30.6.21

La sanidad sevillana en el S.XIX y el masoquismo

Nadie puede imaginar siquiera cómo ansío ser una persona culta, pero se ve que mi red neuronal tiene una densidad de malla pequeña y todo el conocimiento se escapa por los agujeros. No obstante, yo sigo empeñada en aprender algo. Puesto que había leido La peste en Sevilla, Crónica urbana del malvivir (ambos de Juan Ignacio Carmona Carmona) y Poder y prostitución en Sevilla, de Andrés J. Moreno Mengíbar y Francisco Vázquez García, que incluye datos sobre los centros hospitalarios dedicados a las enfermedades venéreas, y los había disfrutado muchísimo, no me lo pensé mucho antes de comprar La sanidad sevillana en el siglo XIX: el Hospital de las Cinco Llagas, de Antonio Ramos Carrillo. No reparé en ningún momento en que es una tesis doctoral (que podéis descargar aquí) y no tenía por qué ser divulgativo.

Soy incapaz de hacer dieta, ejercicio o estudiar las oposiciones, pero para las cosas irrelevantes sí tengo mucha fuerza de voluntad, así que a pesar de todo conseguí leerlo completo. La primera parte, sobre su fundación en el siglo XVI por Catalina de Ribera como hospital de mujeres, sus distintos reglamentos, su organización y financiación, es bastante interesante. El hospital, como he comentado, comenzó como un  hospital de mujeres, pero desde sus orígenes hasta el siglo XIX que se estudia en esta tesis suceden muchas cosas: se ve obligado a acoger a los afectados por distintas epidemias (estaba extramuros y eso siempre es una ventaja a la hora de aislar a enfermos infecciosos), parte del edificio se destinó a Hospital Militar, tuvo una zona para enfermos mentales y terminó por ser el Hospital Central. Muchos vaivenes para muchos años de historia en los que la Medicina va evolucionando y los distintos regímenes políticos permiten o no que permeen los avances europeos.

Lo malo es cuando se profundiza en la organización del hospital: es muy curioso seguir el proceso de oposición para obtener plaza, pero el autor se embarca en la descripción minuciosa y apuntes biográficos, publicaciones y ponencias incluidas, de todos los que se hayan documentado en cada puesto durante todo el siglo XIX. Me pasó lo mismo que al leer De reyes y dentistas, de Javier Sanz, que estaba abrumada por la cantidad de información y terminé por no prestar demasiada atención y no retener casi ningún dato.

Con la parte clínica me pasó algo muy parecido. Ni las enfermedades tenían el mismo nombre (no sabía que la tosferina se llamase coqueluche, por ejemplo) ni estaban tan bien caracterizadas como actualmente, así que en ocasiones es difícil discernir la dolencia de cada paciente. Además, en las actas de defunción a veces no se consignaba la causa principal de la muerte, sino alguna consecuencia de la enfermedad causante (parece ser que esto aplicaba en gran medida a los sifilíticos). Esta parte vuelve a ser apasionante hasta que empiezan las estadísticas y las tablas de datos, que son esperables por tratarse de una tesis doctoral, pero es un capítulo muy farragoso y extremadamente árido (para mí). Volví a animarme un poco cuando se habla de las epidemias, por ser un tema sobre el que ya había leído y tenía alguna base. Un detalle maravilloso de esa parte es que en 1854, la Academia de Medicina de Madrid, en sus Instrucciones para la presesvación del Cólera Morbo, indica que "Tampoco conviene correr, acalorarse o leer inmediatamente después de las comidas.". No sé cómo he escapado al cólera hasta ahora (y no lo digo por el ejercicio, precisamente). En alguna otra parte se comenta que, a pesar de los cambios de régimen no siempre favorables a la Iglesia, el Hospital de las Cinco Llagas nunca perdió el carácter religioso y por tanto se destinó presupuesto a crear una biblioteca, para que los enfermos no leyeran libros contrarios al dogma traídos desde fuera.

Me he manifestado contraria al aluvión de datos, sí, pero cuando llegué al capítulo de la botica aluciné: me encantó el tema del utillaje y los componentes básicos de los preparados medicinales. No tenía ni idea de qué era un looc ("medicamentos magistrales internos, opacos, de consistencia siruposa, cuyo excipiente es el agua") ni he terminado de distinguir entre infusión y tisana. Me ha maravillado la existencia de cervezas medicinales y el uso interno de ácidos como el sulfúrico y el nitroso.

A favor de esta lectura aduciré que es una parte de historia de la ciudad, la del edificio que alberga actualmente al Parlamento Andaluz. Está lleno de datos curiosos y, dado que hay que leerlo con un diccionario cerca (el móvil a mano y la página de la RAE abierta en mi caso, para descubrir qué es la anasarca entre otras cosas), es difícil no aprender algo nuevo. En contra, ha habido algún capítulo que se podría decir que no he leído aunque haya paseado los ojos por cada una de las letras, dada la cantidad de información y el aluvión de nombres, fechas y porcentajes que me veía incapaz de asimilar. Recordemos que no estoy estudiando ni Historia ni Farmacia y que ésta ha sido una lectura para el ocio. Si hay algo de aprendizaje, bienvenido sea, pero tampoco me apetece demasiado analizar gráficos para pasar la tarde.

Un detalle: mi ejemplar estaba minado de páginas intonsas (podéis verlas aquí). Puesto que yo estaba atrincherada en el sofá o directamente en la cama, no quise levantarme a por unas tijeras o un cuchillo que me permitiera separarlas lo más limpiamente posible, así que lo hice a lo bárbaro y por tanto el libro ha acabado hecho unos zorros, como puede verse aquí. Lo de interrumpir la lectura cada diez o quince páginas para cortarlas tampoco es que ayude mucho en los pasajes más farragosos.

27.6.21

¡Qué efectos especiales admitiría la adaptación cinematográfica!

No tengo muy claro por qué escribo hoy: el post sobre La ciudad oscura ya me costó un triunfo. Por diversos motivos que no vienen al caso, estoy absolutamente desganada y no hay nada peor que hacer las cosas sin entusiasmo alguno. Difícilmente voy a disfrutar de un libro si no me apetece nada leerlo. Habrá quien replique "¿Pues para qué lees, entonces?", pero eso tiene fácil respuesta: menos aún me apetece fregar la cocina, planchar la ropa o estudiar legislación y tampoco puedo dejar pasar la vida en las redes sociales. Al menos ir tachando libros de la lista de pendientes me da la sensación de no haber malgastado todo mi tiempo, aunque no sea justo para la obra en cuestión. Esta vez le ha tocado el turno a El arte salvaje, de Juan González Mesa, autor que ha ganado premios pero al que no conocía.

Un inciso: acabo de darme cuenta de que siempre utilizo los enlaces a las versiones impresas de los libros. Tengo un libro electrónico que me regaló mi pareja con la vana esperanza de reducir la cantidad de papel en casa, pero el plan no le salió bien.

Compré mi ejemplar de El arte salvaje en la Feria del Libro de Tomares. Me llamó la atención que las Musas estuvieran reclutando un ejército entre los artistas para defender la Tierra del ataque de los ángeles. Hace tantos años que sólo recuerdo que me pareció un libro hermosísimo leí La ciudad poco después, de Pat Murphy, en el que una serie de artistas se aprestan a defender su ciudad en un mundo post-apocalíptico. Ha pasado tanto tiempo que no puedo añadir ningún detalle más, salvo que los personajes me inspiraron mucha ternura y que en cuanto vaya a casa de mis padres lo recuperaré para leerlo de nuevo. A las Musas las ha despertado Polimnia, que infiltrada en el culto cristiano es la única que había conseguido permanecer activa y despierta. La idea de que los dioses cuyo culto cae en el olvido pierden su poder me hizo pensar en Terry Pratchett y sus Dioses menores ("¡Hágase la lechuga!"), aunque juraría que es una idea que he visto en más libros.

