30.5.21

Los amantes, de Philip José Farmer

Ya he contado por ahí que este año intenté llevar un diario de lectura, sin mucho éxito. Se podría considerar que este blog lleva camino de convertirse en uno, porque lo que aquí escribo no son reseñas, ni críticas, sino mi reacción a lo leído, la crónica de mi experiencia con el libro. Es muy fácil con algunos, pero hay otros que pasan por mis manos sin pena ni gloria, sin que haya nada que pueda decir de ellos. No es el caso de éste, por fortuna, pero tampoco tengo muy claro si he sacado algo de esta lectura.

Cuando terminé de leer Mundo Infierno recordé que había comprado Los amantes por dos euros en Wallapop y lo había abandonado en alguno de los montones que se multiplican por cualquier lugar de la casa. Costó un poco de trabajo arqueológico recuperarlo, todo sea dicho, pero mereció la pena.

Hal Yarrow es un atón. El concepto de atón es interesante, porque se crea en una situación que creo se da hoy día, tal y como se enfocan los estudios. Cuando los científicos están tan sumamente especializados en un campo y necesitan algún dato de una rama que no dominan, precisan de un experto que sepa bucear en el océano de publicaciones y pueda enlazar los distintos saberes de manera útil para el sabio. Al ser sus investigaciones mucho más genéricas, es considerado un trabajador poco cualificado, aunque útil.

La siguiente idea maravillosa es el Iglestado. Es una palabra fabulosa, una definición en sí misma. Estamos ante una Tierra que ha sufrido las llamadas Guerras Apocalípticias, pero a pesar del extermino de la inmensa mayoría de la población, el hombre ha vuelto a reproducirse hasta tal punto que los apartamentos son compartidos por una pareja que trabaja en tanto otra hace uso del espacio y vuelve para dormir y descansar cuando la segunda se marcha a sus quehaceres. La unión iglesia-estado es completa y domina absolutamente todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos, que tienen asignados un agpt (un Ángel de la Guarda Pro-Témpore) que vigile la más mínima infracción. De esas infracciones dependen los ingresos y el estatus social, pero es demasiado fácil incurrir en ellas. Es una religión muy realista en la que cualquier acto no verificable (una hipótesis, un deseo, imaginar otra posibilidad) supone impureza. Los matrimonios son concertados y los actos carnales también están cuidadosamente planificados, porque todos tienen la obligación de traer vástagos al mundo para seguir alimentando la maquinaria. Curiosamente, en una sociedad tan apegada a los hechos, que culpa al individuo de todo como consecuencia directa de sus actos, los sueños se consideran profecías.

Yarrow, lingüista, recibe un encargo que le obliga a viajar y alejarse así de su mujer, cosa que no le desagrada porque sólo el miedo a empeorar su situación le impide divorciarse. Cuando está esperando para embarcar en su transporte, el cuerpo de seguridad lo arranca de la cola y lo lleva ante un alto mando. Es una escena tremenda para ejemplificar qué es el Iglestado y es lógico temerse lo peor, pero no: puesto que saben que quiere separarse de su esposa, le proponen darlo por muerto y enviarlo en un viaje espacial que durará cuarenta años (en suspensión o estasis, claro). El objeto es llegar a un planeta que parece viable para la vida humana, tan necesitada de más espacio vital (¿os suena el concepto?), y que él pueda estudiar el lenguaje de sus habitantes para establecer comunicación con ellos. Hal está encantado de librarse de su mujer, pero no sabe que tendrá que cargar a cambio con el agpt que le ha amargado la existencia.

A partir de aquí, la libertad. No quiero explayarme mucho sobre el desarrollo de la trama, pero Yarrow toma contacto con aborígenes cuya tecnología es inferior a la de los humanos y cuya moral es muy diferente. A base de charlar con ellos empieza a plantearse si es preciso atenerse tan rígidamente a los principios de su religión, si estos tienen sentido siquiera. Ya tenía cierta tendencia a desobedecer, pero ahora comienza a ver de otra manera muy diferente el sistema en que vive. Para más inri, descubre a una hermosa muchacha (que él cree descendiente de una expedición humana previa) con la que el sexo es muy distinto a lo que prescribe su misógino profeta. En tanto Yarrow hace amigos, descubre el amor y el placer, se desarrolla como persona fuera de las imposiciones del Iglestado, los humanos están investigando un arma biológica que extermine a todos los habitantes del planeta y deje vía libre a la colonización.

