19.5.21

Que no me toques

Siempre he tenido un alto concepto de mí misma pero, hay que reconocerlo, en las redes sociales carezco por completo de comprensión lectora. Quiero despachar pronto cada mensaje para pasar al siguiente contenido y no presto ninguna atención a lo que leo. Fue así como vi una publicación sobre Los viejos creyentes, de Vasili Peskov, en el perfil de Instagram de la Editorial Impedimenta y me lancé a comprarlo en la creencia de que era una novela con un planteamiento original.

No lo es.

Una vez acepté el hecho de que estoy amamonada, disfruté de la lectura. Unos geólogos acampados en la taiga siberiana descubren una casucha en la que habita un padre con sus dos hijas, ya que sus descendientes varones viven en una "isba" aparte. Son personas cuya premisa religiosa es "No podemos vivir en el mundo" y por tanto se apartaron de él muchos años atrás.

El descubrimiento no tarda en llegar a los periódicos y es aquí donde entra en acción el autor.  Cuando se persona en la isba de la familia Lykov, ya sólo quedan dos de sus componentes: el padre, Karp Osipovich, de avanzada edad, y la menor de sus hijas, Agafia. La madre había muerto hacía mucho y los otros tres miembros de la familia fallecieron el mismo año por causas naturales. El autor, en su labor periodística, recoge la descripción del primer encuentro con los geólogos (¡el grupo estaba dirigido por una mujer que no vestía como tal y sabía leer y escribir! Las mujeres Lykov estaban muy orgullosas de saber leer) y de los avatares de la familia hasta que fue a entrevistarse con ellos.

Cierto es que no se ahonda demasiado en el "cisma ruso", pero sí se nos pone en antecentes: el zar Alejo, consciente de que los textos sagrados de su religión son traducciones de otras traducciones y por tanto se van propagando los errores y las malas interpretaciones, decide encargar nuevas versiones, traducidas directamente del griego. Cuando en estos textos revisados se descubren importantes diferencias con los comúnmente aceptados, algunos se aferran a los ritos en la forma que ya conocían y se niegan a reconocer estas escrituras corregidas. Ya que no se adhieren a la religión oficial, optan por apartarse del mundo en enclaves lejos de la civilización. En un país tan extenso como es Rusia, esto podría parecer fácil, pero a la población a la que se retiraron los Lykov llegó un destacamento de soldados en busca de desertores. Dado que renegaban de identificaciones y "papeles del mundo" y asustados porque un pariente había resultado muerto en un altercado con los soldados, los Lykov se internaron en el bosque y vivieron sin ningún contacto humano durante cuarenta años, a base de patatas y guisantes.

Tras ese primer reportaje, sus lectores reclamaban más información sobre estos viejos creyentes y Peskov volvía cada año. Llevaba consigo las donaciones de aquellos que se interesaban por el bienestar de los Lykov y aquí está lo más interesante (desde mi punto de vista, claro): ellos no aceptaban nada procesado por "provenir del mundo", así que la ropa debía ser nueva (el autor razona el por qué de esta condición y me resulta lógica,  pero sorprendente), no aceptaban hacerse fotos y, desde luego, no consideraban siquiera reintegrarse en la sociedad, por más que retomar el contacto humano y recibir ayuda con la cosecha y suministros les era cada vez más indispensable.

Según se avanza en la lectura, los Lykov siguen aferrándose a sus principios, pero relajan su observancia en lo relativo a ciertos objetos que les facilitan la vida. No tocan a sus visitantes, pero empiezan a dar por descontada la ayuda. Personalmente, aunque el autor habla de ellos con admiración, dadas las pruebas que habían superado en aras de la fe, encuentro en estas personas algo (mucho) de egoísta: cuando su padre muere y Agafia se queda sola, no duda en recurrir a los demás porque "dijeron que lo harían", como si el mundo con el que no quiere contacto le debiera algo. Sus principios dejan de ser tan estrictos cuando le va algún tipo de interés en ello, pero se niega rotundamente a trasladarse a alguna comunidad afín a sus creencias porque están demasiado contaminados para ella. Sin embargo, no hay contaminación que valga cuando se trata de invertir un buen dinero en enviar un helicóptero en su busca cuando se encuentra indispuesta. Los preceptos de la fe son curiosamente elásticos.

Es sorprendente cómo los rusos respetan y protegen ese arcaísmo viviente, esa reliquia de un cisma religioso que yo no conocía (no he indagado más, aunque el tema parece interesante). La actitud hacia ellos desmonta algún tópico relativo a los comunistas y su relación con la religión.

Fue mi primera lectura del año, por eso tengo registradas estas impresiones en el que iba a ser un diario de lectura que abandoné en el sexto libro. A pesar de haber leído algo que no pretendía, fue una sorpresa muy agradable. Siempre lo es aprender algo nuevo.