Honestamente, la parte concerniente a las Musas me pareció muy traída por los pelos. Sí, el culto al panteón grecorromano fue abandonado, pero Polimnia consiguió apoyo a través de los himnos de los monoteístas. Algo se me escapa, porque con esos cantos se loaba a otro dios, no a ella, así que por esa regla de tres sus hermanas debían obtener una fuerza similar desde el momento que la Historia, la ciencia, la danza y otras formas de arte seguían siendo cultivadas. O hubieran despertado en el Renacimiento, cuando quizá no se las adorase pero se las reconocía y la mitología era una excusa maravillosa para enseñar una teta en un cuadro. De un modo u otro, la primera interlocutora que encontramos en la novela es Calíope, que viene a decirnos que somos gilipollas y que no tenemos ni puta idea de mitología, así que nos toca tragar con lo que nos cuente (por ejemplo, su definición de héroe como hijo de dios y mortal tampoco me cuadró: Odiseo quizá sea nieto de Hermes y protegido de Atenea, pero que yo sepa ni Laertes ni Anticlea eran dioses; hay alguna versión que atribuye a Belerofonte progenitores humanos, aunque algún abuelo olímpico también pueda colarse. También asocio generalmente a las Musas con el Parnaso o al monte Helicón, así que todo el montaje de "El Lago" me resultó un tanto extraño. Tengo que investigar un poco por ese lado). En fin, quiénes somos nosotros para contradecir a la musa, que por ser quién es debe saber de lo que habla. Menuda capulla. No fue un buen comienzo.

A pesar de no gustarme en absoluto Calíope, que nos conducirá a lo largo de seiscientas páginas y mantendrá un tanto la coherencia en una historia que salta de un personaje a otro y de un año al siguiente, hay que reconocer que el planteamiento no está mal: en un mundo donde se ha alcanzado la paz, a finales del siglo XXI, regresa el terrorismo. La lucha sindical amenaza el equilibrio de la economía. Surgen ciertas tensiones entre países y entre las confederaciones que los aglutinan. Las empresas que facilitan las armas a los ejércitos que deben mantener la paz se amparan en su dominio de la tecnología para inutilizarlas y obstaculizar a las Naciones Unidas. Albert Cunnie, un espía (doble, triple, creo que se llega a mencionar quíntuple), ha descubierto una secta de satanistas que ha conseguido infiltrar a los suyos en todos los gobiernos, consejos de empresa y organizaciones que rigen el mundo. No sólo ha renacido el culto a Satán, sino que los católicos también se han radicalizado y curiosamente los que han retomado la adoración al panteón nórdico se dedican a luchar contra los fascistas. Tras un asalto a unas instalaciones de ingeniería genética, aparecen los ángeles y comienza la destrucción de las ciudades. Con la humanidad al borde de la Tercera Guerra Mundial, nadie está preparado para semejante amenaza externa.

No quiero meterme en más honduras para no estropearle la historia a nadie, así que sólo añadiré que los ángeles van buscando a la camada de Osiris. Menciono este detalle sólo porque durante buena parte del libro son camada y luego pasan a ser denominados manada. Podría pensarse que es alguna sutil manera de referir la madurez que puedan ir alcanzando sus integrantes, pero al final del libro se vuelve a la nomenclatura original. No sé si es un fallo de edición o si hay alguna intención que soy incapaz de aprehender.

He comentado que los dioses necesitan creyentes para poder ejercer su poder. La sinopsis de la contraportada ya menciona a Thor, así que creo no estropear la diversión a nadie si os anticipo ya que dicho dios aparece en estas páginas. No recuerdo qué personaje se refiere a él como Balder y eso me confundió muchísimo: Balder es una deidad completamente diferente y su muerte será uno de los desencadenantes del Ragnarok. ¿Otra sutileza que me he perdido? ¿Habrá una segunda entrega en la que Thor sufra alguna desgracia y el fin del mundo esté aún más cerca? No en vano se hace mucho hincapié en la idea del ciclo y el final es bastante abierto: se gana una batalla, pero en absoluto se gana una guerra. Las acciones de los personajes han abierto nuevas vías que han de tener consecuencias. Quizá nombrar a Balder sea augurio de una continuación con un final más contundente, con menos sensación de tregua.

Lo he comentado en alguna ocasión: yo no escribo críticas, ni reseñas, ni pretendo que nadie entienda nada de lo que aquí describo. Cuento mis impresiones y mi experiencia subjetiva con el libro, así que el meollo del asunto es ¿qué me ha parecido? La respuesta es que me ha gustado, pero sin entusiasmarme. Ya anuncié que la leí con las mismas ganas que estoy tecleando este post, ningunas, así que la cantidad de páginas que se toma para plantear la situación y la tensión en los enfrentamientos y batallas me impacientaron. En otras circunstancias hubiera agradecido tanta cantidad de elementos, porque suponen una trama elaborada en la que no se deja ningún aspecto desatendido, pero yo quería saber cómo se iba a resolver todo.

Un inciso (el segundo): fui a un taller de narrativa en la Casa Tomada y María José Barrios nos contó que debíamos crear ciertas expectativas en el lector y satisfacerlas. Le contesté que por qué, que George R.R. Martin había matado al que parecía el héroe netamente bueno de Canción de hielo y fuego bastante pronto. No recuerdo si alegó que ese autor se lo podía permitir y era la excepción, pero yo estoy muy cansada de presuponer que todo va a salir bien porque un protagonista tiene que llegar al final de la novela. Cuanto más vieja me hago, más me gusta la devastación. En El arte salvaje se aprovecha que hay tantísimos personajes relevantes (hay muchas organizaciones implicadas en un ataque a nivel mundial) para matar a cualquiera a quien pudieras coger cierto cariño. Más o menos se perfila quiénes van a llegar vivos hasta la última página, pero algunas muertes sí me cogieron por sorpresa. Ese aspecto de la obra me ha gustado mucho.

No sólo hay muchos personajes, sino que se reúnen todos los ingredientes que puedan imaginarse en los géneros fantástico y de ciencia ficción. Quizá me faltaron magos en el sentido literal de la palabra y viajes en el tiempo, pero hay rituales, robots de combate, una amenaza que viene del cielo, ingeniería genética, espionaje, animales mejorados que aprovechan el momento de anarquía para establecer su propia sociedad, casas domóticas que contienen incendios devastadores, vampiros, ángeles, demonios, deidades mitológicas. Es una obra completísima que seguro que despierta interés por alguno de los muchos aspectos que presenta. Seguro que en otras circunstancias la hubiera disfrutado muchísimo.

A ver si la siguiente lectura me pilla más animada.

23.6.21

Cádiz y otras cosas

Mis padres tiene un piso en El Puerto de Santa María que está lejísimos de la playa, pero cerquita de la estación de tren. Odio conducir, así que cuando voy a pasar el fin de semana con ellos suelo hacer el viaje en tren y, si por fortuna tengo una semanita de vacaciones y puedo alargar la estancia, aprovecho el Cercanías y me llego a Cádiz. No tengo ningún sentido de la orientación, así que no puedo decir que conozca bien la ciudad, pero sí sus hitos más famosos, incluido el community manager del Museo de Cádiz, que me regaló Balbino y las sirenas para mi sobrina y me habló de la noche en que el cielo se puso rojo. Cierto es que yo quería comentar los libros de Jesús Relinque, pero creo que Balbino y las sirenas también está escrito por alguien que debe amar profundamente la ciudad, porque la implica por entero en la aventura. Mi sobrina tiene un año y medio, demasiado pequeña para ese libro, pero yo con más de cuarenta me divertí de lo lindo y estoy deseando leerlo con ella.

