo no recuerdo en la obra de Pratchett, pero ya se me aparecían gastadas todas las gracias. Sumemos a que Pratchett es un artista de las notas a pie de página y es comprensible que yo emprendiese esta lectura con un fardo muy pesado a mis espaldas. ¡Incluso aparece una tortuga gigante en una escena, aunque no sea tan grande como para portar a los cuatro elefantes que sujetan el mundo en sus espaldas!

Las comparaciones son odiosas.

Lo mejor es que no sé si este hombre conoce si quiera la serie de Discworld. Tal vez sí la conoce y esta obra es un tremendo homenaje. Es lo primero suyo que leo y no sé nada sobre su persona, su trayectoria o sus referencias, pero las que yo tenían han pesado mucho.

No todo es negativo, he de reconocer que la iniciativa empresarial y las distintas formas de captar clientes y ramificar el servicio son originales. Hay situaciones que muy propias de comedia, con el protagonista afrontando dificultades que le impiden acudir a las citas con su pareja y enredos varios. La novela es muy ligera, divertida en alguna ocasión, hay que reconocer que se lee muy bien. Sencillamente, no era para mí.



4.8.21

Comprar un libro por el título

Me propuse escribir una entrada en este blog para cada libro que leyera, pero la muerte de mi perro me ha apartado del teclado y de los libros. Quien ha tenido perro y lo ha querido entenderá a qué me refiero; no merece la pena intentar explicárselo a quien no. Sea como sea, han sido unos días bastante agotadores y he necesitado asimilar bastantes cosas (yo firmé la autorización para la eutanasia: es mi primera sentencia de muerte), así que me apetecía más redactar una elegía por el animal sacrificado que mis experiencias con los libros. Me he contenido, tenéis suerte.

Encargué Tango satánico en la librería Botica de Lectores sólo porque vi una publicación en el perfil de Acantilado con la foto de la portada y no podía resistirme a un título así. Es muy infantil por mi parte, pero sonaba como Posesión infernal. Tenía que ver qué clase de libro llevaba semejante título. Obviamente no era nada de lo que yo esperaba y durante la lectura no dejaba de pensar que debo evitar dejarme llevar por estos impulsos pero, para mi sorpresa, cuando lo terminé y pude reflexionar sobre lo leído resulta que es impresionante.

Estamos en Hungría, en una cooperativa agrícola abandonada en la que aún subsisten el director de la escuela (desposeído de su título), el médico, un par de prostitutas que ejercen en el molino y distintos trabajadores que ahogan su hastío en una fonda perennemente cubierta de telarañas a pesar de los esfuerzos del dueño. Esta imagen de las telarañas es bastante ilustrativa, porque todos estos personajes están embrutecidos por la rutina y la desesperanza. Desean huir, pero les falta iniciativa. Salir de allí y morir de hambre en otra parte no es una perspectiva halagüeña y necesitan un impulso que rompa esa inercia. Necesitan a Irimiás, quien supuestamente murió años atrás. No obstante, alguien les ha dicho que ha vuelto y se reúnen en la fonda para esperarlo. Anhelan su guía para romper con todo lo que conocen y cambiar.

El ambiente es opresivo. Lluvia, barro, las telarañas de la fonda, toda la ambientación es deprimente. Sin más distracción que un proyector en el que ver la misma película cada sábado, los trabajadores son zafios y bastos. No reprimen sus deseos ni su violencia, aún más intensos ahora que una oportunidad de cambio está al alcance de la mano. Es tremendo cómo, una vez atisban una salida, se lanzan de cabeza hacia ella e incluso queman puentes tras de sí, para que no haya vuelta atrás. Sólo el médico, metódico cronista de la vida en la cooperativa, queda en su puesto.

La obra está escrita en dos partes: la primera numera los capítulos del uno al seis y la segunda lo hace en forma decreciente, del seis al uno. Esto puede parecer una extravagancia, pero en atención al final es harto significativo (y lo escribo sin ánimo de spoilear). Otra característica es que no hay ni un solo punto y aparte en cada capítulo. El autor te va llevando de la mano por la acción sin necesidad de pausas abruptas, de forma natural, aunque avance a través de hechos terribles o perturbadores (el asesinato de un gato, la muerte de una niña). Es una forma de escribir que puede resultar un tanto angustiosa, pero dada la naturaleza del relato es la apropiada: como no he dejado de decir desde que empecé, la comunidad se siente encerrada, condenada a repetir sus días, sin alicientes, de modo que la claustrofobia y que no se conceda ni un solo descanso al lector, como no se concede a los personajes, son perfectos para reflejar el ambiente en que se suceden los hechos.

Hay una rutina y hay una liberación (o no), pero Tango satánico contiene mucho más que personajes estrafalarios, humanos que lentamente han ido perdiendo su condición de tales. Hay ciertas reflexiones sobre la religión como una solución para la necesidad de trascendencia, aunque la existencia de esa necesidad no implica que realmente haya un propósito, una misión, un objetivo, un alma que justifique el ansia de inmortalidad. Irimiás no aprecia a estos congéneres a los que arrastra tras de sí, pero no les dedica ese discurso nihilista precisamente porque ellos lo han elegido como esa motivación que les falta. 

No estoy muy inspirada y por tanto no sé expresar la profunda desazón que me ha comunicado esta lectura. La suciedad, la zafiedad, el nihilismo, la desesperanza, los instintos, todo es triste y no hay salida. Es fácil dejarse atrapar por esa ambientación y conseguirla es un gran mérito del autor, que consigue con el final de la novela acrecentar aún más la sensación de que no hay escapatoria posible.

10.7.21

Epatada

Una persona a la que aprecio mucho y que es bastante más mística que yo leyó una de estas parrafadas mías y me dijo que mi estilo era periodístico, racional, que yo no escribo "con las tripas". No tengo ningún problema en admitir que soy incapaz de transmitir emociones o crear un ambiente que induzca un ánimo determinado, porque carezco del dominio del lenguaje requerido. No tengo talento, tampoco, por eso cuando leo algo como El nombre del mundo es Bosque, de Ursula K. Le Guin se me despierta un anhelo que ya he manifestado con otra autora: ¡yo quiero escribir así!. Desgraciadamente, de donde no hay no se puede sacar y por tanto no sé si podré comunicaros mi entusiasmo sin recurrir al spoiler. 

El primer personaje el que conocemos es al capitán Davidson, un caucásico supremacista, racista, machista, abusón, que se encuentra en el planeta Atshe para convertirlo en la colonia Nueva Tahití. En la Tierra no quedan árboles, de modo que la madera es una materia prima muy preciada y los primeros en instalarse en el planeta han sido los hacheros. La idea original era dejar algunos ejemplares para evitar la erosión del suelo y que la siguiente oleada de colonos estuviera compuesta de agricultores que aprovechasen las nuevas superficies disponibles, pero Davidson desprecia a los científicos y conservacionistas y esa parte del plan no ha salido tan bien como debiera. Para ayudarles en su tarea han utilizado el eufemismo de "servicio voluntario" y han esclavizado a los athsianos, a quienes llaman despectivamente "crichis", los humanoides oriundos del planeta. Apenas levantan medio metro del suelo y están recubiertos de pelaje verde, pero son inteligenes y han desarrollado una cultura y una sociedad.  Estamos a muchos años en el futuro, pero el concepto del colonialismo no ha cambiado lo más mínimo.

La autora propone que la evolución sigue los mismos caminos en todos los planetas, de modo que en Atshe animales y plantas presentan grandes similitudes con los terrestres y por tanto los "exvis", que es como la legislación denomina a los nativos, son análogos a los humanos y deben gozar de la protección correspondiente. Sin embargo, los terrestres desprecian profundamente a los crichis, fuerzan a sus hembras, los explotan y, salvo los antropólogos, nadie se ha preocupado mucho en conocer su cultura y costumbres. Puesto que es una especie pacífica que no ha opuesto ningún tipo de resistencia, no merecen más consideración que otros animales. Como decía, el colonialismo del futuro es el mismo que el del Imperio Británico o cualquier otro: aquí llegamos nosotros, superiores, con la cultura correcta y un aprovechamiento de recursos del que vosotros sois incapaces.

