23.6.21

Cádiz y otras cosas

Mis padres tiene un piso en El Puerto de Santa María que está lejísimos de la playa, pero cerquita de la estación de tren. Odio conducir, así que cuando voy a pasar el fin de semana con ellos suelo hacer el viaje en tren y, si por fortuna tengo una semanita de vacaciones y puedo alargar la estancia, aprovecho el Cercanías y me llego a Cádiz. No tengo ningún sentido de la orientación, así que no puedo decir que conozca bien la ciudad, pero sí sus hitos más famosos, incluido el community manager del Museo de Cádiz, que me regaló Balbino y las sirenas para mi sobrina y me habló de la noche en que el cielo se puso rojo. Cierto es que yo quería comentar los libros de Jesús Relinque, pero creo que Balbino y las sirenas también está escrito por alguien que debe amar profundamente la ciudad, porque la implica por entero en la aventura. Mi sobrina tiene un año y medio, demasiado pequeña para ese libro, pero yo con más de cuarenta me divertí de lo lindo y estoy deseando leerlo con ella.

Vayámonos ahora a Mairena del Alcor. Era el 30 de marzo de 2019 y presentaban un cómic sobre Jorge Bonsor en la Feria del Libro del pueblo donde vivió. La arqueología de la comarca de Los Alcores me resulta tan atractiva como las Ferias del Libro, así que allá que me fui. Una de las casetas correspondía a la editorial Cazador de ratas, que por aquel entonces no conocía, y uno de sus autores me vendió todo lo que le dio la gana. O casi, porque tengo bastante claro qué me apetece leer y qué no y hay ciertas cosas por las que no paso. Sin embargo, sí que me llamaron la atención Terror nocturno y La llave de los misterios, ambos de Jesús Relinque. El primero, porque narra cómo Bécquer se involucró en lo que más tarde serían sus famosas leyendas; el segundo, porque me lo describieron como "Los Goonies en Cádiz" y yo fui niña en los ochenta.

Terror nocturno es un divertimento, una frikada. Es tan cortito que cualquier comentario supondría destriparlo, pero la idea es muy original. Como ocurre con La llave de los misterios y La ciudad oscura, reconocer ciertos pasajes consiguió implicarme muchísimo. Como ya he comentado, Gustavo Adolfo se ve arrastrado lejos de casa una noche aterradora que habrá de facilitarle el material para su obra futura.

La llave de los misterios no es que me implicase, es que fue una inmersión total. No sólo los protagonistas, niños, se mueven por calles que yo sigo recorriendo cada verano, sino que meriendan lo mismo que yo tomaba a su edad y ven los mismos programas infantiles que me entretenían. Todo era conocido, menos la trama y su desenlace, así que en ningún momento perdí la noción de magia, sorpresa y descubrimiento. Otro punto a favor son los protagonistas, porque me resulta muy difícil encontrar personajes infantiles que no me resulten redichos e insoportables (la única niña sí es bastante repelente, al cuerno la sororidad) y sin embargo estos resultan sumamente cercanos y simpáticos. El protagonista (dos años después, he olvidado su nombre), saca un libro de la biblioteca para descubrir que le han cambiado la sobrecubierta y tiene entre manos una obra sobre los misterios de su ciudad. Con la complicidad de su abuelo y la ayuda de sus amigos, marcha a desentrañarlos. Al final, descubrimos que su abuelo sí estaba al tanto de que hay mucho más en Cádiz de lo que el turista ve y se apunta una nueva aventura.

Un inciso sobre los personajes secundarios. Siempre me dan mucha pena esos que son los más brutos, los propensos a los accidentes, los que sólo parecen estar como alivio cómico y fueran incapaces de pensar o no tuvieran ningún tipo de vida interior más allá de la característica que los define. Me encantaría que una segunda aventura dejase a la niña repelente y al gafitas protagonistas de lado para darle más relieve a cualquiera de los demás, ya que es uno de ellos el que parece atisbar el próximo misterio a resolver.