Buscando por la red algún enlace que pudiera facilitar información objetiva sobre el libro he encontrado muchas opiniones sobre la historia de amor que rompe barreras: el protagonista cree que su amada tiene origen humano, pero que en algún momento se ha hibridado con los nativos del planeta. El autor, poco a poco, va dando pistas de la veracidad o no de estas suposiciones. Sin embargo, no es esta historia de amor inter-especies lo que yo destacaría de esta novela, sino que por una vez los humanos no son los buenos. Ya lo hizo Michael Moorcock (no recuerdo el título de la novela, pero el protagonista se alineaba con los elfos) e incluso pudimos verlo en Avatar, pero la novela es de 1961 y aún hoy día no suele ser lo habitual: estamos más acostumbrados a que la Tierra se defienda de la amenaza extraterrestre, no a ser dicha amenaza. Es en su trato con los nativos insectoides que el protagonista adquiere toda su humanidad, reprimida por la religión, la obligación, la sociedad. Se titula Los amantes y por supuesto hay una historia de amor, pero no es el suceso más importante.

Por otro lado, el plan de exterminio, que emula al que se llevó a cabo en la Tierra durante las Guerras Apocalítpicas, es de una brutalidad espantosa y me fascinó, pero todo lo que sea aniquilar suele llamarme la atención y no quiero estropearle a nadie los detalles más jugosos.

No es que haya sido una obra que haya cerrado con un entusiasmo irreprimible, pero me han gustado las ideas que plantea y, desde luego, no le falta originalidad.

27.5.21

¿El Infierno? Ya estamos en él

No hace mucho, la editorial Gigamesh organizó un outlet. Me gustan la ciencia ficción y la fantasía, aunque últimamente tenía bastante abandonados ambos géneros, así que aproveché la ocasión y, entre otros, compré Mundo Infierno, de Philip José Farmer. Han pasado muchos años desde que leí sus novelas de Mundo Río, pero tenía buen recuerdo de ellas y parece ser que Mundo Infierno contiene la semilla de aquellas otras.

Jack Cull está en el Infierno. No tiene muy claro por qué. Sentía cierto rencor hacia alguien del trabajo y sospechaba que su esposa le era infiel, pero no parece justo que sentimientos tan nimios lo hayan condenado. No hay atardeceres ni amaneceres, porque no hay un horizonte por el que pueda ascender el sol, y la comida no es gran cosa, pero básicamente vive en un remedo de la vida en la Tierra. De hecho, ya hay allí más humanos que demonios y por tanto han desplazado a estos últimos a tareas serviles, pero todos tienen que trabajar para mantenerse. En ese aspecto, Cull ha tenido suerte: trabaja para el Intercambio, algo que parece ser un organismo de gobierno cuya función no me quedó clara, pues sus instalaciones se describen como una enorme plataforma de telemárketing en la que se reciben llamadas constantes de a saber quién y para qué. Sea lo que sea, los llamantes facilitan cierta información que es debidamente evaluada y se va trasladando a los cargos superiores en función de su relevancia.

En el caso concreto de nuestro protagonista, la llamada recibida versa sobre X, el Salvador Oscuro, un Jesucristo con gafas de sol que aparece en ocasiones junto con el equipo que recoge los cadáveres. Morir en el Infierno es apenas un respiro, porque todos regresan. Sea como sea, ese personaje es de interés para el Intercambio y mandan a Cull a encontrarse con el informador. De paso, habrá de escoltar a la amante de un alto cargo que también lo fue suya. Frígida, nunca lo usó para el placer, sólo para tener acceso a puestos más altos.

La idea de que el Infierno consiste en repetir una vida insulsa e infeliz era algo que ya se me había ocurrido (ya se sabe: el infierno son los demás, ya estamos en él) y por tanto me ha gustado mucho encontrarla aquí. El protagonista siente envidia de aquellos que encuentran placeres de los que él no puede disfrutar. La muerte es como dormir, un descanso de tanto hastío, pero apenas es un respiro antes de volver a los días repetitivos. 

Otra idea que me ha gustado bastante es la del Salvador Oscuro. ¿Dónde estuvo Jesús durante los tres días transcurridos entre su muerte y su resurrección? En el Infierno, dando a los precristianos la opción de salvarse. Sin embargo, quizá el Salvador no pudo salir indemne de aquella estancia. O lo que salió del Infierno no fue Cristo, sino otra cosa... Ocurriera lo que ocurriese, hay devotos que piensan que pueden encontrar la salvación y buscan a X. Uno de ellos fue quien llamó al Intercambio y a quien Cull unirá su destino en un momento en que todo empieza a desaparecer: el Infierno es un lugar plástico, amoldable, que se expande cuando alguna desgracia en la Tierra propicia la llegada de gran cantidad de almas, pero algo muy grave debe haber ocurrido cuando todo se sacude, se licúa y se transforma a su alrededor.