Los atshianos son incapaces de cualquier tipo de violencia porque en su cultura no existe la muerte. Ellos diferencian entre el tiempo-mundo (lo que para nosotros sería la realidad) y el tiempo-sueño, propio de los machos de la especie, una especie de sueño lúcido donde pueden encontrarse con sus muertos. En su lenguaje, tal y como anticipa el título del libro, la palabra que designa al mundo también significa bosque. Viven en pequeñas comunidades dirigidas por las hembras, tan aisladas entre sí que hay importantes variaciones en el idioma de unas a otras. Sus casas apenas sobresalen del suelo, de modo que los asentamientos son difíciles de detectar desde el aire, tan integrados están en la vegetación que les rodea. Cuando la destrucción de su entorno avanza, entonces surge un dios.

Selver es un crichi que ha tenido la suerte de ser adjudicado a un antropólogo, Lyubov, un "yumano" que se ha preocupado de aprender su idioma, de intentar experimentar el tiempo-sueño, de ser su amigo. Mantienen a su esposa apartado de él, pero Lyubov procura que puedan encontrarse. Cuando ella volvía de uno de esos encuentros, Davidson, nuestro amigo del primer capítulo, la viola de tal manera que la hembra athsiana muere y Selver descubre el deseo de venganza. Davidson se deshace casi con facilidad del humanoide de medio metro cubierto de pelaje verde, pero él ya conocía el odio y no cuenta. Es Selver quien ahora sabe qué es la violencia y es consciente de que puede matar. En una sociedad para la que la muerte no existe, no tenía sentido matar a nadie, pero en el caso de los humanos es algo permanente que se les puede infligir. Podría ser satisfactorio. Interfiere en el sueño, tan importante para los atshianos, pero Selver parte en busca de los suyos para divulgar este nuevo conocimiento. Ahora es un dios.

Curiosamente, los conceptos de dios y traductor se sirven de la misma palabra en el idioma de los crichis. Selver es un dios y también es el único capaz de comunicarse con los humanos. Otro detalle maravilloso y significativo, de gran importancia en la resolución del conflicto entre especies.

Los humanos tienen armas mucho más poderosas, pero son dos mil quinientos frente a tres millones de crichis que pueden mimetizarse con el bosque. La efectividad de la guerra de guerrillas está más que demostrada a lo largo de la historia humana. Podríamos estar tentados de alinearnos con los de nuestra especie por algún instinto atávico, pero ahí está Davidson para demostrarnos que, a pesar de Lyubov, de los que sólo están allí para hacer su trabajo y ganarse la vida, los humanos no tienen por qué ser los buenos ante un ataque alienígena. Es tremendo el grado de locura, devastación, violencia y muerte que llega a desplegarse en tan pocas páginas, pero lugar de sentirme desolada me sentía muy triste. Selver sabe que está liberando a los suyos, pero ese don de la muerte que le han traído los humanos es tan contrario a su naturaleza que está roto. No sólo él, sino que esa capacidad para infligir daño se está extendiendo entre los suyos. Ahora tienen un enemigo común al que eliminar pero ¿qué pasará después? Es la reflexión última.

En la contraportada del libro se habla de "la visión ecológica" de Le Guin. Yo no lo he enfocado así, me he centrado en la anulación de una cultura ajena para imponer la propia, sin hacer ningún esfuerzo por integrar o asimilar. Los humanos saben que los crichis son inteligentes. Sus propias leyes los equiparan a ellos, pero no hacen ningún esfuerzo por comprender su cultura o por acercarse a ellos sin imponerse. No hace mucho leí el Memorial de los libros naufragados, sobre Hernando Colón, y se reflexionaba sobre cómo se presenta la cultura indígena en los escritos de la época: se comienza por la cosmogonía, porque al ridiculizar la concepción del nacimiento del mundo y de los dioses frente al Dios cristiano, europeo, se daba paso a menospreciar a toda la sociedad derivada de esas creencias. En este caso es exactamente lo mismo. Suelo ser de las que en las novelas históricas se ponen de parte del Imperio Romano y de Hernán Cortés por ese impulso absurdo de considerarlos "los míos", pero al estar en un tiempo lejano, en unas tierras aún más lejanas, con un personaje tan loco y tan desagradable como Davidson (es fácil odiarlo), me ha resultado mucho más fácil distinguir quiénes son los explotados, los invadidos, los desplazados. El mero hecho de integrar o asimilar ya supone un cambio, tal vez un daño y una pérdida.

Ojalá supiera haceros ver cómo la tremenda pena de Selver se contagia, mucho más que su odio. La locura de Davidson repele, resulta sorprendente tanta inquina, pero (para mí) el sentimiento predominante es el de tristeza, de un espíritu roto que hace lo que debe hacer y sabe que no va a sanar. Todo esto narrado de una manera muy natural, que es lo que yo envidio profundamente: sin recurrir a metáforas ni palabras grandilocuentes, el término exacto en el lugar exacto, sin perderse en digresiones o largas descripciones. Si supiera escribir, querría escribir así.

7.7.21

Y yo, sutil como un papel de lija

Se podría decir que algún momento de mi vida he sido una friki. La ciencia ficción y la fantasía me siguen gustando, pero durante muchos años jugué al rol (echo tanto de menos aquellos fines de semana de comida china y dados) y tuve una fase otaku (sí, monté mi propio fansub con un amigo, fui correctora en otro, asistí un par de años al Salón del Manga de Barcelona...), pero mi pasión por la cultura japonesa no me llevó a interesarme demasiado por su literatura. 

He leído a Murakami y a Mishima, claro, pero casi por casualidad. También fue fortuito que Mi marido es de otra especie, de Yukiko Motoya, cayese en mis manos. Hablo de memoria, que no la tengo muy buena y creo necesario aclararlo. La impresión que me dejó el libro de Motoya fue que el subtexto y yo somos incompatibles. La prosa me pareció casi aséptica, pero la concisión establecía un ritmo hipnótico. No había ni una palabra que sobrase, pero se estaban contando muchas cosas que yo no percibía. La protagonista se sentaba junto a una anciana en una zona común de su bloque y apenas cruzaban tres frases, pero ahí debían pasar grandes cosas que yo no sabía desentrañar. Había corrientes de significado entre aquellos personajes. El libro me gustó muchísimo, pero sigo preguntándome qué simbolismo no supe descifrar. Algo parecido me ha ocurrido con Agujero, de Hiroko Oyamada.

Hay cosas que no he sabido descifrar, pero hay otros temas que sí se desarrollan con toda claridad. En mis tiempos de otaku me interesé por la cultura japonesa y descubrí que, por muy evocador que resulte ir a ver la floración en los cerezos, lo encantador que parezca vestir una yukata para un festival, la elegancia de las fortalezas y un largo etcétera de atractivos, la sociedad japonesa es bastante rígida y exigente. Ya desde muy niños los presionan para que vayan a una buena universidad, para que ingresen en una empresa de prestigio y, si eres mujer, debes hacer un buen matrimonio y tener hijos. Se suele decir que todas las generalizaciones son malas, incluida ésta, pero sí es algo que aparece muy explícitamente desarrollado en las primeras páginas de Agujeros. La protagonista (Asahi) habla con una compañera de trabajo sobre su situación, sobre sus aspiraciones, sobre los planes de futuro ahora que ella abandona el puesto para irse a vivir al campo con su marido, ya que a él lo han trasladado. Por un lado está el embrutecimiento de la labor repetitiva, de las horas extras para conseguir unos ingresos que no son suficientes, de la rutina ineludible (ay, qué cercano me resulta, aunque yo no haga obras extras); por otro, ahora que va a ser ama de casa ya no tiene excusa para no ser madre. La compañera ansía una situación más estable para tener hijos. Es lo correcto y adecuado en una mujer productiva.

Otra alusión a la situación de la mujer en Japón es la suegra. Al marido de Asahi lo han destinado cerca del lugar donde viven sus padres, que les han ofrecido la casa vecina (que les pertenece) sin cobrarles alquiler. Ese ahorro permitirá que ella pueda tomarse con tranquilidad la búsqueda de un nuevo empleo, quizá no lo necesite, pero ya en la primera aparición de la suegra queda establecida la jerarquía entre las dos: es la madre del marido quien dirige a los operarios de la mudanza a la hora de distribuir los muebles. Incluso trae a su nuera unas zapatillas (es tradición y una cuestión higiénica no entrar en casa con los zapatos que traen la suciedad de la calle). De repente, Asahi ya no es Asahi, es "la nuera". Puede que la suegra no haga sentir el peso de su autoridad en muchas más ocasiones, pero sí se comenta la relación con la abuela, fallecida, cómo hubo de cuidarla sin dejar nunca de trabajar ni de preocuparse por la crianza de su hijo. El tema de la nuera como mujer que deja de pertenecer a su propia familia para integrarse como pertenencia y fuerza de trabajo en la familia del marido puede resultar un arcaísmo, pero aquí se apunta, hay resabios de que no ha transcurrido tanto tiempo de aquello.

