12.6.21

Ojala supiera escribir así

Si alguien está leyendo este intento mío de retomar lo que era una sana costumbre, ya sabrá que estas letras no son críticas ni reseñas, sino mi experiencia con el libro, opinión pura y dura, condicionada por todas las demás lecturas e incluso por lo que ha rodeado la compra del ejemplar. No debe sorprender a nadie, por tanto, que empiece contando que cuando era pequeña leí Las aventuras de Vania el forzudo, de Otfried Preussler. Han pasado tantos años de aquella lectura que no me atrevería a jurarlo, pero creo que fue a través de Vania que supe de la existencia de Baba Yagá y su casa con patas de gallina. Los libros que leí y las series que vi de niña han configurado de tal manera mis gustos que compré Baba Yagá puso un huevo, de Dubravka Ugrešic, sin saber de qué iba, sólo por lo que me evocaba el título.

No tengo reparos en reconocer que soy una mente simple y que si hubiera sabido qué me iba a encontrar probablemente no lo hubiera comprado. También reconozco que, una vez que lo terminé, estaba maravillada. Todo empieza con una escritora que vuelve a casa de su madre, con la que no parece tener muy buena relación. La madre ha alojado a una estudiante de doctorado con la que parece congeniar mejor que con su propia hija, a quien la chica admira mucho. Recuerdan hechos, visitan paisajes de la infancia, constatan cambios, a la escritora no termina de caerle bien la muchacha y yo no acababa de encontrarle el sentido a aquello. Me gusta que me cuenten hechos, no me encuentro cómoda con las historias de sentimientos, sensaciones y relaciones porque nunca sé a qué atenerme ni qué conclusiones debo sacar. Si la relación con la madre es una metáfora de la transición del comunismo al capitalismo y a la situación actual de los países del Este o no es más que un conflicto generacional como otro cualquiera, de amor por encima de las diferencias, no lo sé y me quedo al margen de la historia sintiéndome una intrusa.

Cuando llegué a la segunda parte del libro, aluciné. Tres ancianas arramblan con todos sus ahorros y se van a un balneario a darse tratamientos, a jugar en el casino, a vivir a lo grande. Se nos dan pinceladas de su vida, de la relación entre ellas y, lo que me sorprendió mucho, hay una pizca de magia. Estas ancianas son más de lo que aparentan y yo debiera haberlo adivinado por el título del libro. No hay ninguna jovencita, pero me acordé de las brujas de Terry Pratchett, de las Nornas de la mitología nórdica, porque hay algo atávico en las tríadas de mujeres, hijas, madres, abuelas. Esa parte era divertida y trágica a partes iguales,  pero yo seguía estando en la inopia.

Entonces, la tercera parte. Un estudio antropológico, sí, árido como él solo, pero de repente ese informe sobre la mitología balcánica y los seres mágicos femeninos confería a todo lo anterior la unidad  y el sentido que yo necesitaba. Con esa explicación, toda la novela es perfecta. Sí, necesité que la propia autora desgranase qué había tras cada escena de la obra para comprenderla pero, una vez que lo hice, era maravillosa. Era cuestión de tiempo leer más de esta autora, claro.

Compré La edad de la piel sólo por su nombre en la portada, sin atender a nada más. Después del libro de Baba Yagá, podría leer hasta su lista de la compra, me daba lo mismo. Salvo que no era una novela, era una serie de ensayos de una escritora croata afincada en Ámsterdam. Cuando fue el "conflicto yugoslavo" yo ya tenía edad de interesarme por los sucesos del mundo, pero veinticinco años después sigo sin hacerlo, así que buena parte del marco del que parte la autora me resulta desconocido (he mirado en qué consistió la Operación Tormenta justo antes de teclear estas frases). Tampoco es que me hiciera falta mucho contexto para comprender los ensayos que hacían referencia a la limpieza étnica, al borrado del pasado antifascista, al alzamiento del neofascismo, a las señales identitarias de los nuevos nazis, las mismas a pesar de las distintas nacionalidades. Hay muchos temas que se tratan en este volumen, porque contiene diferentes ensayos, pero parece que el predominante es la estupidez humana en sus diversas facetas. Se pasa del comunismo, con todo su cemento, a una democracia corrupta. Los nazis ya quemaron el arte degenerado, pero se destruyen las obras que puedan recordar a los partisanos o a cualquier aspecto de la vida previa que no se acomode al ideario actual.