Es una lástima que un planteamiento que me parecía tan interesante se vuelva en ese momento un deambular por las entrañas del infierno. Cierto es que servirá para ir descubriendo dónde se encuentran en realidad, pero durante muchas páginas los vi sacudidos, golpeados, tambaleándose por suelos que se curvan, desconcertados y no conseguía ver qué aportaba tanto ajetreo. Por suerte, su odisea alcanza el fin deseado: encuentran quien les explique qué es aquel mundo, qué hacen allí. No voy a extenderme al respecto, pero ¡ah, tanto golpe, tanto demonio muerto, tanto pasillo destruido han merecido la pena! No soy persona que se pregunte sobre la naturaleza del alma, convencida de que es algo que un triste animal se ha inventado para dar sentido a su vida y encarar su mortalidad, pero la teoría expuesta en Mundo Infierno para explicar la existencia de ese mundo me ha gustado lo suficiente como para compensar las páginas que me aburrieron.

Nunca he sido capaz de llevar un diario de lectura, pero parece que este blog finalmente se va a convertir en uno...

25.5.21

Dont´t blame it on the moonlight

Soy una picaflor. A lo largo de mi vida he colaborado con algún fansub, he intentado aprender a tocar la guitarra (aquello me duró poco, demasiado frustrante), he empezado a estudiar italiano, me he apuntado a un curso de corte y confección, he tejido a ganchillo y he participado hablando de mitología en un podcast (incluso llegué a dar un par de charlas en el Museo de Cádiz sobre el tema, toda una experiencia para una tímida patológica). Una de las colaboradoras del podcast tiene un blog (y un canal de Youtube y no sé cuántas cosas más) relacionado con los libros y fue a ella a quien escuché por primera vez el nombre de Ediciones Labnar. Llegó la pandemia, el chico que nos convocaba a su podcast se convirtió en youtuber junto con su novia en un canal también dedicado a la literatura y por tanto no volví a saber de esa editorial hasta que me topé con su caseta en la Feria del libro de Tomares.

En un inciso que no aporta nada, diré que las ferias del libro son para mí la ocasión perfecta para dejarme llevar e innovar. De vez en cuando improviso en mis compras, pero es en estos lugares donde editoriales más pequeñas que suelen pasar desapercibidas en las mesas de novedades de las librerías tienen más visibilidad (para mí) y me permito descubrir cosas nuevas. En la feria del libro de Tomares compré La tiranía de las moscas, por ejemplo, de la que no sabía qué esperar y me ha dejado alucinada.

Andaba mariposeando por los stand y me topé con el de Labnar, que compartía con Cazador de Ratas, editorial de la que sí he comprado diversos títulos (con distintas suertes). Me pareció feo pararme sólo en la mitad conocida y por tanto me asomé a la otra mitad con esa expresión avinagrada de "No me hables" que tan bien me sale. No debí poner el suficiente empeño, porque la chica (que creí entender que es la editora jefe, la dueña de la editorial o ambas cosas) empezó a cantarme las alabanzas de los distintos títulos. Me cuesta mucho deshacerme de aquellos que sólo están haciendo su trabajo al intentar venderme algo sin parecer sumamente descortés y borde, así que intenté escaparme mediante la verdad pura y dura: no hago caso de las recomendaciones porque soy más rara que un perro verde y loar la calidad literaria es para nada, porque estoy en un momento de mi vida que necesito basura facilona para desconectar. Eso no la desanimó. Si no quería libros buenos, también tenía libros entretenidos e incluso los que cumplían ambas condiciones. Me llevé Dorian Bécquer y el Bastón de los Cuatro Elementos (llamar Dorian Bécquer a un personaje me parece extremadamente pretencioso, pero nunca he leído nada steampunk y por algún sitio hay que empezar) y El cazador menguante. La muchacha habló con entusiasmo de cómo en la primera obra se hace un magnífico uso del lenguaje para describir una trama apasionante (yo sigo dándole vueltas a qué coño pensaba el autor para ponerle Dorian Bécquer al protagonista) y que tenía otro libro de Carlos Gaspar Delgado Morales que era maravilloso, pero yo ya estaba encaprichada del título y de una sinopsis que relacionaba la muerte con el ciclo lunar.