Esta sensación se refuerza aún más no sólo por un episodio que referiré a continuación, sino por la propia rutina que adquiere la protagonista: no lee porque no quiere gastar dinero en libros, no pone el aire acondicionado para que no suba la factura de la luz, empieza a cocinar de manera saludable. No se siente merecedora de ningún lujo, porque no trabaja para ganárselo. Es un ama de casa, una mantenida a los ojos de los demás. Quién sabe, quizá debería plantearse la maternidad.

Una mañana que su suegra le pide que vaya a hacer un pago que ella ha olvidado efectuar (no la envía a una sucursal de banco, sino a un konbini), Asahi marcha a través de un paraje natural, cercano a un río, y ve a un animal negro que la precede. No puede verlo bien. No es un perro, no es un tanuki, no es nada que se pueda clasificar en una especie concreta. Intrigada, lo sigue y cae en un agujero. La analogía con Alicia es tan evidente que un poco más adelante otro personaje bromeará sobre eso. Salvo que Anahi no cae y cae hasta un nuevo mundo: si el agujero ha sido un portal que la ha conectado con otra realidad, no es tan literal. Una vecina la ayuda a salir del atolladero y en ese momento es cuando se da cuenta de que es "la nuera", que en cierto modo no tiene identidad propia.

Cuando al fin va a hacer el pago, descubre que la suegra no le ha dado la cantidad precisa. Ella pone la diferencia, pero la suegra nunca se lo devuelve. Soy un tipo de persona que no hubiera aguantado esa situación, pero Anahi piensa que no les están cobrando el alquiler y calla. Es sorprendente todo lo que calla Anahi. Las descripciones de sus veladas con el marido revelan a un hombre que tiene una vida fuera de casa, con su trabajo y sus amigos, y la mantiene a través de teléfono móvil el poco tiempo que pasa con su esposa. Si hay comunicación o afecto, no los vemos. No parece que tengan nada que decirse.

A partir de aquí, lo real y lo onírico, o irreal, u ocurrido en una dimensión paralela a la que se accede por callejones estrechos y agujeros, se intercalan. Si lo pienso bien, puede que sí, que siempre haya un agujero en el que meterse o un pasaje angosto que refleje ese tránsito, pero yo no supe distinguir qué había sido real y qué no hasta el final de este primer cuento o novela corta. Ayuda mucho el tipo de prosa, que es del estilo que comenté en el segundo párrafo de esta publicación: hay descripciones, hay adjetivos, pero no hay largos párrafos de tremendas oraciones con muchas subordinaciones. Se utilizan las palabras precisas, no hay nada accesorio, ni siquiera en las partes más descriptivas. Es un lenguaje eficaz, una prosa sucinta pero a la vez muy evocadora, precisamente por todo lo que no cuenta. El famoso subtexto, que jamás he tenido la sutileza suficiente para percibir e interpretar. Además, esta manera de narrar imprime a la lectura un ritmo hipnótico, una cierta cadencia maravillosa que acentúa aún más esa sensación de que hay muchos otros sentidos ocultos que se me escapan.

Asahi encuentra niños, ancianos, familiares y un animal fantástico y nos lo cuenta de una manera que te atrapa. No quiero destripar el final a nadie, así que me voy a reservar mis conclusiones que seguramente sean equivocadas. Como no tengo ninguna sutileza, tampoco sé si he captado suficientemente bien todos los detalles como para haber comprendido lo que se me quería contar.

Los dos cuentos que completan el volumen son mucho más cortos. En esta ocasión los protagonistas son un hombre y su esposa, cuyos nombres o no se mencionan nunca o se hace con tan poca frecuencia que no llegué a retenerlos, y una pareja de amigos, estos caracterizados con mucho más detalle (sí tienen nombre, para empezar). Ambos relatos vuelven a introducir animales en su desarrollo, aunque esta vez son de especies reconocibles (comadrejas y peces), y giran en torno a la maternidad de una manera un tanto oscura para mí. El deseo de ser madre es evidente, el protagonista deja bien claro que su esposa programa los encuentros sexuales y considera la temperatura basal, pero el episodio de la comadreja como madre protectora, luchadora, agresiva, no terminé de encajarlo bien en el contexto del relato. Lo dicho, no tengo ningún tipo de sutileza y no sabía qué representaba el animal en una casa donde vive una pareja sin hijos a la que visita otra pareja que tampoco los tiene. La forma de narrar sigue siendo maravillosa, pero mi perplejidad fue mayor.

En el segundo relato ya hay un bebé. Creí inferir que hay cierta angustia sobre la responsabilidad de la crianza, la preocupación constante por la salud del bebé a tu cargo... Seamos sinceros, no creí inferirlo, sino que el protagonista tiene una pesadilla en la que siente un peso tremendo y una opresión en el pecho, pero también hay un comportamiento extraño en la madre respecto a la criatura y en la esposa que no supe interpretar. Como ya he dicho, había unos flujos entre los personajes que yo no sabía de dónde venían y dónde me debían llevar.

Imagino que soy demasiado literal para sacar todo el provecho que podría de este tipo de lecturas, pero sólo por la sensación que transmite la prosa (supongo que eso es mérito de la traductora) ya merece la pena. Deja una sensación inefable de maravilla y magia.

30.6.21

La sanidad sevillana en el S.XIX y el masoquismo

Nadie puede imaginar siquiera cómo ansío ser una persona culta, pero se ve que mi red neuronal tiene una densidad de malla pequeña y todo el conocimiento se escapa por los agujeros. No obstante, yo sigo empeñada en aprender algo. Puesto que había leido La peste en Sevilla, Crónica urbana del malvivir (ambos de Juan Ignacio Carmona Carmona) y Poder y prostitución en Sevilla, de Andrés J. Moreno Mengíbar y Francisco Vázquez García, que incluye datos sobre los centros hospitalarios dedicados a las enfermedades venéreas, y los había disfrutado muchísimo, no me lo pensé mucho antes de comprar La sanidad sevillana en el siglo XIX: el Hospital de las Cinco Llagas, de Antonio Ramos Carrillo. No reparé en ningún momento en que es una tesis doctoral (que podéis descargar aquí) y no tenía por qué ser divulgativo.

Soy incapaz de hacer dieta, ejercicio o estudiar las oposiciones, pero para las cosas irrelevantes sí tengo mucha fuerza de voluntad, así que a pesar de todo conseguí leerlo completo. La primera parte, sobre su fundación en el siglo XVI por Catalina de Ribera como hospital de mujeres, sus distintos reglamentos, su organización y financiación, es bastante interesante. El hospital, como he comentado, comenzó como un  hospital de mujeres, pero desde sus orígenes hasta el siglo XIX que se estudia en esta tesis suceden muchas cosas: se ve obligado a acoger a los afectados por distintas epidemias (estaba extramuros y eso siempre es una ventaja a la hora de aislar a enfermos infecciosos), parte del edificio se destinó a Hospital Militar, tuvo una zona para enfermos mentales y terminó por ser el Hospital Central. Muchos vaivenes para muchos años de historia en los que la Medicina va evolucionando y los distintos regímenes políticos permiten o no que permeen los avances europeos.

Lo malo es cuando se profundiza en la organización del hospital: es muy curioso seguir el proceso de oposición para obtener plaza, pero el autor se embarca en la descripción minuciosa y apuntes biográficos, publicaciones y ponencias incluidas, de todos los que se hayan documentado en cada puesto durante todo el siglo XIX. Me pasó lo mismo que al leer De reyes y dentistas, de Javier Sanz, que estaba abrumada por la cantidad de información y terminé por no prestar demasiada atención y no retener casi ningún dato.

