11.5.21

A mi edad y todavía me derriban mitos de la infancia

Me parece mentira que vaya a retomar el blog tantísimos años después. De hecho, seguro que es mentira que lo resucito y no vuelvo a teclear nada después de esta entrada, pero mi amigo Luis me dijo que el suyo le ayudaba a ordenar ideas y combatir la rutina del teletrabajo y quién soy yo para discutir a Luis. Es cierto que ya he perdido la costumbre de analizar mis lecturas, porque Instagram tampoco deja explayarse a placer y son ya demasiados años ciñéndome al formato de Twitter, pero ¿por qué no probar?


Para ser honesta, no he estado muy atinada al elegir el libro sobre el que disertar, pero es el que tengo más reciente: De Homero a los magos. La tradición oriental en la cultura griega, de Walter Burkert, editado por Acantilado. En mi descargo diré que soy de ciencias puras y que eso no implica que carezca de pensamiento crítico como parecen creer muchos defensores de las humanidades, pero sí que no me he preocupado demasiado en ahondar en ciertos asuntos que me enseñaron hace muchísimos años y me limité a incorporar a la poca o mucha cultura general que pueda tener: me contaron que Grecia era la cuna de la cultura europea y de la filosofía, que Homero era el padre de la literatura, que toda aquella cultura era digna de admirar y me tragué el paquete completo sin cuestionarme nada.


Puesto que esto es un blog personal y lo que voy a dar es mi opinión, es justo poneros en antecedentes (o quizá no sea justo, pero lo voy a hacer igualmente): cuando era pequeña veía Ulises 31 y quedé tan prendada que le pedí a mi padre que me comprase la Ilíada. Obviamente, allí Ulises era Odiseo y no sólo no se reproducían en el mar las aventuras que yo había visto en el espacio, sino que a mis ¿nueve? tiernos años me di de bruces con el catálogo de las naves. Fue un desastre, pero el amor por la mitología grecorromana ya estaba ahí y la tele lo seguía alimentando (me refiero concretamente a La pequeña Polon). Fui creciendo, fui leyendo y me maravillaba que incluso el más intrincado de los culebrones pudiera rastrearse hasta algún mito griego, sensación que me confirmó Borges cuando escribió aquello de Cuatro son las historias.... Sin embargo, me tomé la mitología como una serie de anécdotas e historias truculentas, a veces divertidas, explicaciones inocentes del origen de animales, constelaciones o costumbres y nunca fui más allá hasta hace un par de años que descubrí a Walter Burkert: los mitos son causa o consecuencia de los ritos religiosos y estos a su vez son fruto de la sociedad en que se desarrolla. La cultura griega se extiende durante muchos siglos, influye y es influida por los pueblos que la rodean o la invaden y yo, que había comprado la idea del germen de la cultura europea en su pureza primigenia, nunca me había preocupado de pensar en ello.


En De Homero a los magos, Burkert establece paralelismos entre ciertas escenas de la Ilíada y otros episodios de la epopeya de Gilgamesh, que yo no he leído. Sí reconoce la originalidad de la filosofía griega pero ¿fue un invento netamente griego? De nuevo se pone en el contexto del Mediterráneo y el Próximo Oriente, lugar este último donde las matemáticas y la astronomía estaban lo bastante avanzadas como para no conceder todo el mérito a los griegos, aunque estos supieran aprovechar bien la base que les daban sus vecinos. Es cierto que no estoy ducha en filosofía, conozco mejor la Ilíada por lo que otros han escrito sobre ellas que por lectura directa (ya he comentado cuán traumático fue) y mis pesquisas sobre los cultos mistéricos no han llegado todavía a los órficos, así que me ha faltado algo de base para sacar todo el provecho a esta lectura, pero sí que ha supuesto una caída del caballo: las cosas no surgen por generación espontánea, sino que evolucionan a partir de lo preexistente. Parece una tontería, pero los méritos de Grecia eran algo inoculado hace tanto que lo tenía totalmente idealizado.


El libro se construye a partir de unas conferencias que dio el autor, así que se estructura en cuatro capítulos que desarrollan cuatro temas diferentes: "Rasgos orientalizantes en Homero"; "Cosmogonías griegas y orientales: temas comunes y elecciones en contraste"; "El Orfismo redescubierto"; y "El advenimiento de los Magos". Bajo estos epígrafes se desarrollan las distintas comparativas a las que sólo puedo oponer el pero de mi propia ignorancia: no sé griego, así que cuando hace transcripciones de distintos textos para discutir los matices introducidos por las distintas grafías estaba muy perdida. De manera similar, cuando habla de cualquier filósofo para comparar su cosmogonía con la religión irania no sabía de qué sistema estaba hablando y tenía que parar de leer para buscar en Google. No digo con esto que sea una lectura tediosa o árida, porque ahora tengo nuevas perspectivas para abordar el tema griego, pero sí que no he sabido sacarle todo el provecho que podría.


¿Que no os he contado nada del libro? Es verdad, pero si os detallo todo lo que he aprendido ya no os haría falta leerlo, ¿no?

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