Vayámonos ahora a Mairena del Alcor. Era el 30 de marzo de 2019 y presentaban un cómic sobre Jorge Bonsor en la Feria del Libro del pueblo donde vivió. La arqueología de la comarca de Los Alcores me resulta tan atractiva como las Ferias del Libro, así que allá que me fui. Una de las casetas correspondía a la editorial Cazador de ratas, que por aquel entonces no conocía, y uno de sus autores me vendió todo lo que le dio la gana. O casi, porque tengo bastante claro qué me apetece leer y qué no y hay ciertas cosas por las que no paso. Sin embargo, sí que me llamaron la atención Terror nocturno y La llave de los misterios, ambos de Jesús Relinque. El primero, porque narra cómo Bécquer se involucró en lo que más tarde serían sus famosas leyendas; el segundo, porque me lo describieron como "Los Goonies en Cádiz" y yo fui niña en los ochenta.

Terror nocturno es un divertimento, una frikada. Es tan cortito que cualquier comentario supondría destriparlo, pero la idea es muy original. Como ocurre con La llave de los misterios y La ciudad oscura, reconocer ciertos pasajes consiguió implicarme muchísimo. Como ya he comentado, Gustavo Adolfo se ve arrastrado lejos de casa una noche aterradora que habrá de facilitarle el material para su obra futura.

La llave de los misterios no es que me implicase, es que fue una inmersión total. No sólo los protagonistas, niños, se mueven por calles que yo sigo recorriendo cada verano, sino que meriendan lo mismo que yo tomaba a su edad y ven los mismos programas infantiles que me entretenían. Todo era conocido, menos la trama y su desenlace, así que en ningún momento perdí la noción de magia, sorpresa y descubrimiento. Otro punto a favor son los protagonistas, porque me resulta muy difícil encontrar personajes infantiles que no me resulten redichos e insoportables (la única niña sí es bastante repelente, al cuerno la sororidad) y sin embargo estos resultan sumamente cercanos y simpáticos. El protagonista (dos años después, he olvidado su nombre), saca un libro de la biblioteca para descubrir que le han cambiado la sobrecubierta y tiene entre manos una obra sobre los misterios de su ciudad. Con la complicidad de su abuelo y la ayuda de sus amigos, marcha a desentrañarlos. Al final, descubrimos que su abuelo sí estaba al tanto de que hay mucho más en Cádiz de lo que el turista ve y se apunta una nueva aventura.

Un inciso sobre los personajes secundarios. Siempre me dan mucha pena esos que son los más brutos, los propensos a los accidentes, los que sólo parecen estar como alivio cómico y fueran incapaces de pensar o no tuvieran ningún tipo de vida interior más allá de la característica que los define. Me encantaría que una segunda aventura dejase a la niña repelente y al gafitas protagonistas de lado para darle más relieve a cualquiera de los demás, ya que es uno de ellos el que parece atisbar el próximo misterio a resolver.

La segunda novela, La ciudad oscura, sin embargo, nos narra la historia del abuelo Eulogio y es bastante más seria. Juraría que hasta el estilo es diferente. El ahora joven Eulogio hace gala de una verborrea tremenda, plena de localismos gaditanos (no sé si estoy familiarizada con todos ellos porque también se usan en Sevilla salvo alguna excepción o por la cantidad de tiempo que he pasado por aquellos lares), bastante divertida, pero el resto de la prosa me ha parecido un tanto más literaria. Es lógico, porque ahora la acción se ambienta en el Cádiz de la posguerra, con escenarios como la Casa Cuna, un manicomio, unos calabozos, con cartillas de racionamiento y represión feroz. 

No voy a extenderme sobre la trama, que también es mucho más sombría y más cruel, pero lo que en La llave de los misterios me hacía partícipe en este caso me ha sacado por completo de la historia. El autor del libro que encontrase el gafitas de la primera novela es profesor de arte en el Cádiz de 1947, pero en realidad se dedica a investigar misterios. En ese momento se encuentra empeñado en comunicarse con los muertos y será uno de suss alumno, Eulogio, quien lo ayudará a resolver esa cuestión sin saber que se van a ver envueltos en algo mucho más sangriento y más dramático. Y aquí es donde se me torció todo, porque no hace mucho que leí Luz y verdad del espiritualismo (en la edición de Cazador de ratas) y ya conocía de la existencia de este libro, de cómo fue impreso, censurado e incluso quemado en Cádiz y sobre su contenido acerca de la comunicación con los muertos mediante un trípode. No recuerdo yo que las instrucciones sobre las sesiones fueran tan detalladas como para realizar una sesión en casa, pero es que estaba tan cansada de la insistencia en que "los ateístas" y la gente de ciencia se iban a reír y los autores iban a borrarles la sonrisa al desmontar todos sus argumentos, sin que llegase a ver dichos argumentos, que no presté demasiada atención. Sea como sea, cuando Antonio y Eulogio encuentran el libro que buscan, no me supuso ninguna sorpresa. De manera similar, hace siglos leí Salambó de Flaubert, he visto los restos de un tophet en Mozzia, conozco las resonancias bíblicas de ese término y por tanto cuando Eulogio tiene la visión de una estatua con cabeza de carnero y un horno rugiente la asociación con Baal fue inmediata. Sabiendo que el rito incluía niños y fuego y las numerosas alusiones al rojo, era fácil atar cabos.

De todos modos, no sabía cómo unir todas las tramas en un final que las cerrase todas, no puedo ser tan pedante como para afirmar que no me ha gustado porque ya sabía qué iba a pasar, pero la sensación respecto a La llave de los misterios ha sido muy diferente. Entre otras cosas, porque las últimas páginas del otro libro hacen anticipar el desenlace desgraciado de éste, aunque no es tan dramático como yo pensaba que sería (pensaba que el responsable de separar a los protagonistas sería el régimen franquista y no fuerzas sobrenaturales). Por la ambientación, por las víctimas, por los hechos, por todo, a pesar de los esfuerzos de Eulogio es un libro mucho más sombrío.

Sea como sea, son libros que abarcan todo Cádiz. Es escenario y protagonista. Sus monumentos, sus calles, sus gentes, sus costumbres. Si hay que extrapolar las páginas a quien las escribe, hay aquí mucho amor por la patria chica. Puesto que yo no soy gaditana, pero ya he dejado constancia de que algún lazo tengo con la ciudad (amigos y correrías), es un aspecto de esta lectura que me encanta.

Un libro es mucho más que el trabajo de su autor. Es cuándo lo lees, con qué disposición, con qué bagaje, aquello de que "La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha" trasladado a la letra impresa, así que no puedo decir nada malo de esta obra, salvo que me ha dejado bastante indiferente. No era el momento, sencillamente. De hecho, ni siquiera iba a escribir este post y sólo espero que el autor nunca llegue a leerlo, porque aún confío en ir a la Feria del Libro de Cádiz y que me firme mi ejemplar de La ciudad oscura.