Ahora que os he aburrido con la digresión más anodina del mundo, supongo que toca hablar de El cazador menguante. En una pedanía de Aracena, Corte del Ángel, que ha ido perdiendo su carácter agrario para ser un refugio de artistas y de dignos empleados de banca que se ponen ciegos a porros en plena sierra de Huelva, desaparece un hombre, Alfonso Garrido. No era la primera vez que sucedía y hay por la zona un asesino demente fugado que requiere toda la atención de las autoridades, así que la Guardia Civil tilda de histerismo la desesperación de su esposa Isabel, aunque ésta afirme que la han llamado para pedir rescate por su marido, y destina al caso a Antonio Yáñez, que ha hecho sus pinitos en delitos informáticos pero está tan verde como su uniforme en los casos de campo. Isabel hace venir a su hija Amalia, a la que no ve desde hace quince años y es policía montada en Canadá, y se angustia pensando que según mengua la luna se agota el tiempo de su marido.

No soy filóloga, así que no sé discernir el mérito literario de lo que leo, pero cuando la narración es tan fluida que no reparas en las características del lenguaje he de suponer que está magníficamente escrita, de una forma tan natural que sólo hay que dejarse llevar por la historia. En cuanto a ésta, va avanzando despacio hacia un final tipo Agatha Christie, con todos los sospechosos reunidos para reconstruir meticulosamente el crimen. El propio protagonista reconoce que siempre quiso resolver un caso al estilo Poirot y, dado que el secuestro está anclado en sucesos acaecidos en 1982, treinta años atrás, es la mejor manera de aclarar las motivaciones y actos de todos los implicados.

No tengo muy claro cómo definir esta novela y la impresión que me ha causado. Del mismo modo que no consigo recordar nada característico de la prosa, ha sido muy sencillo dejarse llevar por el desarrollo de la trama y leerla de un tirón. Hay ciertos picos de acción, como la muerte de un cachorrillo, una agresión al protagonista, el descubrimiento de un cadáver, pero el grueso de la investigación se desarrolla mediante interrogatorios, conversaciones, alguna foto colgada en la pared. Hasta la reunión final no se monta todo el puzzle cuyas piezas se nos han ido mostrando. Por tanto, todo el mérito de la obra recae en sus personajes: Isabel, femme fatale en su juventud que se descubre enamorada y abnegada esposa en el ocaso de su belleza, cuando su marido empieza a mostrar cierto hastío y alejamiento; la Chaparrita Colorá, viuda alegre con un grave problema de alcoholismo que la convierte en el personaje más triste; Amalia, la hija que vuelve de un exilio autoimpuesto, cuya relación con su madre había sido tan tormentosa; Antonio Yáñez, bisoño, que admiraba a su padre fallecido y se siente empequeñecido por su inexperiencia y por el desprecio de su madre... Todos ellos sirven para tocar, aunque sólo sea de pasada, una gran cantidad de temas que van desde el maltrato infantil hasta el robo de bebés, pasando por los recortes en los servicios públicos y la España vaciada.

La Chaparrita Colorá es la típica vecina ya mayor, alegre, habladora, cuya viudedad le ha supuesto una liberación y a la que el pueblo consiente y ríe las gracias. Acaba por descubrirse un ser triste y solitario, que baila y se emborracha en las fiestas sólo para que le presten un poco de atención. Esto lo cuento tan sólo porque tiene una escena desoladora en la que se ve obligada a reconocer cuán bajo ha caído, muy conmovedora.

También tenemos un pintor de éxito, Peter, enamorado hasta lo enfermizo de Isabel. Un par de trabajadores de la banca que se refugian en el pueblo para fumar porros. Una pareja de gays que se dedican a observar pájaros. Son personajes que privan al pueblo de sus raíces y lo convierten en algo pintoresco, sólo un lugar al que huir y tomar contacto con una naturaleza que no se trabaja ya. Es cierto que al principio ya se describe cómo la economía del pueblo ha dejado de basarse en la agricultura para centrarse en la cría del cerdo y en convertirse en segunda residencia o en retiro espiritual. Ni siquiera tenían taberna hasta que un mes atrás se hizo cargo de ella una mujer, aunque tal es la clientela que no sirven refrescos. En el otro extremo se encuentran Fermín, cazador furtivo que cuida de las tierras del desaparecido y que tiene un trabajador rumano a su cargo, e Hinojosa, que ambiciona esa propiedad para que sus cerdos tengan acceso directo a las corrientes de agua. Hinojosa, bicho raro abandonado por su padre y volcado en la tierra como si con eso pudiera reparar el abandono.