Con la parte clínica me pasó algo muy parecido. Ni las enfermedades tenían el mismo nombre (no sabía que la tosferina se llamase coqueluche, por ejemplo) ni estaban tan bien caracterizadas como actualmente, así que en ocasiones es difícil discernir la dolencia de cada paciente. Además, en las actas de defunción a veces no se consignaba la causa principal de la muerte, sino alguna consecuencia de la enfermedad causante (parece ser que esto aplicaba en gran medida a los sifilíticos). Esta parte vuelve a ser apasionante hasta que empiezan las estadísticas y las tablas de datos, que son esperables por tratarse de una tesis doctoral, pero es un capítulo muy farragoso y extremadamente árido (para mí). Volví a animarme un poco cuando se habla de las epidemias, por ser un tema sobre el que ya había leído y tenía alguna base. Un detalle maravilloso de esa parte es que en 1854, la Academia de Medicina de Madrid, en sus Instrucciones para la presesvación del Cólera Morbo, indica que "Tampoco conviene correr, acalorarse o leer inmediatamente después de las comidas.". No sé cómo he escapado al cólera hasta ahora (y no lo digo por el ejercicio, precisamente). En alguna otra parte se comenta que, a pesar de los cambios de régimen no siempre favorables a la Iglesia, el Hospital de las Cinco Llagas nunca perdió el carácter religioso y por tanto se destinó presupuesto a crear una biblioteca, para que los enfermos no leyeran libros contrarios al dogma traídos desde fuera.

Me he manifestado contraria al aluvión de datos, sí, pero cuando llegué al capítulo de la botica aluciné: me encantó el tema del utillaje y los componentes básicos de los preparados medicinales. No tenía ni idea de qué era un looc ("medicamentos magistrales internos, opacos, de consistencia siruposa, cuyo excipiente es el agua") ni he terminado de distinguir entre infusión y tisana. Me ha maravillado la existencia de cervezas medicinales y el uso interno de ácidos como el sulfúrico y el nitroso.

A favor de esta lectura aduciré que es una parte de historia de la ciudad, la del edificio que alberga actualmente al Parlamento Andaluz. Está lleno de datos curiosos y, dado que hay que leerlo con un diccionario cerca (el móvil a mano y la página de la RAE abierta en mi caso, para descubrir qué es la anasarca entre otras cosas), es difícil no aprender algo nuevo. En contra, ha habido algún capítulo que se podría decir que no he leído aunque haya paseado los ojos por cada una de las letras, dada la cantidad de información y el aluvión de nombres, fechas y porcentajes que me veía incapaz de asimilar. Recordemos que no estoy estudiando ni Historia ni Farmacia y que ésta ha sido una lectura para el ocio. Si hay algo de aprendizaje, bienvenido sea, pero tampoco me apetece demasiado analizar gráficos para pasar la tarde.

Un detalle: mi ejemplar estaba minado de páginas intonsas (podéis verlas aquí). Puesto que yo estaba atrincherada en el sofá o directamente en la cama, no quise levantarme a por unas tijeras o un cuchillo que me permitiera separarlas lo más limpiamente posible, así que lo hice a lo bárbaro y por tanto el libro ha acabado hecho unos zorros, como puede verse aquí. Lo de interrumpir la lectura cada diez o quince páginas para cortarlas tampoco es que ayude mucho en los pasajes más farragosos.

27.6.21

¡Qué efectos especiales admitiría la adaptación cinematográfica!

No tengo muy claro por qué escribo hoy: el post sobre La ciudad oscura ya me costó un triunfo. Por diversos motivos que no vienen al caso, estoy absolutamente desganada y no hay nada peor que hacer las cosas sin entusiasmo alguno. Difícilmente voy a disfrutar de un libro si no me apetece nada leerlo. Habrá quien replique "¿Pues para qué lees, entonces?", pero eso tiene fácil respuesta: menos aún me apetece fregar la cocina, planchar la ropa o estudiar legislación y tampoco puedo dejar pasar la vida en las redes sociales. Al menos ir tachando libros de la lista de pendientes me da la sensación de no haber malgastado todo mi tiempo, aunque no sea justo para la obra en cuestión. Esta vez le ha tocado el turno a El arte salvaje, de Juan González Mesa, autor que ha ganado premios pero al que no conocía.

Un inciso: acabo de darme cuenta de que siempre utilizo los enlaces a las versiones impresas de los libros. Tengo un libro electrónico que me regaló mi pareja con la vana esperanza de reducir la cantidad de papel en casa, pero el plan no le salió bien.

Compré mi ejemplar de El arte salvaje en la Feria del Libro de Tomares. Me llamó la atención que las Musas estuvieran reclutando un ejército entre los artistas para defender la Tierra del ataque de los ángeles. Hace tantos años que sólo recuerdo que me pareció un libro hermosísimo leí La ciudad poco después, de Pat Murphy, en el que una serie de artistas se aprestan a defender su ciudad en un mundo post-apocalíptico. Ha pasado tanto tiempo que no puedo añadir ningún detalle más, salvo que los personajes me inspiraron mucha ternura y que en cuanto vaya a casa de mis padres lo recuperaré para leerlo de nuevo. A las Musas las ha despertado Polimnia, que infiltrada en el culto cristiano es la única que había conseguido permanecer activa y despierta. La idea de que los dioses cuyo culto cae en el olvido pierden su poder me hizo pensar en Terry Pratchett y sus Dioses menores ("¡Hágase la lechuga!"), aunque juraría que es una idea que he visto en más libros.

Honestamente, la parte concerniente a las Musas me pareció muy traída por los pelos. Sí, el culto al panteón grecorromano fue abandonado, pero Polimnia consiguió apoyo a través de los himnos de los monoteístas. Algo se me escapa, porque con esos cantos se loaba a otro dios, no a ella, así que por esa regla de tres sus hermanas debían obtener una fuerza similar desde el momento que la Historia, la ciencia, la danza y otras formas de arte seguían siendo cultivadas. O hubieran despertado en el Renacimiento, cuando quizá no se las adorase pero se las reconocía y la mitología era una excusa maravillosa para enseñar una teta en un cuadro. De un modo u otro, la primera interlocutora que encontramos en la novela es Calíope, que viene a decirnos que somos gilipollas y que no tenemos ni puta idea de mitología, así que nos toca tragar con lo que nos cuente (por ejemplo, su definición de héroe como hijo de dios y mortal tampoco me cuadró: Odiseo quizá sea nieto de Hermes y protegido de Atenea, pero que yo sepa ni Laertes ni Anticlea eran dioses; hay alguna versión que atribuye a Belerofonte progenitores humanos, aunque algún abuelo olímpico también pueda colarse. También asocio generalmente a las Musas con el Parnaso o al monte Helicón, así que todo el montaje de "El Lago" me resultó un tanto extraño. Tengo que investigar un poco por ese lado). En fin, quiénes somos nosotros para contradecir a la musa, que por ser quién es debe saber de lo que habla. Menuda capulla. No fue un buen comienzo.

A pesar de no gustarme en absoluto Calíope, que nos conducirá a lo largo de seiscientas páginas y mantendrá un tanto la coherencia en una historia que salta de un personaje a otro y de un año al siguiente, hay que reconocer que el planteamiento no está mal: en un mundo donde se ha alcanzado la paz, a finales del siglo XXI, regresa el terrorismo. La lucha sindical amenaza el equilibrio de la economía. Surgen ciertas tensiones entre países y entre las confederaciones que los aglutinan. Las empresas que facilitan las armas a los ejércitos que deben mantener la paz se amparan en su dominio de la tecnología para inutilizarlas y obstaculizar a las Naciones Unidas. Albert Cunnie, un espía (doble, triple, creo que se llega a mencionar quíntuple), ha descubierto una secta de satanistas que ha conseguido infiltrar a los suyos en todos los gobiernos, consejos de empresa y organizaciones que rigen el mundo. No sólo ha renacido el culto a Satán, sino que los católicos también se han radicalizado y curiosamente los que han retomado la adoración al panteón nórdico se dedican a luchar contra los fascistas. Tras un asalto a unas instalaciones de ingeniería genética, aparecen los ángeles y comienza la destrucción de las ciudades. Con la humanidad al borde de la Tercera Guerra Mundial, nadie está preparado para semejante amenaza externa.

No quiero meterme en más honduras para no estropearle la historia a nadie, así que sólo añadiré que los ángeles van buscando a la camada de Osiris. Menciono este detalle sólo porque durante buena parte del libro son camada y luego pasan a ser denominados manada. Podría pensarse que es alguna sutil manera de referir la madurez que puedan ir alcanzando sus integrantes, pero al final del libro se vuelve a la nomenclatura original. No sé si es un fallo de edición o si hay alguna intención que soy incapaz de aprehender.