20.6.21

El hombre que hacía listas

No recuerdo en qué cuenta de Twitter vi una fotografía de la cubierta de Memorial de los libros naufragados. Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal, de Edward Wilson-Lee, editado por Ariel, y pensé "Qué título más hermoso". Puesto que la Biblioteca Colombina tiene su sede en Sevilla y ya había leído algo sobre cómo sus fondos se habían visto mermados (empezando por que se aloja en la Catedral de Sevilla y la Inquisición se encargó de expurgar bien a fondo, aunque habrían de sobrevenir otros desastres), me picó la curiosidad. Llevo ya unos cuantos post aclarando que no tengo la cabeza para lecturas sesudas y este libro es obviamente un ensayo, así que me ha costado toda mi cabezonería terminarlo. La única pena de leer en estas condiciones es que no he sacado todo el provecho que podría a esta lectura, que no es de un academicismo árido ni mucho menos.

En las fechas en la que escribo esto aún se está celebrando el quinto centenario de la primera circunnavegación del mundo, así que todo lo relativo a la Era de los Descubrimientos está muy en boga. Lógicamente, el Descubrimiento de América forma parte de la épica nacional y algo aprendí al respecto en mis años de EGB y BUP, pero creo que sobre los siguientes viajes de Colón supe de su existencia y poco más. En esta obra se describen los antecedentes del primer viaje y los acontecimientos más sobresalientes de los siguientes, pero no volveremos al Nuevo Mundo con Colón y todo lujo de detalles hasta su cuarto viaje, porque será en el que le acompañe Hernando.

Hernando era el segundo hijo de Cristóbal Colón, nacido en Córdoba, fuera del matrimonio. El primogénito era Diego y ambos hermanos entraron al servicio del príncipe Juan. En aquellos tiempos la corte era itinerante y por tanto Diego tuvo su primer contacto con las listas y catálogos, ya que solían hospedarse en las casas de distintos nobles y había que distinguir el ajuar propio del ajeno. También le permitió el trato con algunos intelectuales de la época que se encargaban de la formación del heredero. Parece ser que Hernando ya apuntaba maneras y no estaba demasiado interesado en la caza, sino que sacó buen provecho de la formación humanista que pudo obtener de su temporada al servicio de la Casa del Príncipe (trató con Pedro Mártir de Anglería y se postula que pudo haber tenido algún contacto incluso con Nebrija, el autor de la primera gramática española). Curiosamente también se destaca en esta parte de su biografía que no era lo que se dice guapo. Más adelante se mostrará una lámina con un retrato suyo que certifique que no lo era en absoluto.

Como comenté antes, Colón llevó consigo en su cuarto viaje a su hijo menor. El autor no pierde oportunidad de alabar la capacidad de observación del muchacho y sus anotaciones en sus diarios: estableció la analogía entre un manatí y una ternera en una época en que los mamíferos marinos todavía se catalogaban como peces, se apercibió de una perturbación magnética que no fue descubierta oficialmente hasta mucho después, por un detalle en un encuentro con los nativos taínos descubrió el uso de las semillas de cacao como dinero... Ya empiezan a perfilar a Hernando como un innovador en distintos campos y, sobre todo, como un acumulador compulsivo de saber. En esta parte del relato me llamó mucho la atención la reflexión sobre los testimonios acerca de los nativos: se empieza relatando su cosmogonía, porque Dios es el inicio, y de ahí se va trasladando el relato de su sociedad a sus costumbres. De lo superior a lo inferior, pero al ser sus deidades tan distintas de la europea ya se establece una "otredad". Si sus dioses ya son ridículos a ojos europeos, qué no habrá de ser toda una comunidad que se fundamenta en esas creencias. Estas reflexiones sobre la forma de ordenar y expresar el conocimiento  y cómo se reflejan en toda la sociedad aparecen una y otra vez a lo largo del libro, según van evolucionando dichas formas. 

Obviamente, ya desde el primer viaje hay envidias, rencillas, reclamaciones y una gran cantidad de política y ambiciones alrededor de Cristóbal Colón y sus exigencias. Hernando, como hijo menor e ilegítimo, queda fuera de toda herencia y de cualquier derecho adquirido, pero curiosamente se convierte en el valedor de la memoria de su padre y de los asuntos de su hermano (en este libro se hace un retrato de Diego que no es nada favorecedor, y esta vez no me refiero al aspecto físico). A pesar de todo, se incide mucho en la tremenda devoción que sentía Hernando por su progenitor y la gran admiración por su obra.

No me voy a extender en detalles, porque quien quiera saber sobre la vida de Hernando Colón sólo tiene que leer esta u otra biografía, pero uno de los detalles que desconocía por completo y me ha llamado poderosamente la atención es la existencia del Libro de las profecías. El Almirante quería respaldar su descubrimiento como algo que le estaba destinado y entraba dentro de los planes divinos. Era una manera de afianzar y defender su posición en la maraña de pleitos y acusaciones en la que estaba envuelto, pero me sorprendió mucho esa creencia de que toda la Historia de la Humanidad estaba determinada: con este libro, Colón insertaba su descubrimiento en el devenir profetizado de los acontecimientos.

A la muerte de su padre, Hernando litigia por defender a su hermano, tanto por percibir todo aquello prometido en las Capitulaciones de Santa Fe como para defenderlo en Roma ante el tribunal de la Rota por una querella en relación a un hijo natural. También entra al servicio de la Corte: sea por un encargo, sea por otro, va pasando por los distintos centros europeos de la impresión y distribución de libros. Es fascinante la tranquilidad con que el autor afirma que compró mil libros en un mes, setecientos en otro, pero sólo ochenta en cierta ciudad porque allí era complicado encontrar títulos que ya no tuviera. ¡Y yo que me considero compradora compulsiva por comprar unos diez al mes! Claro que Hernando aspiraba a una biblioteca universal, así que compraba también láminas, dibujos y grabados, opúsculos y pasquinos que otras instituciones descartaban en favor de clásicos y manuscritos. De esta acumulación de libros nació la necesidad de catalogar e indexar, para no repetir adquisiciones, e incluso el maravilloso título de esta obra: parece que envió a España más de mil quinientos libros y el navío que los transportaba se hundió. El libro donde los tenía anotados y catalogados recibió el título de Memorial de los libros naufragados (me sigue pareciendo una absoluta preciosidad).

Se estima que en el momento de su muerte tenía entre quince mil y veinte mil libros. No era una biblioteca pública, pero sí se pretendía que fuera útil y por tanto fue uno de los pioneros en los índices por materia. Ya que había libros con el mismo título y contenido similar, incluso contrató "sumistas", personas que hicieran resúmenes de las obras para ayudar a concretar la búsqueda del libro correcto. Se nos detalla la evolución de la catalogación, cómo descartó el sistema de pupitres con libros encadenados en favor de las estanterías, cómo guardaba copias adicionales en Santa María de las Cuevas para poder reponer las dañadas e incluso cómo inventó algo parecido al primer archivo de fichas que le permitiera modificar el orden sin tener que reescribir el catálogo entero.

La evolución de la biblioteca, lógicamente, va de la mano de la historia de la época: la coronación de Carlos V, la aparición del luteranismo, el saco de Roma, la amenaza de los otomanos. La vida de Hernando está ligada a la corte y sus vaivenes, de ahí que a veces tuviera que pedir prestado para sus adquisiciones y otras recibiera encargos del rey y tuviera liquidez, ya que su hermano nunca llegó a hacerse cargo de la parte que Cristóbal Colón había destinado a su hijo pequeño en su testamento.

Hernando era un verdadero hombre del Renacimiento: su biblioteca abarca todas las materias conocidas de la época y él mismo fue encargado del Patrón Real, fuente de todas las cartas náuticas utilizadas por los barcos españoles; también propuso en 1511 una primera circunnavegación al globo, proyecto que no salió adelante; plantó en su casa de la calle Goles cuantas especies pudo recolectar; y envió a varios agentes a lo largo y a lo ancho de España con el primer modelo de cuestionario para establecer un mapa detallado del país. Es increíble la cantidad de proyectos que fue capaz de abarcar.