Al final, los buenos no son tan buenos ni los malos tan malos. Como en la vida real, cada cual tiene sus motivos y razones para hacer lo que hace e incluso los secuestradores van en busca de una reparación. Incluso el inexperto Yáñez va perdiendo la inocencia y adquiriendo cierta madurez.

A pesar del rollo que os he largado, la novela tiene sus momentos divertidos. Si decir que trescientas setenta y dos páginas se leen del tirón, sin que pesen en ningún momento, es sinónimo de una buena novela, ésta lo es. Sigo sin saber definir exactamente el por qué, salvo que me he alegrado de dejarme convencer para comprarla.


24.5.21

Viajes en el tiempo

Hace ya algún tiempo que leí que la primera máquina para viajar en el tiempo fue descrita por un español, Enrique Gaspar y Rimbau, algunos años antes de que lo hiciera H.G. Wells, en lo que primero iba a ser una zarzuela y terminó por publicarse como novela en 1887. Como siempre me ha gustado la ciencia ficción, me pareció una curiosidad y me hice con un ejemplar editado por la editorial Cazador de ratas.

En una de las Exposiciones Universales de París, don Sindulfo García, insigne zaragozano, presenta su Anacronópete y se explaya a conciencia sobre su teoría del tiempo y el funcionamiento de su máquina para viajar por el mismo. Este capítulo inaugural estuvo a punto de hacerme desistir, pero de repente llega el segundo y la novela cambia radicalmente: se nos cuenta cómo don Sindulfo, solterón empedernido, conoce y pierde a su esposa Mamerta. La muerte de ésta es lo más ridículo que he leído en mucho tiempo, pero la historia aún debe tornarse más absurda. Viudo, el protagonista debe hacerse cargo de su sobrina Clara y cae rendido ante sus encantos, pero la chica tiene otras ideas y planea casarse con un joven soldado que la pretende. Cómo van burlando la vigilancia del tío para mantener el contacto es digno de leer.  Don Sindulfo, ignorante de estos intercambios de cartas y mensajes, no ceja y trama un plan: ¿qué mejor uso para una máquina del tiempo que llevarse a Clara a una época en la que pueda obligarla a casarse con él por ser su tío y mentor? A partir de aquí, aunque retrocedan a la rendición de Granada, a la China del siglo III, ¡a la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya!, la novela es una comedia pura y dura, muy divertida, porque el pretendiente de Clara, Luis, no está dispuesto a perderla y se embarca como polizón con sus subordinados.

Además de don Sindulfo, Clara, su criada Juana (quien lleva toda la carga humorística, básicamente por lo bruta que es y lo dispuesta que está a encararse con su patrón) y los soldados infiltrados, viaja en el Anacronópete Benjamín, otro sabio que colecciona restos arqueológicos. Si su mejor amigo ambiciona la mano de su sobrina, éste busca la inmortalidad.

Hay un par de incisos para explicar las facciones religiosas chinas, la historia de la escritura y similares, que se me hicieron bastante tediosos y algo innecesarios, pero el resto es una novela de enredo muy divertida que incluye una reencarnación y el hallazgo de la inmortalidad... del alma. Como todo aquello que no sea tratado con el "fluido García" sufre su retroacción a su estado original, los restos que llevaba consigo don Benjamín vuelven a verse en la manera que fueron en su época correspondiente, con resultados nada satisfactorios para el coleccionista. No sólo llegan como embajadores de la tecnología a la China del siglo III para descubrir que la arqueología no ha datado bien todos los avances de esa cultura, sino que se ven envueltos en un cambio de dinastía... Todo lo que creen saber de Historia se ve desbaratado, mientras don Sindulfo enloquece al no poder someter a su sobrina y don Benjamín sabotea la máquina para alcanzar el objeto de su búsqueda. Todo es muy atropellado y surrealista, disfruté enormemente de la lectura. Desde luego, no es ciencia ficción al uso, aunque se escribiera en la época en que Verne se podría decir que estaba dando los primeros pasos en el género (don Sindulfo menciona a Verne cuando está explicando a su público el funcionamiento de su máquina y parece ser que había una obra de teatro basada en La vuelta al mundo en 80 días que el autor pudo ver representada).

