20.6.21

El hombre que hacía listas

No recuerdo en qué cuenta de Twitter vi una fotografía de la cubierta de Memorial de los libros naufragados. Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal, de Edward Wilson-Lee, editado por Ariel, y pensé "Qué título más hermoso". Puesto que la Biblioteca Colombina tiene su sede en Sevilla y ya había leído algo sobre cómo sus fondos se habían visto mermados (empezando por que se aloja en la Catedral de Sevilla y la Inquisición se encargó de expurgar bien a fondo, aunque habrían de sobrevenir otros desastres), me picó la curiosidad. Llevo ya unos cuantos post aclarando que no tengo la cabeza para lecturas sesudas y este libro es obviamente un ensayo, así que me ha costado toda mi cabezonería terminarlo. La única pena de leer en estas condiciones es que no he sacado todo el provecho que podría a esta lectura, que no es de un academicismo árido ni mucho menos.

En las fechas en la que escribo esto aún se está celebrando el quinto centenario de la primera circunnavegación del mundo, así que todo lo relativo a la Era de los Descubrimientos está muy en boga. Lógicamente, el Descubrimiento de América forma parte de la épica nacional y algo aprendí al respecto en mis años de EGB y BUP, pero creo que sobre los siguientes viajes de Colón supe de su existencia y poco más. En esta obra se describen los antecedentes del primer viaje y los acontecimientos más sobresalientes de los siguientes, pero no volveremos al Nuevo Mundo con Colón y todo lujo de detalles hasta su cuarto viaje, porque será en el que le acompañe Hernando.

Hernando era el segundo hijo de Cristóbal Colón, nacido en Córdoba, fuera del matrimonio. El primogénito era Diego y ambos hermanos entraron al servicio del príncipe Juan. En aquellos tiempos la corte era itinerante y por tanto Diego tuvo su primer contacto con las listas y catálogos, ya que solían hospedarse en las casas de distintos nobles y había que distinguir el ajuar propio del ajeno. También le permitió el trato con algunos intelectuales de la época que se encargaban de la formación del heredero. Parece ser que Hernando ya apuntaba maneras y no estaba demasiado interesado en la caza, sino que sacó buen provecho de la formación humanista que pudo obtener de su temporada al servicio de la Casa del Príncipe (trató con Pedro Mártir de Anglería y se postula que pudo haber tenido algún contacto incluso con Nebrija, el autor de la primera gramática española). Curiosamente también se destaca en esta parte de su biografía que no era lo que se dice guapo. Más adelante se mostrará una lámina con un retrato suyo que certifique que no lo era en absoluto.

Como comenté antes, Colón llevó consigo en su cuarto viaje a su hijo menor. El autor no pierde oportunidad de alabar la capacidad de observación del muchacho y sus anotaciones en sus diarios: estableció la analogía entre un manatí y una ternera en una época en que los mamíferos marinos todavía se catalogaban como peces, se apercibió de una perturbación magnética que no fue descubierta oficialmente hasta mucho después, por un detalle en un encuentro con los nativos taínos descubrió el uso de las semillas de cacao como dinero... Ya empiezan a perfilar a Hernando como un innovador en distintos campos y, sobre todo, como un acumulador compulsivo de saber. En esta parte del relato me llamó mucho la atención la reflexión sobre los testimonios acerca de los nativos: se empieza relatando su cosmogonía, porque Dios es el inicio, y de ahí se va trasladando el relato de su sociedad a sus costumbres. De lo superior a lo inferior, pero al ser sus deidades tan distintas de la europea ya se establece una "otredad". Si sus dioses ya son ridículos a ojos europeos, qué no habrá de ser toda una comunidad que se fundamenta en esas creencias. Estas reflexiones sobre la forma de ordenar y expresar el conocimiento  y cómo se reflejan en toda la sociedad aparecen una y otra vez a lo largo del libro, según van evolucionando dichas formas. 

Obviamente, ya desde el primer viaje hay envidias, rencillas, reclamaciones y una gran cantidad de política y ambiciones alrededor de Cristóbal Colón y sus exigencias. Hernando, como hijo menor e ilegítimo, queda fuera de toda herencia y de cualquier derecho adquirido, pero curiosamente se convierte en el valedor de la memoria de su padre y de los asuntos de su hermano (en este libro se hace un retrato de Diego que no es nada favorecedor, y esta vez no me refiero al aspecto físico). A pesar de todo, se incide mucho en la tremenda devoción que sentía Hernando por su progenitor y la gran admiración por su obra.