La segunda novela, La ciudad oscura, sin embargo, nos narra la historia del abuelo Eulogio y es bastante más seria. Juraría que hasta el estilo es diferente. El ahora joven Eulogio hace gala de una verborrea tremenda, plena de localismos gaditanos (no sé si estoy familiarizada con todos ellos porque también se usan en Sevilla salvo alguna excepción o por la cantidad de tiempo que he pasado por aquellos lares), bastante divertida, pero el resto de la prosa me ha parecido un tanto más literaria. Es lógico, porque ahora la acción se ambienta en el Cádiz de la posguerra, con escenarios como la Casa Cuna, un manicomio, unos calabozos, con cartillas de racionamiento y represión feroz. 

No voy a extenderme sobre la trama, que también es mucho más sombría y más cruel, pero lo que en La llave de los misterios me hacía partícipe en este caso me ha sacado por completo de la historia. El autor del libro que encontrase el gafitas de la primera novela es profesor de arte en el Cádiz de 1947, pero en realidad se dedica a investigar misterios. En ese momento se encuentra empeñado en comunicarse con los muertos y será uno de suss alumno, Eulogio, quien lo ayudará a resolver esa cuestión sin saber que se van a ver envueltos en algo mucho más sangriento y más dramático. Y aquí es donde se me torció todo, porque no hace mucho que leí Luz y verdad del espiritualismo (en la edición de Cazador de ratas) y ya conocía de la existencia de este libro, de cómo fue impreso, censurado e incluso quemado en Cádiz y sobre su contenido acerca de la comunicación con los muertos mediante un trípode. No recuerdo yo que las instrucciones sobre las sesiones fueran tan detalladas como para realizar una sesión en casa, pero es que estaba tan cansada de la insistencia en que "los ateístas" y la gente de ciencia se iban a reír y los autores iban a borrarles la sonrisa al desmontar todos sus argumentos, sin que llegase a ver dichos argumentos, que no presté demasiada atención. Sea como sea, cuando Antonio y Eulogio encuentran el libro que buscan, no me supuso ninguna sorpresa. De manera similar, hace siglos leí Salambó de Flaubert, he visto los restos de un tophet en Mozzia, conozco las resonancias bíblicas de ese término y por tanto cuando Eulogio tiene la visión de una estatua con cabeza de carnero y un horno rugiente la asociación con Baal fue inmediata. Sabiendo que el rito incluía niños y fuego y las numerosas alusiones al rojo, era fácil atar cabos.

De todos modos, no sabía cómo unir todas las tramas en un final que las cerrase todas, no puedo ser tan pedante como para afirmar que no me ha gustado porque ya sabía qué iba a pasar, pero la sensación respecto a La llave de los misterios ha sido muy diferente. Entre otras cosas, porque las últimas páginas del otro libro hacen anticipar el desenlace desgraciado de éste, aunque no es tan dramático como yo pensaba que sería (pensaba que el responsable de separar a los protagonistas sería el régimen franquista y no fuerzas sobrenaturales). Por la ambientación, por las víctimas, por los hechos, por todo, a pesar de los esfuerzos de Eulogio es un libro mucho más sombrío.

Sea como sea, son libros que abarcan todo Cádiz. Es escenario y protagonista. Sus monumentos, sus calles, sus gentes, sus costumbres. Si hay que extrapolar las páginas a quien las escribe, hay aquí mucho amor por la patria chica. Puesto que yo no soy gaditana, pero ya he dejado constancia de que algún lazo tengo con la ciudad (amigos y correrías), es un aspecto de esta lectura que me encanta.

Un libro es mucho más que el trabajo de su autor. Es cuándo lo lees, con qué disposición, con qué bagaje, aquello de que "La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha" trasladado a la letra impresa, así que no puedo decir nada malo de esta obra, salvo que me ha dejado bastante indiferente. No era el momento, sencillamente. De hecho, ni siquiera iba a escribir este post y sólo espero que el autor nunca llegue a leerlo, porque aún confío en ir a la Feria del Libro de Cádiz y que me firme mi ejemplar de La ciudad oscura.

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