Si alguno ha ido alguna vez a un taller de escritura, sabrá a qué final no hay que recurrir nunca. Aquí es el único posible, porque la escalada de locura de don Sindulfo por amor a su sobrina llega a tal extremo que ni jugando con las posibilidades de la máquina podría resolverse airosamente. A pesar de un final tan anticlimático y tan repentino, me divertí de lo lindo con esta lectura y es una pena no haberlo sabido reflejar en este post tan soso.

19.5.21

Que no me toques

Siempre he tenido un alto concepto de mí misma pero, hay que reconocerlo, en las redes sociales carezco por completo de comprensión lectora. Quiero despachar pronto cada mensaje para pasar al siguiente contenido y no presto ninguna atención a lo que leo. Fue así como vi una publicación sobre Los viejos creyentes, de Vasili Peskov, en el perfil de Instagram de la Editorial Impedimenta y me lancé a comprarlo en la creencia de que era una novela con un planteamiento original.

No lo es.

Una vez acepté el hecho de que estoy amamonada, disfruté de la lectura. Unos geólogos acampados en la taiga siberiana descubren una casucha en la que habita un padre con sus dos hijas, ya que sus descendientes varones viven en una "isba" aparte. Son personas cuya premisa religiosa es "No podemos vivir en el mundo" y por tanto se apartaron de él muchos años atrás.

El descubrimiento no tarda en llegar a los periódicos y es aquí donde entra en acción el autor.  Cuando se persona en la isba de la familia Lykov, ya sólo quedan dos de sus componentes: el padre, Karp Osipovich, de avanzada edad, y la menor de sus hijas, Agafia. La madre había muerto hacía mucho y los otros tres miembros de la familia fallecieron el mismo año por causas naturales. El autor, en su labor periodística, recoge la descripción del primer encuentro con los geólogos (¡el grupo estaba dirigido por una mujer que no vestía como tal y sabía leer y escribir! Las mujeres Lykov estaban muy orgullosas de saber leer) y de los avatares de la familia hasta que fue a entrevistarse con ellos.

Cierto es que no se ahonda demasiado en el "cisma ruso", pero sí se nos pone en antecentes: el zar Alejo, consciente de que los textos sagrados de su religión son traducciones de otras traducciones y por tanto se van propagando los errores y las malas interpretaciones, decide encargar nuevas versiones, traducidas directamente del griego. Cuando en estos textos revisados se descubren importantes diferencias con los comúnmente aceptados, algunos se aferran a los ritos en la forma que ya conocían y se niegan a reconocer estas escrituras corregidas. Ya que no se adhieren a la religión oficial, optan por apartarse del mundo en enclaves lejos de la civilización. En un país tan extenso como es Rusia, esto podría parecer fácil, pero a la población a la que se retiraron los Lykov llegó un destacamento de soldados en busca de desertores. Dado que renegaban de identificaciones y "papeles del mundo" y asustados porque un pariente había resultado muerto en un altercado con los soldados, los Lykov se internaron en el bosque y vivieron sin ningún contacto humano durante cuarenta años, a base de patatas y guisantes.

Tras ese primer reportaje, sus lectores reclamaban más información sobre estos viejos creyentes y Peskov volvía cada año. Llevaba consigo las donaciones de aquellos que se interesaban por el bienestar de los Lykov y aquí está lo más interesante (desde mi punto de vista, claro): ellos no aceptaban nada procesado por "provenir del mundo", así que la ropa debía ser nueva (el autor razona el por qué de esta condición y me resulta lógica,  pero sorprendente), no aceptaban hacerse fotos y, desde luego, no consideraban siquiera reintegrarse en la sociedad, por más que retomar el contacto humano y recibir ayuda con la cosecha y suministros les era cada vez más indispensable.

Según se avanza en la lectura, los Lykov siguen aferrándose a sus principios, pero relajan su observancia en lo relativo a ciertos objetos que les facilitan la vida. No tocan a sus visitantes, pero empiezan a dar por descontada la ayuda. Personalmente, aunque el autor habla de ellos con admiración, dadas las pruebas que habían superado en aras de la fe, encuentro en estas personas algo (mucho) de egoísta: cuando su padre muere y Agafia se queda sola, no duda en recurrir a los demás porque "dijeron que lo harían", como si el mundo con el que no quiere contacto le debiera algo. Sus principios dejan de ser tan estrictos cuando le va algún tipo de interés en ello, pero se niega rotundamente a trasladarse a alguna comunidad afín a sus creencias porque están demasiado contaminados para ella. Sin embargo, no hay contaminación que valga cuando se trata de invertir un buen dinero en enviar un helicóptero en su busca cuando se encuentra indispuesta. Los preceptos de la fe son curiosamente elásticos.