He comentado que los dioses necesitan creyentes para poder ejercer su poder. La sinopsis de la contraportada ya menciona a Thor, así que creo no estropear la diversión a nadie si os anticipo ya que dicho dios aparece en estas páginas. No recuerdo qué personaje se refiere a él como Balder y eso me confundió muchísimo: Balder es una deidad completamente diferente y su muerte será uno de los desencadenantes del Ragnarok. ¿Otra sutileza que me he perdido? ¿Habrá una segunda entrega en la que Thor sufra alguna desgracia y el fin del mundo esté aún más cerca? No en vano se hace mucho hincapié en la idea del ciclo y el final es bastante abierto: se gana una batalla, pero en absoluto se gana una guerra. Las acciones de los personajes han abierto nuevas vías que han de tener consecuencias. Quizá nombrar a Balder sea augurio de una continuación con un final más contundente, con menos sensación de tregua.

Lo he comentado en alguna ocasión: yo no escribo críticas, ni reseñas, ni pretendo que nadie entienda nada de lo que aquí describo. Cuento mis impresiones y mi experiencia subjetiva con el libro, así que el meollo del asunto es ¿qué me ha parecido? La respuesta es que me ha gustado, pero sin entusiasmarme. Ya anuncié que la leí con las mismas ganas que estoy tecleando este post, ningunas, así que la cantidad de páginas que se toma para plantear la situación y la tensión en los enfrentamientos y batallas me impacientaron. En otras circunstancias hubiera agradecido tanta cantidad de elementos, porque suponen una trama elaborada en la que no se deja ningún aspecto desatendido, pero yo quería saber cómo se iba a resolver todo.

Un inciso (el segundo): fui a un taller de narrativa en la Casa Tomada y María José Barrios nos contó que debíamos crear ciertas expectativas en el lector y satisfacerlas. Le contesté que por qué, que George R.R. Martin había matado al que parecía el héroe netamente bueno de Canción de hielo y fuego bastante pronto. No recuerdo si alegó que ese autor se lo podía permitir y era la excepción, pero yo estoy muy cansada de presuponer que todo va a salir bien porque un protagonista tiene que llegar al final de la novela. Cuanto más vieja me hago, más me gusta la devastación. En El arte salvaje se aprovecha que hay tantísimos personajes relevantes (hay muchas organizaciones implicadas en un ataque a nivel mundial) para matar a cualquiera a quien pudieras coger cierto cariño. Más o menos se perfila quiénes van a llegar vivos hasta la última página, pero algunas muertes sí me cogieron por sorpresa. Ese aspecto de la obra me ha gustado mucho.

No sólo hay muchos personajes, sino que se reúnen todos los ingredientes que puedan imaginarse en los géneros fantástico y de ciencia ficción. Quizá me faltaron magos en el sentido literal de la palabra y viajes en el tiempo, pero hay rituales, robots de combate, una amenaza que viene del cielo, ingeniería genética, espionaje, animales mejorados que aprovechan el momento de anarquía para establecer su propia sociedad, casas domóticas que contienen incendios devastadores, vampiros, ángeles, demonios, deidades mitológicas. Es una obra completísima que seguro que despierta interés por alguno de los muchos aspectos que presenta. Seguro que en otras circunstancias la hubiera disfrutado muchísimo.

A ver si la siguiente lectura me pilla más animada.

23.6.21

Cádiz y otras cosas

Mis padres tiene un piso en El Puerto de Santa María que está lejísimos de la playa, pero cerquita de la estación de tren. Odio conducir, así que cuando voy a pasar el fin de semana con ellos suelo hacer el viaje en tren y, si por fortuna tengo una semanita de vacaciones y puedo alargar la estancia, aprovecho el Cercanías y me llego a Cádiz. No tengo ningún sentido de la orientación, así que no puedo decir que conozca bien la ciudad, pero sí sus hitos más famosos, incluido el community manager del Museo de Cádiz, que me regaló Balbino y las sirenas para mi sobrina y me habló de la noche en que el cielo se puso rojo. Cierto es que yo quería comentar los libros de Jesús Relinque, pero creo que Balbino y las sirenas también está escrito por alguien que debe amar profundamente la ciudad, porque la implica por entero en la aventura. Mi sobrina tiene un año y medio, demasiado pequeña para ese libro, pero yo con más de cuarenta me divertí de lo lindo y estoy deseando leerlo con ella.

Vayámonos ahora a Mairena del Alcor. Era el 30 de marzo de 2019 y presentaban un cómic sobre Jorge Bonsor en la Feria del Libro del pueblo donde vivió. La arqueología de la comarca de Los Alcores me resulta tan atractiva como las Ferias del Libro, así que allá que me fui. Una de las casetas correspondía a la editorial Cazador de ratas, que por aquel entonces no conocía, y uno de sus autores me vendió todo lo que le dio la gana. O casi, porque tengo bastante claro qué me apetece leer y qué no y hay ciertas cosas por las que no paso. Sin embargo, sí que me llamaron la atención Terror nocturno y La llave de los misterios, ambos de Jesús Relinque. El primero, porque narra cómo Bécquer se involucró en lo que más tarde serían sus famosas leyendas; el segundo, porque me lo describieron como "Los Goonies en Cádiz" y yo fui niña en los ochenta.

Terror nocturno es un divertimento, una frikada. Es tan cortito que cualquier comentario supondría destriparlo, pero la idea es muy original. Como ocurre con La llave de los misterios y La ciudad oscura, reconocer ciertos pasajes consiguió implicarme muchísimo. Como ya he comentado, Gustavo Adolfo se ve arrastrado lejos de casa una noche aterradora que habrá de facilitarle el material para su obra futura.

La llave de los misterios no es que me implicase, es que fue una inmersión total. No sólo los protagonistas, niños, se mueven por calles que yo sigo recorriendo cada verano, sino que meriendan lo mismo que yo tomaba a su edad y ven los mismos programas infantiles que me entretenían. Todo era conocido, menos la trama y su desenlace, así que en ningún momento perdí la noción de magia, sorpresa y descubrimiento. Otro punto a favor son los protagonistas, porque me resulta muy difícil encontrar personajes infantiles que no me resulten redichos e insoportables (la única niña sí es bastante repelente, al cuerno la sororidad) y sin embargo estos resultan sumamente cercanos y simpáticos. El protagonista (dos años después, he olvidado su nombre), saca un libro de la biblioteca para descubrir que le han cambiado la sobrecubierta y tiene entre manos una obra sobre los misterios de su ciudad. Con la complicidad de su abuelo y la ayuda de sus amigos, marcha a desentrañarlos. Al final, descubrimos que su abuelo sí estaba al tanto de que hay mucho más en Cádiz de lo que el turista ve y se apunta una nueva aventura.

Un inciso sobre los personajes secundarios. Siempre me dan mucha pena esos que son los más brutos, los propensos a los accidentes, los que sólo parecen estar como alivio cómico y fueran incapaces de pensar o no tuvieran ningún tipo de vida interior más allá de la característica que los define. Me encantaría que una segunda aventura dejase a la niña repelente y al gafitas protagonistas de lado para darle más relieve a cualquiera de los demás, ya que es uno de ellos el que parece atisbar el próximo misterio a resolver.

La segunda novela, La ciudad oscura, sin embargo, nos narra la historia del abuelo Eulogio y es bastante más seria. Juraría que hasta el estilo es diferente. El ahora joven Eulogio hace gala de una verborrea tremenda, plena de localismos gaditanos (no sé si estoy familiarizada con todos ellos porque también se usan en Sevilla salvo alguna excepción o por la cantidad de tiempo que he pasado por aquellos lares), bastante divertida, pero el resto de la prosa me ha parecido un tanto más literaria. Es lógico, porque ahora la acción se ambienta en el Cádiz de la posguerra, con escenarios como la Casa Cuna, un manicomio, unos calabozos, con cartillas de racionamiento y represión feroz. 

