24.5.21

Viajes en el tiempo

Hace ya algún tiempo que leí que la primera máquina para viajar en el tiempo fue descrita por un español, Enrique Gaspar y Rimbau, algunos años antes de que lo hiciera H.G. Wells, en lo que primero iba a ser una zarzuela y terminó por publicarse como novela en 1887. Como siempre me ha gustado la ciencia ficción, me pareció una curiosidad y me hice con un ejemplar editado por la editorial Cazador de ratas.

En una de las Exposiciones Universales de París, don Sindulfo García, insigne zaragozano, presenta su Anacronópete y se explaya a conciencia sobre su teoría del tiempo y el funcionamiento de su máquina para viajar por el mismo. Este capítulo inaugural estuvo a punto de hacerme desistir, pero de repente llega el segundo y la novela cambia radicalmente: se nos cuenta cómo don Sindulfo, solterón empedernido, conoce y pierde a su esposa Mamerta. La muerte de ésta es lo más ridículo que he leído en mucho tiempo, pero la historia aún debe tornarse más absurda. Viudo, el protagonista debe hacerse cargo de su sobrina Clara y cae rendido ante sus encantos, pero la chica tiene otras ideas y planea casarse con un joven soldado que la pretende. Cómo van burlando la vigilancia del tío para mantener el contacto es digno de leer.  Don Sindulfo, ignorante de estos intercambios de cartas y mensajes, no ceja y trama un plan: ¿qué mejor uso para una máquina del tiempo que llevarse a Clara a una época en la que pueda obligarla a casarse con él por ser su tío y mentor? A partir de aquí, aunque retrocedan a la rendición de Granada, a la China del siglo III, ¡a la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya!, la novela es una comedia pura y dura, muy divertida, porque el pretendiente de Clara, Luis, no está dispuesto a perderla y se embarca como polizón con sus subordinados.

Además de don Sindulfo, Clara, su criada Juana (quien lleva toda la carga humorística, básicamente por lo bruta que es y lo dispuesta que está a encararse con su patrón) y los soldados infiltrados, viaja en el Anacronópete Benjamín, otro sabio que colecciona restos arqueológicos. Si su mejor amigo ambiciona la mano de su sobrina, éste busca la inmortalidad.

Hay un par de incisos para explicar las facciones religiosas chinas, la historia de la escritura y similares, que se me hicieron bastante tediosos y algo innecesarios, pero el resto es una novela de enredo muy divertida que incluye una reencarnación y el hallazgo de la inmortalidad... del alma. Como todo aquello que no sea tratado con el "fluido García" sufre su retroacción a su estado original, los restos que llevaba consigo don Benjamín vuelven a verse en la manera que fueron en su época correspondiente, con resultados nada satisfactorios para el coleccionista. No sólo llegan como embajadores de la tecnología a la China del siglo III para descubrir que la arqueología no ha datado bien todos los avances de esa cultura, sino que se ven envueltos en un cambio de dinastía... Todo lo que creen saber de Historia se ve desbaratado, mientras don Sindulfo enloquece al no poder someter a su sobrina y don Benjamín sabotea la máquina para alcanzar el objeto de su búsqueda. Todo es muy atropellado y surrealista, disfruté enormemente de la lectura. Desde luego, no es ciencia ficción al uso, aunque se escribiera en la época en que Verne se podría decir que estaba dando los primeros pasos en el género (don Sindulfo menciona a Verne cuando está explicando a su público el funcionamiento de su máquina y parece ser que había una obra de teatro basada en La vuelta al mundo en 80 días que el autor pudo ver representada).

Si alguno ha ido alguna vez a un taller de escritura, sabrá a qué final no hay que recurrir nunca. Aquí es el único posible, porque la escalada de locura de don Sindulfo por amor a su sobrina llega a tal extremo que ni jugando con las posibilidades de la máquina podría resolverse airosamente. A pesar de un final tan anticlimático y tan repentino, me divertí de lo lindo con esta lectura y es una pena no haberlo sabido reflejar en este post tan soso.