Es sorprendente cómo los rusos respetan y protegen ese arcaísmo viviente, esa reliquia de un cisma religioso que yo no conocía (no he indagado más, aunque el tema parece interesante). La actitud hacia ellos desmonta algún tópico relativo a los comunistas y su relación con la religión.

Fue mi primera lectura del año, por eso tengo registradas estas impresiones en el que iba a ser un diario de lectura que abandoné en el sexto libro. A pesar de haber leído algo que no pretendía, fue una sorpresa muy agradable. Siempre lo es aprender algo nuevo.

15.5.21

No me dejes así

Si Ulises 31 y La pequeña Polon determinaron mi amor por la mitología y la cultura clásica, Dragones y mazmorras me arrojó a los brazos de la fantasía épica y los juegos de rol: definitivamente, los programas infantiles de mi época son la causa directa de todas mis pasiones. Cierto es que ya hace mucho que no soy una kender y que ya no hay tanta proporción de ese género en mis lecturas, pero de vez en cuando me gusta deleitarme con una buena ración de magia y dragones. Algo de eso creí atisbar en la sinopsis de Soñando con bosques, de Virginia Pérez de la Torre, publicado por Cazador de ratas, cuando lo encontré en la Feria del Libro de Tomares y por eso me lo llevé. No me fijé en la autora, de la que leí y aborrecí Hijos del dios tuerto, omisión de la que ahora me alegro.

El rey de Novana ha muerto y el príncipe Tearate debe guardar el debido luto antes de ascender al trono. No es ajeno a que algunos de sus nobles aspiran al puesto, en tanto que otros desean la independencia de sus tierras. Parece ser que hubo algún tipo de cataclismo y el país es una isla resultante del mismo, pero algunas de sus regiones fueron desgajadas de territorios ocupados por otras etnias, con otra cultura, y aspiran a erigirse en naciones por derecho propio. Esos norteños, los re-hann, tienen algo de druidas o algún tipo de poder relacionado con la naturaleza, pero del mismo modo que no hay demasiados datos sobre el origen de la isla y las particularidades de los distintos dominios, tampoco se extienden demasiado sobre la naturaleza de esa raza que se pinta la cara de azul, como los pictos. Una de esas mujeres es el aya de Isobe, hermana de uno de los señores más poderosos de Novana, y de Diaina, la hija del mismo. La niña tiene sueños premonitorios y extrañas ausencias que tanto su tía como el aya aceptan con naturalidad aunque no parezcan relacionados con la tríada de dioses que componen el panteón de la religión oficial. Cuando los conspiradores se ponen en marcha para evitar que Tearate sea coronado, el futuro rey se retira, enfermo, y comienzan a correr rumores sobre su muerte.

Son muchas las cuestiones propuestas, ¿verdad? Estuve buscando si había alguna continuación, porque pensé que estaba ante la primera entrega de una trilogía, pero no: ni detalles sobre el cataclismo; ni descripciones de los ritos ni habilidades de los re-hann; apenas alguna referencia a partir de la cual inferir las rencillas en el seno del clan independentista; ningún dato sobre la madre de Diaina para que podamos imaginar por qué la niña tiene esas habilidades (algo se dice sobre el aya, pero todas las referencias son muy vagas); las imágenes apocalípticas se repiten sin que en ningún momento se vea la realización del augurio; la resolución es apenas un parche y se insinúa que todos los participantes en la trama guardan un as en la manga y no van a conformarse con el papel que finalmente les ha correspondido. Llegué al final pensando que no se había resuelto nada. Me habían planteado un puzzle rico y complejo y me enseñaban la imagen de la caja, pero todas las piezas seguían sueltas dentro.

No puedo decir que no me haya gustado, porque la promesa que me realizaba la autora sí me seducía, pero me he quedado a medias en todo. Necesito una segunda parte ya.

11.5.21

A mi edad y todavía me derriban mitos de la infancia

Me parece mentira que vaya a retomar el blog tantísimos años después. De hecho, seguro que es mentira que lo resucito y no vuelvo a teclear nada después de esta entrada, pero mi amigo Luis me dijo que el suyo le ayudaba a ordenar ideas y combatir la rutina del teletrabajo y quién soy yo para discutir a Luis. Es cierto que ya he perdido la costumbre de analizar mis lecturas, porque Instagram tampoco deja explayarse a placer y son ya demasiados años ciñéndome al formato de Twitter, pero ¿por qué no probar?