No voy a extenderme sobre la trama, que también es mucho más sombría y más cruel, pero lo que en La llave de los misterios me hacía partícipe en este caso me ha sacado por completo de la historia. El autor del libro que encontrase el gafitas de la primera novela es profesor de arte en el Cádiz de 1947, pero en realidad se dedica a investigar misterios. En ese momento se encuentra empeñado en comunicarse con los muertos y será uno de suss alumno, Eulogio, quien lo ayudará a resolver esa cuestión sin saber que se van a ver envueltos en algo mucho más sangriento y más dramático. Y aquí es donde se me torció todo, porque no hace mucho que leí Luz y verdad del espiritualismo (en la edición de Cazador de ratas) y ya conocía de la existencia de este libro, de cómo fue impreso, censurado e incluso quemado en Cádiz y sobre su contenido acerca de la comunicación con los muertos mediante un trípode. No recuerdo yo que las instrucciones sobre las sesiones fueran tan detalladas como para realizar una sesión en casa, pero es que estaba tan cansada de la insistencia en que "los ateístas" y la gente de ciencia se iban a reír y los autores iban a borrarles la sonrisa al desmontar todos sus argumentos, sin que llegase a ver dichos argumentos, que no presté demasiada atención. Sea como sea, cuando Antonio y Eulogio encuentran el libro que buscan, no me supuso ninguna sorpresa. De manera similar, hace siglos leí Salambó de Flaubert, he visto los restos de un tophet en Mozzia, conozco las resonancias bíblicas de ese término y por tanto cuando Eulogio tiene la visión de una estatua con cabeza de carnero y un horno rugiente la asociación con Baal fue inmediata. Sabiendo que el rito incluía niños y fuego y las numerosas alusiones al rojo, era fácil atar cabos.

De todos modos, no sabía cómo unir todas las tramas en un final que las cerrase todas, no puedo ser tan pedante como para afirmar que no me ha gustado porque ya sabía qué iba a pasar, pero la sensación respecto a La llave de los misterios ha sido muy diferente. Entre otras cosas, porque las últimas páginas del otro libro hacen anticipar el desenlace desgraciado de éste, aunque no es tan dramático como yo pensaba que sería (pensaba que el responsable de separar a los protagonistas sería el régimen franquista y no fuerzas sobrenaturales). Por la ambientación, por las víctimas, por los hechos, por todo, a pesar de los esfuerzos de Eulogio es un libro mucho más sombrío.

Sea como sea, son libros que abarcan todo Cádiz. Es escenario y protagonista. Sus monumentos, sus calles, sus gentes, sus costumbres. Si hay que extrapolar las páginas a quien las escribe, hay aquí mucho amor por la patria chica. Puesto que yo no soy gaditana, pero ya he dejado constancia de que algún lazo tengo con la ciudad (amigos y correrías), es un aspecto de esta lectura que me encanta.

Un libro es mucho más que el trabajo de su autor. Es cuándo lo lees, con qué disposición, con qué bagaje, aquello de que "La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha" trasladado a la letra impresa, así que no puedo decir nada malo de esta obra, salvo que me ha dejado bastante indiferente. No era el momento, sencillamente. De hecho, ni siquiera iba a escribir este post y sólo espero que el autor nunca llegue a leerlo, porque aún confío en ir a la Feria del Libro de Cádiz y que me firme mi ejemplar de La ciudad oscura.

20.6.21

El hombre que hacía listas

No recuerdo en qué cuenta de Twitter vi una fotografía de la cubierta de Memorial de los libros naufragados. Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal, de Edward Wilson-Lee, editado por Ariel, y pensé "Qué título más hermoso". Puesto que la Biblioteca Colombina tiene su sede en Sevilla y ya había leído algo sobre cómo sus fondos se habían visto mermados (empezando por que se aloja en la Catedral de Sevilla y la Inquisición se encargó de expurgar bien a fondo, aunque habrían de sobrevenir otros desastres), me picó la curiosidad. Llevo ya unos cuantos post aclarando que no tengo la cabeza para lecturas sesudas y este libro es obviamente un ensayo, así que me ha costado toda mi cabezonería terminarlo. La única pena de leer en estas condiciones es que no he sacado todo el provecho que podría a esta lectura, que no es de un academicismo árido ni mucho menos.

En las fechas en la que escribo esto aún se está celebrando el quinto centenario de la primera circunnavegación del mundo, así que todo lo relativo a la Era de los Descubrimientos está muy en boga. Lógicamente, el Descubrimiento de América forma parte de la épica nacional y algo aprendí al respecto en mis años de EGB y BUP, pero creo que sobre los siguientes viajes de Colón supe de su existencia y poco más. En esta obra se describen los antecedentes del primer viaje y los acontecimientos más sobresalientes de los siguientes, pero no volveremos al Nuevo Mundo con Colón y todo lujo de detalles hasta su cuarto viaje, porque será en el que le acompañe Hernando.

Hernando era el segundo hijo de Cristóbal Colón, nacido en Córdoba, fuera del matrimonio. El primogénito era Diego y ambos hermanos entraron al servicio del príncipe Juan. En aquellos tiempos la corte era itinerante y por tanto Diego tuvo su primer contacto con las listas y catálogos, ya que solían hospedarse en las casas de distintos nobles y había que distinguir el ajuar propio del ajeno. También le permitió el trato con algunos intelectuales de la época que se encargaban de la formación del heredero. Parece ser que Hernando ya apuntaba maneras y no estaba demasiado interesado en la caza, sino que sacó buen provecho de la formación humanista que pudo obtener de su temporada al servicio de la Casa del Príncipe (trató con Pedro Mártir de Anglería y se postula que pudo haber tenido algún contacto incluso con Nebrija, el autor de la primera gramática española). Curiosamente también se destaca en esta parte de su biografía que no era lo que se dice guapo. Más adelante se mostrará una lámina con un retrato suyo que certifique que no lo era en absoluto.

Como comenté antes, Colón llevó consigo en su cuarto viaje a su hijo menor. El autor no pierde oportunidad de alabar la capacidad de observación del muchacho y sus anotaciones en sus diarios: estableció la analogía entre un manatí y una ternera en una época en que los mamíferos marinos todavía se catalogaban como peces, se apercibió de una perturbación magnética que no fue descubierta oficialmente hasta mucho después, por un detalle en un encuentro con los nativos taínos descubrió el uso de las semillas de cacao como dinero... Ya empiezan a perfilar a Hernando como un innovador en distintos campos y, sobre todo, como un acumulador compulsivo de saber. En esta parte del relato me llamó mucho la atención la reflexión sobre los testimonios acerca de los nativos: se empieza relatando su cosmogonía, porque Dios es el inicio, y de ahí se va trasladando el relato de su sociedad a sus costumbres. De lo superior a lo inferior, pero al ser sus deidades tan distintas de la europea ya se establece una "otredad". Si sus dioses ya son ridículos a ojos europeos, qué no habrá de ser toda una comunidad que se fundamenta en esas creencias. Estas reflexiones sobre la forma de ordenar y expresar el conocimiento  y cómo se reflejan en toda la sociedad aparecen una y otra vez a lo largo del libro, según van evolucionando dichas formas. 

Obviamente, ya desde el primer viaje hay envidias, rencillas, reclamaciones y una gran cantidad de política y ambiciones alrededor de Cristóbal Colón y sus exigencias. Hernando, como hijo menor e ilegítimo, queda fuera de toda herencia y de cualquier derecho adquirido, pero curiosamente se convierte en el valedor de la memoria de su padre y de los asuntos de su hermano (en este libro se hace un retrato de Diego que no es nada favorecedor, y esta vez no me refiero al aspecto físico). A pesar de todo, se incide mucho en la tremenda devoción que sentía Hernando por su progenitor y la gran admiración por su obra.

No me voy a extender en detalles, porque quien quiera saber sobre la vida de Hernando Colón sólo tiene que leer esta u otra biografía, pero uno de los detalles que desconocía por completo y me ha llamado poderosamente la atención es la existencia del Libro de las profecías. El Almirante quería respaldar su descubrimiento como algo que le estaba destinado y entraba dentro de los planes divinos. Era una manera de afianzar y defender su posición en la maraña de pleitos y acusaciones en la que estaba envuelto, pero me sorprendió mucho esa creencia de que toda la Historia de la Humanidad estaba determinada: con este libro, Colón insertaba su descubrimiento en el devenir profetizado de los acontecimientos.