Hay millones de detalles en este libro que hacen que merezca la pena su lectura, tantos que este escrito mío resulta muy pobre en comparación. Me dejo muchísimas cosas en el tintero, como las especulaciones sobre un lenguaje perfecto (Hernando empezó a escribir su propio diccionario) frente a la necesidad de un índice alfabético que utilizase "serpiente" y "culebra" además de "áspid" porque el usuario quizá no fuera tan específico a la hora de elegir el término de búsqueda. Mil y un detalles que hoy parecen naturales en el funcionamiento de una biblioteca normal o en un buscador de internet, pero que en aquella época supusieron verdaderas innovaciones y que no fueron aceptadas en otras instituciones hasta mucho después. Es, desde luego, un libro harto interesante sobre la vida intelectual de la Europa de finales del siglo XV y buena parte del XVI y no sé por qué no he sido capaz de leer más de quince páginas seguidas.

16.6.21

¿Y si...?

No hace demasiado, Gigamesh liquidó una serie de títulos de ciencia-ficción y fantasía. El sueldo es el que es, así que no pude darme todos caprichos, pero sí me permití Futuros perdidos, de Lisa Tuttle, autora de la que no recuerdo haber leído nada previamente.

El concepto de multiverso me remite directamente a Michael Moorcock y a su Campeón Eterno, que poco tiene que ver con esta obra. Aquí, la idea con la que se juega es que cada posibilidad existe de manera simultánea en universos paralelos: en mi realidad, hoy me he levantado, he desayunado y he encendido el ordenador para trabajar a pesar del dolor de cabeza que lleva amargándome una semana entera, pero en otra diferente me he tomado un paracetamol, me he vuelto a acostar y que le dieran por culo al trabajo, lo cual tendría unas consecuencias muy distintas. Tal vez en un tercer universo esta migraña es en realidad un ictus y no llego a levantarme. Mientras he estado trabajando, otra yo cuenta con una sanción grave por faltar al trabajo sin causa justificada y una tercera está muerta y no tiene que preocuparse más por esas cuestiones. En la saga de Alvin Maker aparece una teoría parecida. Existen unas mujeres, las teas, que ven el futuro desplegado como un árbol o como un camino lleno de encrucijadas. Con cada decisión tomada, se concreta el itinerario, desaparecen algunas ramificaciones y surgen otras nuevas. Ellas pueden verlas todas y ayudar a elegir la más adecuada o la menos dañina. Juraría que en uno de los libros de las brujas de Terry Pratchett (¿Lores y Damas? Han pasado muchos años desde aquella lectura), también hay un momento en que aparecen múltiples versiones de Yaya Ceravieja en función de los distintos destinos posibles. No es, por tanto, una hipótesis que me resulte desconocida.

Parece ser que no es sólo ciencia-ficción, sino que las matemáticas y la física también tienen su andamiaje para fundamentar la existencia de estos universos paralelos, pero en ese tema no me atrevo a entrar.

Lucy Clare Beckett se siente culpable por la muerte de su hermano. Dejó de lado su pasión por la ciencia para tontear con chicos, nunca salió de su pueblo y terminó siendo contable. Arruinó a conciencia su relación para evitar casarse con un hombre al que no ha dejado del todo. Tiene una mejor amiga, su propia casa, un coche, un trabajo estable, pero está atrapada en la rutina y no se decide a romper con todo y cambiar. ¿Qué hubiera pasado si la noche de la muerte de su hermano hubiera actuado de otra manera? ¿Sería una afamada matemática si hubiera terminado los estudios universitarios? ¿Y si se hubiera casado con Barry? ¿Y si...? ¿Y si...? De repente, es capaz de recordar como algo vivido verdaderamente todas esas posibilidades: una cena con su hermano, vivo; una vida de estudio en un piso con una gata; un marido que no es aquel al que dejó plantado, sino un músico que conoció en Londres (donde no ha estado). De algún modo, la pared que la separa de todas esas existencias posibles pero descartadas en función de las decisiones tomadas se ha vuelto permeable. Todo tiene que complicarse aún más y no seré yo quien desvele nada determinante en el desarrollo de la trama, principalmente porque todavía estoy dando vueltas a lo leído e intentando sacar conclusiones.

Es una obra desasosegante. No sólo por la reacción más obvia, que es plantearse la posibilidad de que cada cual esté viviendo la vida que realmente desea en este mismo momento y no lo esté haciendo por haberse equivocado en las elecciones cruciales. Clare asiste a terapia y allí se le recalca que nuestras decisiones no dependen enteramente de nosotros, aunque tampoco podamos culpar por entero de nuestras frustraciones a las circunstancias o a los demás. La ecuación es más compleja. El desasosiego viene de la confusión de recuerdos, de personalidades, de circunstancias. A veces son recuerdos, flashbacks, pero en ocasiones Clare sí cruza puertas y se ve atrapada en la vida de sus otros yoes, no necesariamente los más afortunados, así que es complicado ubicarse y saber qué está pasando ni por qué. Ni siquiera el final consiguió explicarme algunas transiciones entre un escenario y otro. Imagino que el libro requiere una lectura más atenta que la que he podido hacer (enhorabuena a mi otro yo que se libró de la migraña en la recombinación genética y vive sin esta tortura, o a la que sí aprobó las oposiciones a la primera, o...). Tal vez ese efecto de desconcierto no sea cuestión de prestar más atención, sino que es plenamente buscado por la autora.

En el prólogo se habla de que Clare es una protagonista absolutamente humana, una persona normal con reacciones que reconocemos como propias ante las situaciones extraordinarias. Es cierto. Todo los planteamientos de este tipo que recuerdo siempre se han desarrollado en escenarios que se identifican mucho más claramente con la ciencia ficción y la fantasía. Quizá pudiera tener alguna similitud con "Donde quiera que se oculten", un cuento de Tim Powers que leí no hace mucho, pero aunque se ambiente en el mundo real no hay realidades paralelas, sino que la única que hay se ve modificada por las acciones de viajeros en el tiempo. Toda la semejanza, por tanto, implica que cualquiera que se encuentre ante una situación así piensa en primer lugar que se está volviendo loco.

Todavía tengo que reflexionar bastante antes de decidir si el libro me ha gustado o no. Es diferente a otras obras sobre el tema, eso es innegable, pero no sé si me puedo sumar a los adoradores de la autora o si deshacerme del ejemplar en la próxima liberación de BookCrossing o en Wallapop.

12.6.21

Ojala supiera escribir así

Si alguien está leyendo este intento mío de retomar lo que era una sana costumbre, ya sabrá que estas letras no son críticas ni reseñas, sino mi experiencia con el libro, opinión pura y dura, condicionada por todas las demás lecturas e incluso por lo que ha rodeado la compra del ejemplar. No debe sorprender a nadie, por tanto, que empiece contando que cuando era pequeña leí Las aventuras de Vania el forzudo, de Otfried Preussler. Han pasado tantos años de aquella lectura que no me atrevería a jurarlo, pero creo que fue a través de Vania que supe de la existencia de Baba Yagá y su casa con patas de gallina. Los libros que leí y las series que vi de niña han configurado de tal manera mis gustos que compré Baba Yagá puso un huevo, de Dubravka Ugrešic, sin saber de qué iba, sólo por lo que me evocaba el título.