Otro aspecto de la imbecilidad humana a tratar es el machismo. No en su faceta más cruda, que tampoco nos la ahorra, sino en cosas más sutiles como la tiranía de la estética, ser una autora juzgada por un canon masculino hasta tal punto que afirmen que "se debe" a otros ensayistas (todos varones), un largo etcétera de detalles. Se incluyen las mujeres migrantes, por supuesto, ya que la propia autora vive en un país que no es en el que nació. Racistas que van a otros países a hacer tareas que en el suyo desempeñan los de otras etnias, el colmo de la contradicción. Historias de médicos e ingenieros que se preguntan en qué punto equivocaron el camino, de limpiadoras que ya hablan mejor el idioma de su nuevo hogar que el dialecto del lugar de donde previenen... De manera similar a la que se trata el machismo, no hay concertinas ni devoluciones en caliente, sino historias humanas devastadoras. Es muy curiosa la alusión a las tumbas de los gitanos, porque lo que se cuenta de éstas en la Europa del Este puede verse en el cementerio de San Fernando en Sevilla: los errantes, a la hora de elegir su última morada, el sitio del que ya no han de moverse, nos hacen un corte de mangas (lo del corte de mangas son palabras textuales).

Hay muchas páginas dedicadas a los balnearios. Qué literarios son los balnearios. Ella nombra a Thomas Mann y yo recuerdo la segunda parte de Baba Yagá puso un huevo, con sus viejecitas. Ha pasado mucho tiempo entre una lectura u otra, pero yo creía ver apuntes de una obra en la otra.

Se recurre en un par de ocasiones también al hombre corriente y a las nuevas tecnologías como la oportunidad de dejar de serlo. Siempre felices, cada instante inmortalizado en las redes sociales a la espera de un like que nos haga creer que dejamos recuerdo de nuestro paso por la Tierra. "...hoy cualquier Narciso en el globo terráqueo se puede permitir un espejo.". Se ve que a una profesional de la escritura le duele que cualquier influencer pueda publicar un libro o baste acostarse con la persona adecuada para que un equipo de profesionales te edite una cantidad de páginas sin necesidad de que redactes ni media página. Le duele la "amateurización" del arte (tendría que confirmar si ésa es la palabra que usa) por un lado y por otro su democratización: criticar el último best-seller o la última película oscarizada es un suicidio social, se interpreta como necesidad de atención. Para qué queremos criterio propio si podemos fiarnos de lo que a todo el mundo le gusta.

Podría demorarme mucho en describir cada ensayo. Hay mucho contenido sobre el que reflexionar, pero lo que realmente me ha enamorado es la forma de desarrollarlo. Por supuesto que hay melancolía en algunos párrafos, pero también hay un punto de lucidez, de distancia tanto física como emocional, y un tanto de ironía. No sé qué edad tendrá esta señora, pero se nota que se permite juzgar ciertas cosas desde la perspectiva de los años. Ya se sabe, los jóvenes de ahora... Adopte la postura que adopte, sin embargo, mi impresión es que cada palabra es la palabra exacta para afirmar lo que quiere decir. No sé cómo será en versión original, pero la traducción al castellano me parece maravillosamente escrita. Siendo de ciencias puras, no sé con qué razonamientos apuntalar esta afirmación, pero mataría por tener esa facilidad para utilizar el lenguaje de forma tan cercana y tan precisa; de incluir imágenes hermosas de manera natural, sin caer en la metáfora rebuscada; de que parezca que todo se comenta ante un café sin que el tono sea coloquial, pero sí tan natural.

No puedo decir qué quiero ser de mayor, porque ya lo soy, pero sí puedo afirmar que daría lo que fuera por escribir así.