Para ser honesta, no he estado muy atinada al elegir el libro sobre el que disertar, pero es el que tengo más reciente: De Homero a los magos. La tradición oriental en la cultura griega, de Walter Burkert, editado por Acantilado. En mi descargo diré que soy de ciencias puras y que eso no implica que carezca de pensamiento crítico como parecen creer muchos defensores de las humanidades, pero sí que no me he preocupado demasiado en ahondar en ciertos asuntos que me enseñaron hace muchísimos años y me limité a incorporar a la poca o mucha cultura general que pueda tener: me contaron que Grecia era la cuna de la cultura europea y de la filosofía, que Homero era el padre de la literatura, que toda aquella cultura era digna de admirar y me tragué el paquete completo sin cuestionarme nada.


Puesto que esto es un blog personal y lo que voy a dar es mi opinión, es justo poneros en antecedentes (o quizá no sea justo, pero lo voy a hacer igualmente): cuando era pequeña veía Ulises 31 y quedé tan prendada que le pedí a mi padre que me comprase la Ilíada. Obviamente, allí Ulises era Odiseo y no sólo no se reproducían en el mar las aventuras que yo había visto en el espacio, sino que a mis ¿nueve? tiernos años me di de bruces con el catálogo de las naves. Fue un desastre, pero el amor por la mitología grecorromana ya estaba ahí y la tele lo seguía alimentando (me refiero concretamente a La pequeña Polon). Fui creciendo, fui leyendo y me maravillaba que incluso el más intrincado de los culebrones pudiera rastrearse hasta algún mito griego, sensación que me confirmó Borges cuando escribió aquello de Cuatro son las historias.... Sin embargo, me tomé la mitología como una serie de anécdotas e historias truculentas, a veces divertidas, explicaciones inocentes del origen de animales, constelaciones o costumbres y nunca fui más allá hasta hace un par de años que descubrí a Walter Burkert: los mitos son causa o consecuencia de los ritos religiosos y estos a su vez son fruto de la sociedad en que se desarrolla. La cultura griega se extiende durante muchos siglos, influye y es influida por los pueblos que la rodean o la invaden y yo, que había comprado la idea del germen de la cultura europea en su pureza primigenia, nunca me había preocupado de pensar en ello.


En De Homero a los magos, Burkert establece paralelismos entre ciertas escenas de la Ilíada y otros episodios de la epopeya de Gilgamesh, que yo no he leído. Sí reconoce la originalidad de la filosofía griega pero ¿fue un invento netamente griego? De nuevo se pone en el contexto del Mediterráneo y el Próximo Oriente, lugar este último donde las matemáticas y la astronomía estaban lo bastante avanzadas como para no conceder todo el mérito a los griegos, aunque estos supieran aprovechar bien la base que les daban sus vecinos. Es cierto que no estoy ducha en filosofía, conozco mejor la Ilíada por lo que otros han escrito sobre ellas que por lectura directa (ya he comentado cuán traumático fue) y mis pesquisas sobre los cultos mistéricos no han llegado todavía a los órficos, así que me ha faltado algo de base para sacar todo el provecho a esta lectura, pero sí que ha supuesto una caída del caballo: las cosas no surgen por generación espontánea, sino que evolucionan a partir de lo preexistente. Parece una tontería, pero los méritos de Grecia eran algo inoculado hace tanto que lo tenía totalmente idealizado.


El libro se construye a partir de unas conferencias que dio el autor, así que se estructura en cuatro capítulos que desarrollan cuatro temas diferentes: "Rasgos orientalizantes en Homero"; "Cosmogonías griegas y orientales: temas comunes y elecciones en contraste"; "El Orfismo redescubierto"; y "El advenimiento de los Magos". Bajo estos epígrafes se desarrollan las distintas comparativas a las que sólo puedo oponer el pero de mi propia ignorancia: no sé griego, así que cuando hace transcripciones de distintos textos para discutir los matices introducidos por las distintas grafías estaba muy perdida. De manera similar, cuando habla de cualquier filósofo para comparar su cosmogonía con la religión irania no sabía de qué sistema estaba hablando y tenía que parar de leer para buscar en Google. No digo con esto que sea una lectura tediosa o árida, porque ahora tengo nuevas perspectivas para abordar el tema griego, pero sí que no he sabido sacarle todo el provecho que podría.


¿Que no os he contado nada del libro? Es verdad, pero si os detallo todo lo que he aprendido ya no os haría falta leerlo, ¿no?