No tengo reparos en reconocer que soy una mente simple y que si hubiera sabido qué me iba a encontrar probablemente no lo hubiera comprado. También reconozco que, una vez que lo terminé, estaba maravillada. Todo empieza con una escritora que vuelve a casa de su madre, con la que no parece tener muy buena relación. La madre ha alojado a una estudiante de doctorado con la que parece congeniar mejor que con su propia hija, a quien la chica admira mucho. Recuerdan hechos, visitan paisajes de la infancia, constatan cambios, a la escritora no termina de caerle bien la muchacha y yo no acababa de encontrarle el sentido a aquello. Me gusta que me cuenten hechos, no me encuentro cómoda con las historias de sentimientos, sensaciones y relaciones porque nunca sé a qué atenerme ni qué conclusiones debo sacar. Si la relación con la madre es una metáfora de la transición del comunismo al capitalismo y a la situación actual de los países del Este o no es más que un conflicto generacional como otro cualquiera, de amor por encima de las diferencias, no lo sé y me quedo al margen de la historia sintiéndome una intrusa.

Cuando llegué a la segunda parte del libro, aluciné. Tres ancianas arramblan con todos sus ahorros y se van a un balneario a darse tratamientos, a jugar en el casino, a vivir a lo grande. Se nos dan pinceladas de su vida, de la relación entre ellas y, lo que me sorprendió mucho, hay una pizca de magia. Estas ancianas son más de lo que aparentan y yo debiera haberlo adivinado por el título del libro. No hay ninguna jovencita, pero me acordé de las brujas de Terry Pratchett, de las Nornas de la mitología nórdica, porque hay algo atávico en las tríadas de mujeres, hijas, madres, abuelas. Esa parte era divertida y trágica a partes iguales,  pero yo seguía estando en la inopia.

Entonces, la tercera parte. Un estudio antropológico, sí, árido como él solo, pero de repente ese informe sobre la mitología balcánica y los seres mágicos femeninos confería a todo lo anterior la unidad  y el sentido que yo necesitaba. Con esa explicación, toda la novela es perfecta. Sí, necesité que la propia autora desgranase qué había tras cada escena de la obra para comprenderla pero, una vez que lo hice, era maravillosa. Era cuestión de tiempo leer más de esta autora, claro.

Compré La edad de la piel sólo por su nombre en la portada, sin atender a nada más. Después del libro de Baba Yagá, podría leer hasta su lista de la compra, me daba lo mismo. Salvo que no era una novela, era una serie de ensayos de una escritora croata afincada en Ámsterdam. Cuando fue el "conflicto yugoslavo" yo ya tenía edad de interesarme por los sucesos del mundo, pero veinticinco años después sigo sin hacerlo, así que buena parte del marco del que parte la autora me resulta desconocido (he mirado en qué consistió la Operación Tormenta justo antes de teclear estas frases). Tampoco es que me hiciera falta mucho contexto para comprender los ensayos que hacían referencia a la limpieza étnica, al borrado del pasado antifascista, al alzamiento del neofascismo, a las señales identitarias de los nuevos nazis, las mismas a pesar de las distintas nacionalidades. Hay muchos temas que se tratan en este volumen, porque contiene diferentes ensayos, pero parece que el predominante es la estupidez humana en sus diversas facetas. Se pasa del comunismo, con todo su cemento, a una democracia corrupta. Los nazis ya quemaron el arte degenerado, pero se destruyen las obras que puedan recordar a los partisanos o a cualquier aspecto de la vida previa que no se acomode al ideario actual.

Otro aspecto de la imbecilidad humana a tratar es el machismo. No en su faceta más cruda, que tampoco nos la ahorra, sino en cosas más sutiles como la tiranía de la estética, ser una autora juzgada por un canon masculino hasta tal punto que afirmen que "se debe" a otros ensayistas (todos varones), un largo etcétera de detalles. Se incluyen las mujeres migrantes, por supuesto, ya que la propia autora vive en un país que no es en el que nació. Racistas que van a otros países a hacer tareas que en el suyo desempeñan los de otras etnias, el colmo de la contradicción. Historias de médicos e ingenieros que se preguntan en qué punto equivocaron el camino, de limpiadoras que ya hablan mejor el idioma de su nuevo hogar que el dialecto del lugar de donde previenen... De manera similar a la que se trata el machismo, no hay concertinas ni devoluciones en caliente, sino historias humanas devastadoras. Es muy curiosa la alusión a las tumbas de los gitanos, porque lo que se cuenta de éstas en la Europa del Este puede verse en el cementerio de San Fernando en Sevilla: los errantes, a la hora de elegir su última morada, el sitio del que ya no han de moverse, nos hacen un corte de mangas (lo del corte de mangas son palabras textuales).

Hay muchas páginas dedicadas a los balnearios. Qué literarios son los balnearios. Ella nombra a Thomas Mann y yo recuerdo la segunda parte de Baba Yagá puso un huevo, con sus viejecitas. Ha pasado mucho tiempo entre una lectura u otra, pero yo creía ver apuntes de una obra en la otra.

Se recurre en un par de ocasiones también al hombre corriente y a las nuevas tecnologías como la oportunidad de dejar de serlo. Siempre felices, cada instante inmortalizado en las redes sociales a la espera de un like que nos haga creer que dejamos recuerdo de nuestro paso por la Tierra. "...hoy cualquier Narciso en el globo terráqueo se puede permitir un espejo.". Se ve que a una profesional de la escritura le duele que cualquier influencer pueda publicar un libro o baste acostarse con la persona adecuada para que un equipo de profesionales te edite una cantidad de páginas sin necesidad de que redactes ni media página. Le duele la "amateurización" del arte (tendría que confirmar si ésa es la palabra que usa) por un lado y por otro su democratización: criticar el último best-seller o la última película oscarizada es un suicidio social, se interpreta como necesidad de atención. Para qué queremos criterio propio si podemos fiarnos de lo que a todo el mundo le gusta.

Podría demorarme mucho en describir cada ensayo. Hay mucho contenido sobre el que reflexionar, pero lo que realmente me ha enamorado es la forma de desarrollarlo. Por supuesto que hay melancolía en algunos párrafos, pero también hay un punto de lucidez, de distancia tanto física como emocional, y un tanto de ironía. No sé qué edad tendrá esta señora, pero se nota que se permite juzgar ciertas cosas desde la perspectiva de los años. Ya se sabe, los jóvenes de ahora... Adopte la postura que adopte, sin embargo, mi impresión es que cada palabra es la palabra exacta para afirmar lo que quiere decir. No sé cómo será en versión original, pero la traducción al castellano me parece maravillosamente escrita. Siendo de ciencias puras, no sé con qué razonamientos apuntalar esta afirmación, pero mataría por tener esa facilidad para utilizar el lenguaje de forma tan cercana y tan precisa; de incluir imágenes hermosas de manera natural, sin caer en la metáfora rebuscada; de que parezca que todo se comenta ante un café sin que el tono sea coloquial, pero sí tan natural.

No puedo decir qué quiero ser de mayor, porque ya lo soy, pero sí puedo afirmar que daría lo que fuera por escribir así.


9.6.21

Quizá debiera creer en la reencarnación

No recuerdo en qué Feria del Libro compré ¿Arte? ¿Por qué? de Barret y me regalaron una chapa con el logo de la editorial: una bicicleta. Llevo (llevaba, ahora teletrabajo) diez años yendo a trabajar en bicicleta, así que el detalle me encantó, pero confieso que no volví a comprar nada de dicha editorial hasta que en la Feria del Libro de Tomares de este año me encontré ante su puesto con la tarjeta de débito en la mano y la mente abierta. El contador de visitas me confirma que nadie lee estas entradas, pero ya he comentado en alguna que suelo tener las ideas bastante claras en lo que a la lectura se refiere, incluso los caprichos están determinados por mis inclinaciones previas, pero en las Ferias del Libro me permito improvisar. Como resultado de esa improvisación me llevé de aquel stand La tiranía de las moscas (impactante, maravilloso), el tan cacareado Panza de burro (que me da algo de miedo y por eso sigue en la lista de lecturas pendientes, porque me siento muy boba cuando no encuentro la grandeza que todos loan), Jardieladas y el libro que me ocupa hoy, Roque Six, de José López Rubio.