No me voy a extender en detalles, porque quien quiera saber sobre la vida de Hernando Colón sólo tiene que leer esta u otra biografía, pero uno de los detalles que desconocía por completo y me ha llamado poderosamente la atención es la existencia del Libro de las profecías. El Almirante quería respaldar su descubrimiento como algo que le estaba destinado y entraba dentro de los planes divinos. Era una manera de afianzar y defender su posición en la maraña de pleitos y acusaciones en la que estaba envuelto, pero me sorprendió mucho esa creencia de que toda la Historia de la Humanidad estaba determinada: con este libro, Colón insertaba su descubrimiento en el devenir profetizado de los acontecimientos.

A la muerte de su padre, Hernando litigia por defender a su hermano, tanto por percibir todo aquello prometido en las Capitulaciones de Santa Fe como para defenderlo en Roma ante el tribunal de la Rota por una querella en relación a un hijo natural. También entra al servicio de la Corte: sea por un encargo, sea por otro, va pasando por los distintos centros europeos de la impresión y distribución de libros. Es fascinante la tranquilidad con que el autor afirma que compró mil libros en un mes, setecientos en otro, pero sólo ochenta en cierta ciudad porque allí era complicado encontrar títulos que ya no tuviera. ¡Y yo que me considero compradora compulsiva por comprar unos diez al mes! Claro que Hernando aspiraba a una biblioteca universal, así que compraba también láminas, dibujos y grabados, opúsculos y pasquinos que otras instituciones descartaban en favor de clásicos y manuscritos. De esta acumulación de libros nació la necesidad de catalogar e indexar, para no repetir adquisiciones, e incluso el maravilloso título de esta obra: parece que envió a España más de mil quinientos libros y el navío que los transportaba se hundió. El libro donde los tenía anotados y catalogados recibió el título de Memorial de los libros naufragados (me sigue pareciendo una absoluta preciosidad).

Se estima que en el momento de su muerte tenía entre quince mil y veinte mil libros. No era una biblioteca pública, pero sí se pretendía que fuera útil y por tanto fue uno de los pioneros en los índices por materia. Ya que había libros con el mismo título y contenido similar, incluso contrató "sumistas", personas que hicieran resúmenes de las obras para ayudar a concretar la búsqueda del libro correcto. Se nos detalla la evolución de la catalogación, cómo descartó el sistema de pupitres con libros encadenados en favor de las estanterías, cómo guardaba copias adicionales en Santa María de las Cuevas para poder reponer las dañadas e incluso cómo inventó algo parecido al primer archivo de fichas que le permitiera modificar el orden sin tener que reescribir el catálogo entero.

La evolución de la biblioteca, lógicamente, va de la mano de la historia de la época: la coronación de Carlos V, la aparición del luteranismo, el saco de Roma, la amenaza de los otomanos. La vida de Hernando está ligada a la corte y sus vaivenes, de ahí que a veces tuviera que pedir prestado para sus adquisiciones y otras recibiera encargos del rey y tuviera liquidez, ya que su hermano nunca llegó a hacerse cargo de la parte que Cristóbal Colón había destinado a su hijo pequeño en su testamento.

Hernando era un verdadero hombre del Renacimiento: su biblioteca abarca todas las materias conocidas de la época y él mismo fue encargado del Patrón Real, fuente de todas las cartas náuticas utilizadas por los barcos españoles; también propuso en 1511 una primera circunnavegación al globo, proyecto que no salió adelante; plantó en su casa de la calle Goles cuantas especies pudo recolectar; y envió a varios agentes a lo largo y a lo ancho de España con el primer modelo de cuestionario para establecer un mapa detallado del país. Es increíble la cantidad de proyectos que fue capaz de abarcar.

Hay millones de detalles en este libro que hacen que merezca la pena su lectura, tantos que este escrito mío resulta muy pobre en comparación. Me dejo muchísimas cosas en el tintero, como las especulaciones sobre un lenguaje perfecto (Hernando empezó a escribir su propio diccionario) frente a la necesidad de un índice alfabético que utilizase "serpiente" y "culebra" además de "áspid" porque el usuario quizá no fuera tan específico a la hora de elegir el término de búsqueda. Mil y un detalles que hoy parecen naturales en el funcionamiento de una biblioteca normal o en un buscador de internet, pero que en aquella época supusieron verdaderas innovaciones y que no fueron aceptadas en otras instituciones hasta mucho después. Es, desde luego, un libro harto interesante sobre la vida intelectual de la Europa de finales del siglo XV y buena parte del XVI y no sé por qué no he sido capaz de leer más de quince páginas seguidas.

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