2.6.21

La infeliz es una histérica que no sé cómo la aguanto

Pedro Muñoz Seca murió fusilado en Paracuellos y siempre se cuenta que en su juicio afirmó "Me lo podéis quitar todo, menos el miedo que os tengo". Creador de un género teatral, la astracanada, yo no hubiera sabido de su existencia si no pasara mis veranos en El Puerto de Santa María, donde había un festival de teatro de comedias que llevaba su nombre. El año que se programaba La venganza de don Mendo, se agotaban las entradas el mismo día que se ponían a la venta y algunos de los que hacían cola se turnaban para declamar el texto. Curiosamente, nunca he asistido a una representación de esta obra en la ciudad natal del autor y mi curiosidad por ella la sació la televisión (yo vi una versión de Fernando Fernán Gómez que ahora no encuentro en RTVE a la carta, pero aquí tenéis otra: siempre he pensado que el teatro es para verlo, no para leerlo). Me dejé seducir por el ambiente medieval, por el enredo, por los ripios, por la forma de retorcer el lenguaje para que pareciera más acorde con la época y es la obra de teatro que más veces he visto representada. A mi actual pareja la conocí en una feria medieval y asistimos juntos a una función de La venganza de don Mendo, si es que eso puede significar algo. Me encanta.

Obviamente, tengo un ejemplar de La venganza de don Mendo, pero está en casa de mis padres, así que cuando vi la edición de Cazador de Ratas, tan bonita con sus miniaturas y tan pequeñita, fue fácil decidirme a comprarla. Y ahora vamos al lío.

Magdalena tiene ya veinte años y por tanto su padre, don Nuño Manso de Jarama, piensa que es hora de casarla y concierta su matrimonio con don Pero de Toro, privado del rey don Alfonso VII. Magdalena ve las ventajas del enlace, pero surge un pequeño inconveniente: ¿cómo se deshace de su amante, don Mendo, marqués de Cabra, sin que éste destroce su reputación y por tanto las posibilidades de casamiento? Cuando don Mendo acude a la amorosa cita y le cuenta que ha contraído deudas de juego (jugando a las siete y media, es tremendo cómo relata la tensión y la emoción que entraña un juego tan bobo para mi gusto), Magdalena le ofrece un collar, momento en que son sorprendidos por el padre y el prometido de la muchacha. Don Mendo, para salvaguardar la (apariencia de) virtud de su amada, afirma que ha entrado a robar, como demuestra el collar que tiene en las manos. Magdalena ve el cielo abierto e insiste en que lo empareden, lo cieguen, le corten la lengua, le amputen una mano y cualquier otra barbaridad que impida que pueda descubrirla. Don Mendo consigue escapar a tan terrible destino con ayuda de su amigo Moncada y jura venganza.

Transcurre el tiempo y el rey Alfonso VII acude a reunirse con su privado, que ha recuperado bastante territorio al moro invasor. Lo que todos saben, excepto el de Toro, es que no tiene tantas ganas de cumplimentar a su privado como a su señora, que satisface sus apetitos con quien le place y que, no contenta con el rey, anda ahora encaprichada del trovador Renato. Cierto es que Renato las tiene a todas locas, desde una de las moras que baila como acompañamiento de sus trovas, Azofaifa, hasta la propia reina Berenguela. Huelga decir que Renato es don Mendo disfrazado y que con tanta admiradora deseando verse con él en una cueva escondida tenemos el enredo perfecto.

La historia se desarrolla en cuatro actos, en verso. No soy yo filóloga para entrar a desentrañar los esquemas de las rimas y la métrica de los versos pero, si hay que atender al epílogo de la edición que tengo, hay gran variedad de estrofas y numerosas parodias de escenas de grandes obras del Siglo de Oro. Es obvia la referencia al tema de la honra, pues una y otra vez se vuelve a lo adecuado que es que el marido de la frívola Magdalena se apellide Toro y su padre, que ha tardado tanto en reconocer la naturaleza de su hija, sea un Manso. Con independencia de que se sepan reconocer las escenas parodiadas o no (lo reconozco: yo no tengo tanta cultura), lo estupendo de La venganza de don Mendo es esa mezcla de grandilocuencia con lenguaje coloquial, la invención de palabras para reforzar la imagen de la época en que se ambienta la obra, el ripio facilón que interrumpe en una métrica más clásica para causar la risa. Se baja de la pasión más excelsa a la conclusión más prosaica (siempre me ha encantado la afirmación de Renato tras la declaración de amor de Azofaifa: "La infeliz es una histérica que no sé cómo la aguanto") en unos contrastes hilarantes.

Una cosa que me fascina de La venganza de don Mendo es la cantidad de personajes que aparecen simultáneamente en escena y, por tanto, la gran cantidad de muertos que llega a acumular en el último acto. Todo es grandioso y ridículo al mismo tiempo: tras la grandilocuencia, el protocolo de la corte, los cargos y las cortesías, cada cual mira por su propios intereses y la consecución de sus apetitos. El máximo exponente del egoísmo es Magdalena, a quien no le importa dejar cadáveres tras de sí mientras se salga con la suya.

Tras haber vuelto a leer esta obra, sólo tengo ganas de verla representada otra vez (menos mal que puedo hacerlo en RTVE a la carta).