Como clienta, puedo representar cualquiera de los dos extremos: en ocasiones adopto esa expresión de "Ni me hables, que no quiero que me vendas nada" u otras veces (lo que es mucho peor) decido dar conversación. En un caso u otro se puede ver que mi madre se esmeró conmigo, soy extremadamente cortés, pero como trabajadora en atención al cliente sé bien cuánto cansa ser amable con una persona que te está contando cosas que no te interesan en absoluto y te están consumiendo un tiempo que podrías emplear en trabajo administrativo (o en el caso de los dependientes, en recepcionar pedidos, ordenar estantes, cuadrar la caja o sencillamente descansar un poco del contacto humano, que es siempre tan agotador). Aquella tarde conseguí que la historia de mi vida estuviera relacionada con los libros. Cuando el chico intentó destacar algunos títulos, le comenté que entre el trabajo y las oposiciones no me quedan neuronas para la alta literatura, que necesitaba algo ligero. Ni siquiera tenía que ser bueno, sólo quería material para desconectar el cerebro antes de dormir. Puesto que ya llevaba un libro de Jardiel Poncela, me recomendó Roque Six, ya que ambos autores se conocían. Tanto el muchacho que me atendió, como la sinopsis de la novela, como todos los artículos que salen en primer lugar en una búsqueda de Google la alaban como una obra de humor, representante de la vanguardia del siglo XX, así que ¿por qué no?

Roque Fernández, un anodino funcionario, muere de neumonía y deja mujer e hijos. Hasta aquí todo normal. Lo que Roque no sabe es que Dios invierte muchísimo esfuerzo en crear algún genio en cada generación, pero todavía le cuesta mucho más dar al mundo un tonto absoluto. Roque es ese tonto y ha muerto sin cumplir su misión, así que debe reencarnarse una y otra vez (las seis vidas que menciona el título) hasta realizar la tarea que tenga encomendada. Es así como Roque despierta en el cuerpo de un funcionario francés, también con mujer e hijos, sin saber qué hace allí y muy preocupado por el destino de aquel cuya identidad está usurpando. Se embarca por tanto en la búsqueda de esa persona que ahora es él, con los consecuentes equívocos, pero sufre un accidente absurdo y fallece.

Tras un par de páginas de transición, despierta en el cuerpo de un presbítero, también casado y con hijos, pero adúltero. En esta ocasión ya empieza a comprender el mecanismo de la reencarnación y encontrará a otro no-muerto que le aclarará aún más las cosas, pero volverá a morir. Empieza a buscar la muerte, de hecho. Será así un terrorista regicida, un bebé y... No tengo muy clara en qué consiste la última reencarnación. ¿La mitad de una pareja de gemelos?

Mencioné que todos alaban Roque Six como una muestra del humor de la vanguardia del siglo XX y es innegable que tiene muchos puntos muy divertidos, como su disertación sobre la pedagogía, cómo el francés terminó barriendo la calle y siendo reconocido como ciudadano ejemplar, la teoría de por qué gira el planeta o la historia del adulterio del presbítero ante los ojos del marido ludópata que sólo tiene ojos para las cartas. Todas las situaciones son absurdas y por tanto no deberían ser tomadas en serio, pero yo no he conseguido sacudirme una cierta melancolía. Parece ser que el autor trató a Ramón Gómez de la Serna y esta novela es un tremendo homenaje a las greguerías. Estoy convencida de que ése es el aspecto que me ha transmitido esa tristeza, porque los símiles, las metáforas y el tono de las descripciones era demasiado hermoso, demasiado evocador, profundo en ocasiones. El libro está demasiado bellamente escrito como para resultarme divertido. 

Insisto siempre en que una lectura no es sólo la obra elegida, sino el momento, las circunstancias, el estado de ánimo, el bagaje del lector. No hace mucho leí La luna se ha puesto, de John Steinbeck, sobre el que no me atrevo a escribir porque no sabría expresar lo que me inspiró: en esa obra hay una ocupación, un primer acto de rebeldía y por tanto una primera pena de muerte. El alto mando intenta utilizar al alcalde del pueblo para legitimar esa ejecución, pero en una escena desgarradora él se acerca al reo y le dice que puede sentirse orgulloso, porque con su muerte está dando inicio a algo. No consigo transmitir la carga emocional de ese diálogo: al morir, el minero condenado va a prender la mecha de la rebelión, se va a convertir en la causa de sus conciudadanos. Todavía estaba bajo el influjo de esta lectura cuando me topé con la tercera vida de Roque. Cuando ocupa el cuerpo correspondiente, ya se encuentra en la cárcel, a la espera de un consejo de guerra. Poco a poco se nos van desgranando las reuniones clandestinas y las personalidades de sus compañeros de celda, desde aquel a quien no da un ardite por su propia vida hasta el joven estudiante que no era consciente de dónde se metía y llora inconsolable. ¿Qué pensará su madre, que le recomendaba que no frecuentase esos círculos? De los debates políticos no se derivan cambios tangibles, así que Roque y los suyos toman la iniciativa y cometen un regicidio. Una vez presos, saben perfectamente cuál habrá de ser su destino. El estudiante llora, otros aceptan su destino y yo no hacía sino recordar al primer fusilado de La luna se ha puesto. ¿Podría Roque, el tonto perfecto, ser el detonante de un verdadero cambio en el país? ¿O algún general se haría cargo del gobierno y todo seguiría igual?

En ese punto, la divergencia con mi línea de pensamiento: descubren una vía de escape. Sólo Roque, que sabe que volverá a encarnarse, decide quedarse a morir y probar suerte en un nuevo cuerpo, en una situación distinta. No conseguí encontrar el humor en ese capítulo, que determinó mi estado de ánimo para el resto de la lectura. Uno sombrío, desde luego.

Puede que disienta al enfocar Roque Six como una obra de humor (aunque es fácil encontrarlo en sus páginas), pero es una verdadera maravilla. Sólo por la prosa ya merece la pena cada minuto invertido en este libro.


5.6.21

Non capisco niente

Parece que Historia de España contada a las niñas, de María Bastarós, ha ganado varios premios y por tanto no debería dudar en ningún momento de su calidad. Lo cierto es que ni siquiera sabía que existiera, como tampoco conocía los Puchi Awards, así que jamás hubiera leído esta obra si una amiga no me la hubiera dado para leerla, liberarla en BookCrossing o hacer lo que quisiera con ella excepto devolvérsela. Imagino que la hubiera liberado directamente si me hubiera informado previamente sobre el primer premio recibido, ya que "Puchi Award busca premiar las propuestas de libro más libres, brillantes y renovadoras, sin renunciar a ningún género, centrándose únicamente en su osadía y su vinculación con los distintos lenguajes del presente." y no soy yo amiga de los experimentos.

Cuando alguien afirma que un libro premiado (o muy vendido y alabado) no le ha gustado se le suele contestar "Es que no lo has entendido". No tengo ningún problema en admitir que, efectivamente, no me he enterado de nada. Desconcierto absoluto. A ver cómo consigo abordar este post y que resulte medianamente inteligible.