A la muerte de su padre, Hernando litigia por defender a su hermano, tanto por percibir todo aquello prometido en las Capitulaciones de Santa Fe como para defenderlo en Roma ante el tribunal de la Rota por una querella en relación a un hijo natural. También entra al servicio de la Corte: sea por un encargo, sea por otro, va pasando por los distintos centros europeos de la impresión y distribución de libros. Es fascinante la tranquilidad con que el autor afirma que compró mil libros en un mes, setecientos en otro, pero sólo ochenta en cierta ciudad porque allí era complicado encontrar títulos que ya no tuviera. ¡Y yo que me considero compradora compulsiva por comprar unos diez al mes! Claro que Hernando aspiraba a una biblioteca universal, así que compraba también láminas, dibujos y grabados, opúsculos y pasquinos que otras instituciones descartaban en favor de clásicos y manuscritos. De esta acumulación de libros nació la necesidad de catalogar e indexar, para no repetir adquisiciones, e incluso el maravilloso título de esta obra: parece que envió a España más de mil quinientos libros y el navío que los transportaba se hundió. El libro donde los tenía anotados y catalogados recibió el título de Memorial de los libros naufragados (me sigue pareciendo una absoluta preciosidad).

Se estima que en el momento de su muerte tenía entre quince mil y veinte mil libros. No era una biblioteca pública, pero sí se pretendía que fuera útil y por tanto fue uno de los pioneros en los índices por materia. Ya que había libros con el mismo título y contenido similar, incluso contrató "sumistas", personas que hicieran resúmenes de las obras para ayudar a concretar la búsqueda del libro correcto. Se nos detalla la evolución de la catalogación, cómo descartó el sistema de pupitres con libros encadenados en favor de las estanterías, cómo guardaba copias adicionales en Santa María de las Cuevas para poder reponer las dañadas e incluso cómo inventó algo parecido al primer archivo de fichas que le permitiera modificar el orden sin tener que reescribir el catálogo entero.

La evolución de la biblioteca, lógicamente, va de la mano de la historia de la época: la coronación de Carlos V, la aparición del luteranismo, el saco de Roma, la amenaza de los otomanos. La vida de Hernando está ligada a la corte y sus vaivenes, de ahí que a veces tuviera que pedir prestado para sus adquisiciones y otras recibiera encargos del rey y tuviera liquidez, ya que su hermano nunca llegó a hacerse cargo de la parte que Cristóbal Colón había destinado a su hijo pequeño en su testamento.

Hernando era un verdadero hombre del Renacimiento: su biblioteca abarca todas las materias conocidas de la época y él mismo fue encargado del Patrón Real, fuente de todas las cartas náuticas utilizadas por los barcos españoles; también propuso en 1511 una primera circunnavegación al globo, proyecto que no salió adelante; plantó en su casa de la calle Goles cuantas especies pudo recolectar; y envió a varios agentes a lo largo y a lo ancho de España con el primer modelo de cuestionario para establecer un mapa detallado del país. Es increíble la cantidad de proyectos que fue capaz de abarcar.

Hay millones de detalles en este libro que hacen que merezca la pena su lectura, tantos que este escrito mío resulta muy pobre en comparación. Me dejo muchísimas cosas en el tintero, como las especulaciones sobre un lenguaje perfecto (Hernando empezó a escribir su propio diccionario) frente a la necesidad de un índice alfabético que utilizase "serpiente" y "culebra" además de "áspid" porque el usuario quizá no fuera tan específico a la hora de elegir el término de búsqueda. Mil y un detalles que hoy parecen naturales en el funcionamiento de una biblioteca normal o en un buscador de internet, pero que en aquella época supusieron verdaderas innovaciones y que no fueron aceptadas en otras instituciones hasta mucho después. Es, desde luego, un libro harto interesante sobre la vida intelectual de la Europa de finales del siglo XV y buena parte del XVI y no sé por qué no he sido capaz de leer más de quince páginas seguidas.

16.6.21

¿Y si...?

No hace demasiado, Gigamesh liquidó una serie de títulos de ciencia-ficción y fantasía. El sueldo es el que es, así que no pude darme todos caprichos, pero sí me permití Futuros perdidos, de Lisa Tuttle, autora de la que no recuerdo haber leído nada previamente.

El concepto de multiverso me remite directamente a Michael Moorcock y a su Campeón Eterno, que poco tiene que ver con esta obra. Aquí, la idea con la que se juega es que cada posibilidad existe de manera simultánea en universos paralelos: en mi realidad, hoy me he levantado, he desayunado y he encendido el ordenador para trabajar a pesar del dolor de cabeza que lleva amargándome una semana entera, pero en otra diferente me he tomado un paracetamol, me he vuelto a acostar y que le dieran por culo al trabajo, lo cual tendría unas consecuencias muy distintas. Tal vez en un tercer universo esta migraña es en realidad un ictus y no llego a levantarme. Mientras he estado trabajando, otra yo cuenta con una sanción grave por faltar al trabajo sin causa justificada y una tercera está muerta y no tiene que preocuparse más por esas cuestiones. En la saga de Alvin Maker aparece una teoría parecida. Existen unas mujeres, las teas, que ven el futuro desplegado como un árbol o como un camino lleno de encrucijadas. Con cada decisión tomada, se concreta el itinerario, desaparecen algunas ramificaciones y surgen otras nuevas. Ellas pueden verlas todas y ayudar a elegir la más adecuada o la menos dañina. Juraría que en uno de los libros de las brujas de Terry Pratchett (¿Lores y Damas? Han pasado muchos años desde aquella lectura), también hay un momento en que aparecen múltiples versiones de Yaya Ceravieja en función de los distintos destinos posibles. No es, por tanto, una hipótesis que me resulte desconocida.

Parece ser que no es sólo ciencia-ficción, sino que las matemáticas y la física también tienen su andamiaje para fundamentar la existencia de estos universos paralelos, pero en ese tema no me atrevo a entrar.

Lucy Clare Beckett se siente culpable por la muerte de su hermano. Dejó de lado su pasión por la ciencia para tontear con chicos, nunca salió de su pueblo y terminó siendo contable. Arruinó a conciencia su relación para evitar casarse con un hombre al que no ha dejado del todo. Tiene una mejor amiga, su propia casa, un coche, un trabajo estable, pero está atrapada en la rutina y no se decide a romper con todo y cambiar. ¿Qué hubiera pasado si la noche de la muerte de su hermano hubiera actuado de otra manera? ¿Sería una afamada matemática si hubiera terminado los estudios universitarios? ¿Y si se hubiera casado con Barry? ¿Y si...? ¿Y si...? De repente, es capaz de recordar como algo vivido verdaderamente todas esas posibilidades: una cena con su hermano, vivo; una vida de estudio en un piso con una gata; un marido que no es aquel al que dejó plantado, sino un músico que conoció en Londres (donde no ha estado). De algún modo, la pared que la separa de todas esas existencias posibles pero descartadas en función de las decisiones tomadas se ha vuelto permeable. Todo tiene que complicarse aún más y no seré yo quien desvele nada determinante en el desarrollo de la trama, principalmente porque todavía estoy dando vueltas a lo leído e intentando sacar conclusiones.

Es una obra desasosegante. No sólo por la reacción más obvia, que es plantearse la posibilidad de que cada cual esté viviendo la vida que realmente desea en este mismo momento y no lo esté haciendo por haberse equivocado en las elecciones cruciales. Clare asiste a terapia y allí se le recalca que nuestras decisiones no dependen enteramente de nosotros, aunque tampoco podamos culpar por entero de nuestras frustraciones a las circunstancias o a los demás. La ecuación es más compleja. El desasosiego viene de la confusión de recuerdos, de personalidades, de circunstancias. A veces son recuerdos, flashbacks, pero en ocasiones Clare sí cruza puertas y se ve atrapada en la vida de sus otros yoes, no necesariamente los más afortunados, así que es complicado ubicarse y saber qué está pasando ni por qué. Ni siquiera el final consiguió explicarme algunas transiciones entre un escenario y otro. Imagino que el libro requiere una lectura más atenta que la que he podido hacer (enhorabuena a mi otro yo que se libró de la migraña en la recombinación genética y vive sin esta tortura, o a la que sí aprobó las oposiciones a la primera, o...). Tal vez ese efecto de desconcierto no sea cuestión de prestar más atención, sino que es plenamente buscado por la autora.

En el prólogo se habla de que Clare es una protagonista absolutamente humana, una persona normal con reacciones que reconocemos como propias ante las situaciones extraordinarias. Es cierto. Todo los planteamientos de este tipo que recuerdo siempre se han desarrollado en escenarios que se identifican mucho más claramente con la ciencia ficción y la fantasía. Quizá pudiera tener alguna similitud con "Donde quiera que se oculten", un cuento de Tim Powers que leí no hace mucho, pero aunque se ambiente en el mundo real no hay realidades paralelas, sino que la única que hay se ve modificada por las acciones de viajeros en el tiempo. Toda la semejanza, por tanto, implica que cualquiera que se encuentre ante una situación así piensa en primer lugar que se está volviendo loco.

