25.5.21

Dont´t blame it on the moonlight

Soy una picaflor. A lo largo de mi vida he colaborado con algún fansub, he intentado aprender a tocar la guitarra (aquello me duró poco, demasiado frustrante), he empezado a estudiar italiano, me he apuntado a un curso de corte y confección, he tejido a ganchillo y he participado hablando de mitología en un podcast (incluso llegué a dar un par de charlas en el Museo de Cádiz sobre el tema, toda una experiencia para una tímida patológica). Una de las colaboradoras del podcast tiene un blog (y un canal de Youtube y no sé cuántas cosas más) relacionado con los libros y fue a ella a quien escuché por primera vez el nombre de Ediciones Labnar. Llegó la pandemia, el chico que nos convocaba a su podcast se convirtió en youtuber junto con su novia en un canal también dedicado a la literatura y por tanto no volví a saber de esa editorial hasta que me topé con su caseta en la Feria del libro de Tomares.

En un inciso que no aporta nada, diré que las ferias del libro son para mí la ocasión perfecta para dejarme llevar e innovar. De vez en cuando improviso en mis compras, pero es en estos lugares donde editoriales más pequeñas que suelen pasar desapercibidas en las mesas de novedades de las librerías tienen más visibilidad (para mí) y me permito descubrir cosas nuevas. En la feria del libro de Tomares compré La tiranía de las moscas, por ejemplo, de la que no sabía qué esperar y me ha dejado alucinada.

Andaba mariposeando por los stand y me topé con el de Labnar, que compartía con Cazador de Ratas, editorial de la que sí he comprado diversos títulos (con distintas suertes). Me pareció feo pararme sólo en la mitad conocida y por tanto me asomé a la otra mitad con esa expresión avinagrada de "No me hables" que tan bien me sale. No debí poner el suficiente empeño, porque la chica (que creí entender que es la editora jefe, la dueña de la editorial o ambas cosas) empezó a cantarme las alabanzas de los distintos títulos. Me cuesta mucho deshacerme de aquellos que sólo están haciendo su trabajo al intentar venderme algo sin parecer sumamente descortés y borde, así que intenté escaparme mediante la verdad pura y dura: no hago caso de las recomendaciones porque soy más rara que un perro verde y loar la calidad literaria es para nada, porque estoy en un momento de mi vida que necesito basura facilona para desconectar. Eso no la desanimó. Si no quería libros buenos, también tenía libros entretenidos e incluso los que cumplían ambas condiciones. Me llevé Dorian Bécquer y el Bastón de los Cuatro Elementos (llamar Dorian Bécquer a un personaje me parece extremadamente pretencioso, pero nunca he leído nada steampunk y por algún sitio hay que empezar) y El cazador menguante. La muchacha habló con entusiasmo de cómo en la primera obra se hace un magnífico uso del lenguaje para describir una trama apasionante (yo sigo dándole vueltas a qué coño pensaba el autor para ponerle Dorian Bécquer al protagonista) y que tenía otro libro de Carlos Gaspar Delgado Morales que era maravilloso, pero yo ya estaba encaprichada del título y de una sinopsis que relacionaba la muerte con el ciclo lunar.

Ahora que os he aburrido con la digresión más anodina del mundo, supongo que toca hablar de El cazador menguante. En una pedanía de Aracena, Corte del Ángel, que ha ido perdiendo su carácter agrario para ser un refugio de artistas y de dignos empleados de banca que se ponen ciegos a porros en plena sierra de Huelva, desaparece un hombre, Alfonso Garrido. No era la primera vez que sucedía y hay por la zona un asesino demente fugado que requiere toda la atención de las autoridades, así que la Guardia Civil tilda de histerismo la desesperación de su esposa Isabel, aunque ésta afirme que la han llamado para pedir rescate por su marido, y destina al caso a Antonio Yáñez, que ha hecho sus pinitos en delitos informáticos pero está tan verde como su uniforme en los casos de campo. Isabel hace venir a su hija Amalia, a la que no ve desde hace quince años y es policía montada en Canadá, y se angustia pensando que según mengua la luna se agota el tiempo de su marido.