Hay un pueblo habitado únicamente por mujeres del que desaparecen unas hermanas gemelas, secuestradas por un hombre que las mantiene en un sótano con la única compañía de un cervatillo blanco. En aquel pueblo sólo había dos representantes del sexo opuesto, el repartidor que mantenía a la población en contacto con el resto de la civilización y un niño cuyo nacimiento desconcertó a todas las vecinas, pero pronto quedó huérfano y lo enviaron a la Ciudad con su padre. Partimos por tanto de un pueblo especial, pero rápidamente los personajes son apartados de allí y ni siquiera parecen tener relación entre ellos. Tampoco parecen tenerla una política sexy a la que su marido no satisface, dos primas muy diferentes entre sí que descubren que son adoptadas, una pareja de policías que casi son aplastados por una suicida que se ha arrojado de su terraza, una panda de chavales que planean una violación en grupo a través del Whatsapp y las chicas con desórdenes alimenticios que se animan a perder peso a través de las redes. La novela va saltando de un personaje a otro, a veces con años de diferencia entre su anterior aparición y la actual, y si hay suerte deja caer un punto de conexión entre unos personajes y otros: el niño que abandonó el pueblo caza un ciervo albino y ésa será toda su relación con las gemelas desaparecidas, por ejemplo, algo casi anecdótico. 

Creo que fue en Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, donde se ponía de relieve que todos somos personajes secundarios en las historias de otros, pero en el caso de Historia de España contada a las niñas se podría decir que son meros figurantes.

Las gemelas, las primas adoptadas y una tal Lucy que aparecerá bien avanzada la historia sí están mucho más ligadas, pero incluso así el lazo es de parentesco y todo lo experimentan por separado. Estas leves tangencias en las trayectorias de unos y otros es lo que da algo de coherencia a toda la obra, pero hay tantas vivencias tan diferentes, temas tan diversos que se apuntan sin desarrollarse, que yo no sabía qué me estaba intentando contar la historia ni si debía sacar alguna conclusión de todo aquello. Como era incapaz de discernir qué se me estaba planteando, ni siquiera he sido capaz de saber si se llega a resolver algo. No será porque no son páginas repletas de asuntos espeluznantes o ridículos, porque incluso hay una reunión new age de feministas que buscan la comunión con la Gran Madre o a saber qué y terminan con la chamana intoxicada por el peyote (esa parte es muy divertida), pero me dio la impresión de que todo queda demasiado diluido entre el aluvión de temas y personajes.

No dudo que sea una gran obra digna de todos los premios recibidos y muchos más pero, honestamente, no la he entendido.

2.6.21

La infeliz es una histérica que no sé cómo la aguanto

Pedro Muñoz Seca murió fusilado en Paracuellos y siempre se cuenta que en su juicio afirmó "Me lo podéis quitar todo, menos el miedo que os tengo". Creador de un género teatral, la astracanada, yo no hubiera sabido de su existencia si no pasara mis veranos en El Puerto de Santa María, donde había un festival de teatro de comedias que llevaba su nombre. El año que se programaba La venganza de don Mendo, se agotaban las entradas el mismo día que se ponían a la venta y algunos de los que hacían cola se turnaban para declamar el texto. Curiosamente, nunca he asistido a una representación de esta obra en la ciudad natal del autor y mi curiosidad por ella la sació la televisión (yo vi una versión de Fernando Fernán Gómez que ahora no encuentro en RTVE a la carta, pero aquí tenéis otra: siempre he pensado que el teatro es para verlo, no para leerlo). Me dejé seducir por el ambiente medieval, por el enredo, por los ripios, por la forma de retorcer el lenguaje para que pareciera más acorde con la época y es la obra de teatro que más veces he visto representada. A mi actual pareja la conocí en una feria medieval y asistimos juntos a una función de La venganza de don Mendo, si es que eso puede significar algo. Me encanta.

Obviamente, tengo un ejemplar de La venganza de don Mendo, pero está en casa de mis padres, así que cuando vi la edición de Cazador de Ratas, tan bonita con sus miniaturas y tan pequeñita, fue fácil decidirme a comprarla. Y ahora vamos al lío.

Magdalena tiene ya veinte años y por tanto su padre, don Nuño Manso de Jarama, piensa que es hora de casarla y concierta su matrimonio con don Pero de Toro, privado del rey don Alfonso VII. Magdalena ve las ventajas del enlace, pero surge un pequeño inconveniente: ¿cómo se deshace de su amante, don Mendo, marqués de Cabra, sin que éste destroce su reputación y por tanto las posibilidades de casamiento? Cuando don Mendo acude a la amorosa cita y le cuenta que ha contraído deudas de juego (jugando a las siete y media, es tremendo cómo relata la tensión y la emoción que entraña un juego tan bobo para mi gusto), Magdalena le ofrece un collar, momento en que son sorprendidos por el padre y el prometido de la muchacha. Don Mendo, para salvaguardar la (apariencia de) virtud de su amada, afirma que ha entrado a robar, como demuestra el collar que tiene en las manos. Magdalena ve el cielo abierto e insiste en que lo empareden, lo cieguen, le corten la lengua, le amputen una mano y cualquier otra barbaridad que impida que pueda descubrirla. Don Mendo consigue escapar a tan terrible destino con ayuda de su amigo Moncada y jura venganza.

Transcurre el tiempo y el rey Alfonso VII acude a reunirse con su privado, que ha recuperado bastante territorio al moro invasor. Lo que todos saben, excepto el de Toro, es que no tiene tantas ganas de cumplimentar a su privado como a su señora, que satisface sus apetitos con quien le place y que, no contenta con el rey, anda ahora encaprichada del trovador Renato. Cierto es que Renato las tiene a todas locas, desde una de las moras que baila como acompañamiento de sus trovas, Azofaifa, hasta la propia reina Berenguela. Huelga decir que Renato es don Mendo disfrazado y que con tanta admiradora deseando verse con él en una cueva escondida tenemos el enredo perfecto.

La historia se desarrolla en cuatro actos, en verso. No soy yo filóloga para entrar a desentrañar los esquemas de las rimas y la métrica de los versos pero, si hay que atender al epílogo de la edición que tengo, hay gran variedad de estrofas y numerosas parodias de escenas de grandes obras del Siglo de Oro. Es obvia la referencia al tema de la honra, pues una y otra vez se vuelve a lo adecuado que es que el marido de la frívola Magdalena se apellide Toro y su padre, que ha tardado tanto en reconocer la naturaleza de su hija, sea un Manso. Con independencia de que se sepan reconocer las escenas parodiadas o no (lo reconozco: yo no tengo tanta cultura), lo estupendo de La venganza de don Mendo es esa mezcla de grandilocuencia con lenguaje coloquial, la invención de palabras para reforzar la imagen de la época en que se ambienta la obra, el ripio facilón que interrumpe en una métrica más clásica para causar la risa. Se baja de la pasión más excelsa a la conclusión más prosaica (siempre me ha encantado la afirmación de Renato tras la declaración de amor de Azofaifa: "La infeliz es una histérica que no sé cómo la aguanto") en unos contrastes hilarantes.

Una cosa que me fascina de La venganza de don Mendo es la cantidad de personajes que aparecen simultáneamente en escena y, por tanto, la gran cantidad de muertos que llega a acumular en el último acto. Todo es grandioso y ridículo al mismo tiempo: tras la grandilocuencia, el protocolo de la corte, los cargos y las cortesías, cada cual mira por su propios intereses y la consecución de sus apetitos. El máximo exponente del egoísmo es Magdalena, a quien no le importa dejar cadáveres tras de sí mientras se salga con la suya.

Tras haber vuelto a leer esta obra, sólo tengo ganas de verla representada otra vez (menos mal que puedo hacerlo en RTVE a la carta).