Todavía tengo que reflexionar bastante antes de decidir si el libro me ha gustado o no. Es diferente a otras obras sobre el tema, eso es innegable, pero no sé si me puedo sumar a los adoradores de la autora o si deshacerme del ejemplar en la próxima liberación de BookCrossing o en Wallapop.

12.6.21

Ojala supiera escribir así

Si alguien está leyendo este intento mío de retomar lo que era una sana costumbre, ya sabrá que estas letras no son críticas ni reseñas, sino mi experiencia con el libro, opinión pura y dura, condicionada por todas las demás lecturas e incluso por lo que ha rodeado la compra del ejemplar. No debe sorprender a nadie, por tanto, que empiece contando que cuando era pequeña leí Las aventuras de Vania el forzudo, de Otfried Preussler. Han pasado tantos años de aquella lectura que no me atrevería a jurarlo, pero creo que fue a través de Vania que supe de la existencia de Baba Yagá y su casa con patas de gallina. Los libros que leí y las series que vi de niña han configurado de tal manera mis gustos que compré Baba Yagá puso un huevo, de Dubravka Ugrešic, sin saber de qué iba, sólo por lo que me evocaba el título.

No tengo reparos en reconocer que soy una mente simple y que si hubiera sabido qué me iba a encontrar probablemente no lo hubiera comprado. También reconozco que, una vez que lo terminé, estaba maravillada. Todo empieza con una escritora que vuelve a casa de su madre, con la que no parece tener muy buena relación. La madre ha alojado a una estudiante de doctorado con la que parece congeniar mejor que con su propia hija, a quien la chica admira mucho. Recuerdan hechos, visitan paisajes de la infancia, constatan cambios, a la escritora no termina de caerle bien la muchacha y yo no acababa de encontrarle el sentido a aquello. Me gusta que me cuenten hechos, no me encuentro cómoda con las historias de sentimientos, sensaciones y relaciones porque nunca sé a qué atenerme ni qué conclusiones debo sacar. Si la relación con la madre es una metáfora de la transición del comunismo al capitalismo y a la situación actual de los países del Este o no es más que un conflicto generacional como otro cualquiera, de amor por encima de las diferencias, no lo sé y me quedo al margen de la historia sintiéndome una intrusa.

Cuando llegué a la segunda parte del libro, aluciné. Tres ancianas arramblan con todos sus ahorros y se van a un balneario a darse tratamientos, a jugar en el casino, a vivir a lo grande. Se nos dan pinceladas de su vida, de la relación entre ellas y, lo que me sorprendió mucho, hay una pizca de magia. Estas ancianas son más de lo que aparentan y yo debiera haberlo adivinado por el título del libro. No hay ninguna jovencita, pero me acordé de las brujas de Terry Pratchett, de las Nornas de la mitología nórdica, porque hay algo atávico en las tríadas de mujeres, hijas, madres, abuelas. Esa parte era divertida y trágica a partes iguales,  pero yo seguía estando en la inopia.

Entonces, la tercera parte. Un estudio antropológico, sí, árido como él solo, pero de repente ese informe sobre la mitología balcánica y los seres mágicos femeninos confería a todo lo anterior la unidad  y el sentido que yo necesitaba. Con esa explicación, toda la novela es perfecta. Sí, necesité que la propia autora desgranase qué había tras cada escena de la obra para comprenderla pero, una vez que lo hice, era maravillosa. Era cuestión de tiempo leer más de esta autora, claro.

Compré La edad de la piel sólo por su nombre en la portada, sin atender a nada más. Después del libro de Baba Yagá, podría leer hasta su lista de la compra, me daba lo mismo. Salvo que no era una novela, era una serie de ensayos de una escritora croata afincada en Ámsterdam. Cuando fue el "conflicto yugoslavo" yo ya tenía edad de interesarme por los sucesos del mundo, pero veinticinco años después sigo sin hacerlo, así que buena parte del marco del que parte la autora me resulta desconocido (he mirado en qué consistió la Operación Tormenta justo antes de teclear estas frases). Tampoco es que me hiciera falta mucho contexto para comprender los ensayos que hacían referencia a la limpieza étnica, al borrado del pasado antifascista, al alzamiento del neofascismo, a las señales identitarias de los nuevos nazis, las mismas a pesar de las distintas nacionalidades. Hay muchos temas que se tratan en este volumen, porque contiene diferentes ensayos, pero parece que el predominante es la estupidez humana en sus diversas facetas. Se pasa del comunismo, con todo su cemento, a una democracia corrupta. Los nazis ya quemaron el arte degenerado, pero se destruyen las obras que puedan recordar a los partisanos o a cualquier aspecto de la vida previa que no se acomode al ideario actual.

Otro aspecto de la imbecilidad humana a tratar es el machismo. No en su faceta más cruda, que tampoco nos la ahorra, sino en cosas más sutiles como la tiranía de la estética, ser una autora juzgada por un canon masculino hasta tal punto que afirmen que "se debe" a otros ensayistas (todos varones), un largo etcétera de detalles. Se incluyen las mujeres migrantes, por supuesto, ya que la propia autora vive en un país que no es en el que nació. Racistas que van a otros países a hacer tareas que en el suyo desempeñan los de otras etnias, el colmo de la contradicción. Historias de médicos e ingenieros que se preguntan en qué punto equivocaron el camino, de limpiadoras que ya hablan mejor el idioma de su nuevo hogar que el dialecto del lugar de donde previenen... De manera similar a la que se trata el machismo, no hay concertinas ni devoluciones en caliente, sino historias humanas devastadoras. Es muy curiosa la alusión a las tumbas de los gitanos, porque lo que se cuenta de éstas en la Europa del Este puede verse en el cementerio de San Fernando en Sevilla: los errantes, a la hora de elegir su última morada, el sitio del que ya no han de moverse, nos hacen un corte de mangas (lo del corte de mangas son palabras textuales).

Hay muchas páginas dedicadas a los balnearios. Qué literarios son los balnearios. Ella nombra a Thomas Mann y yo recuerdo la segunda parte de Baba Yagá puso un huevo, con sus viejecitas. Ha pasado mucho tiempo entre una lectura u otra, pero yo creía ver apuntes de una obra en la otra.

Se recurre en un par de ocasiones también al hombre corriente y a las nuevas tecnologías como la oportunidad de dejar de serlo. Siempre felices, cada instante inmortalizado en las redes sociales a la espera de un like que nos haga creer que dejamos recuerdo de nuestro paso por la Tierra. "...hoy cualquier Narciso en el globo terráqueo se puede permitir un espejo.". Se ve que a una profesional de la escritura le duele que cualquier influencer pueda publicar un libro o baste acostarse con la persona adecuada para que un equipo de profesionales te edite una cantidad de páginas sin necesidad de que redactes ni media página. Le duele la "amateurización" del arte (tendría que confirmar si ésa es la palabra que usa) por un lado y por otro su democratización: criticar el último best-seller o la última película oscarizada es un suicidio social, se interpreta como necesidad de atención. Para qué queremos criterio propio si podemos fiarnos de lo que a todo el mundo le gusta.

Podría demorarme mucho en describir cada ensayo. Hay mucho contenido sobre el que reflexionar, pero lo que realmente me ha enamorado es la forma de desarrollarlo. Por supuesto que hay melancolía en algunos párrafos, pero también hay un punto de lucidez, de distancia tanto física como emocional, y un tanto de ironía. No sé qué edad tendrá esta señora, pero se nota que se permite juzgar ciertas cosas desde la perspectiva de los años. Ya se sabe, los jóvenes de ahora... Adopte la postura que adopte, sin embargo, mi impresión es que cada palabra es la palabra exacta para afirmar lo que quiere decir. No sé cómo será en versión original, pero la traducción al castellano me parece maravillosamente escrita. Siendo de ciencias puras, no sé con qué razonamientos apuntalar esta afirmación, pero mataría por tener esa facilidad para utilizar el lenguaje de forma tan cercana y tan precisa; de incluir imágenes hermosas de manera natural, sin caer en la metáfora rebuscada; de que parezca que todo se comenta ante un café sin que el tono sea coloquial, pero sí tan natural.

No puedo decir qué quiero ser de mayor, porque ya lo soy, pero sí puedo afirmar que daría lo que fuera por escribir así.