No soy filóloga, así que no sé discernir el mérito literario de lo que leo, pero cuando la narración es tan fluida que no reparas en las características del lenguaje he de suponer que está magníficamente escrita, de una forma tan natural que sólo hay que dejarse llevar por la historia. En cuanto a ésta, va avanzando despacio hacia un final tipo Agatha Christie, con todos los sospechosos reunidos para reconstruir meticulosamente el crimen. El propio protagonista reconoce que siempre quiso resolver un caso al estilo Poirot y, dado que el secuestro está anclado en sucesos acaecidos en 1982, treinta años atrás, es la mejor manera de aclarar las motivaciones y actos de todos los implicados.

No tengo muy claro cómo definir esta novela y la impresión que me ha causado. Del mismo modo que no consigo recordar nada característico de la prosa, ha sido muy sencillo dejarse llevar por el desarrollo de la trama y leerla de un tirón. Hay ciertos picos de acción, como la muerte de un cachorrillo, una agresión al protagonista, el descubrimiento de un cadáver, pero el grueso de la investigación se desarrolla mediante interrogatorios, conversaciones, alguna foto colgada en la pared. Hasta la reunión final no se monta todo el puzzle cuyas piezas se nos han ido mostrando. Por tanto, todo el mérito de la obra recae en sus personajes: Isabel, femme fatale en su juventud que se descubre enamorada y abnegada esposa en el ocaso de su belleza, cuando su marido empieza a mostrar cierto hastío y alejamiento; la Chaparrita Colorá, viuda alegre con un grave problema de alcoholismo que la convierte en el personaje más triste; Amalia, la hija que vuelve de un exilio autoimpuesto, cuya relación con su madre había sido tan tormentosa; Antonio Yáñez, bisoño, que admiraba a su padre fallecido y se siente empequeñecido por su inexperiencia y por el desprecio de su madre... Todos ellos sirven para tocar, aunque sólo sea de pasada, una gran cantidad de temas que van desde el maltrato infantil hasta el robo de bebés, pasando por los recortes en los servicios públicos y la España vaciada.

La Chaparrita Colorá es la típica vecina ya mayor, alegre, habladora, cuya viudedad le ha supuesto una liberación y a la que el pueblo consiente y ríe las gracias. Acaba por descubrirse un ser triste y solitario, que baila y se emborracha en las fiestas sólo para que le presten un poco de atención. Esto lo cuento tan sólo porque tiene una escena desoladora en la que se ve obligada a reconocer cuán bajo ha caído, muy conmovedora.

También tenemos un pintor de éxito, Peter, enamorado hasta lo enfermizo de Isabel. Un par de trabajadores de la banca que se refugian en el pueblo para fumar porros. Una pareja de gays que se dedican a observar pájaros. Son personajes que privan al pueblo de sus raíces y lo convierten en algo pintoresco, sólo un lugar al que huir y tomar contacto con una naturaleza que no se trabaja ya. Es cierto que al principio ya se describe cómo la economía del pueblo ha dejado de basarse en la agricultura para centrarse en la cría del cerdo y en convertirse en segunda residencia o en retiro espiritual. Ni siquiera tenían taberna hasta que un mes atrás se hizo cargo de ella una mujer, aunque tal es la clientela que no sirven refrescos. En el otro extremo se encuentran Fermín, cazador furtivo que cuida de las tierras del desaparecido y que tiene un trabajador rumano a su cargo, e Hinojosa, que ambiciona esa propiedad para que sus cerdos tengan acceso directo a las corrientes de agua. Hinojosa, bicho raro abandonado por su padre y volcado en la tierra como si con eso pudiera reparar el abandono.

Al final, los buenos no son tan buenos ni los malos tan malos. Como en la vida real, cada cual tiene sus motivos y razones para hacer lo que hace e incluso los secuestradores van en busca de una reparación. Incluso el inexperto Yáñez va perdiendo la inocencia y adquiriendo cierta madurez.

A pesar del rollo que os he largado, la novela tiene sus momentos divertidos. Si decir que trescientas setenta y dos páginas se leen del tirón, sin que pesen en ningún momento, es sinónimo de una buena novela, ésta lo es. Sigo sin saber definir exactamente el por qué, salvo que me he alegrado de dejarme convencer para comprarla.