14.8.21

No he leído Ilión, de Dan Simmons

Acabo de leer Diez falacias y clichés sobre la narrativa, artículo de la Jotdown Magazine, y hay cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que discrepo profundamente. Confieso que, aunque la trato poco porque llevamos vidas muy dispares y probablemente ella no me considere de la misma manera, me gusta llamar amiga a María José Barrios y he asistido a alguno de sus cursos en Casa tomada. De esas reuniones salía con la profunda convicción de que jamás llegaré a escribir (literatura, se entiende), porque si debía doblegar mi narración a ciertas normas y, sobre todo, a las expectativas del lector, se me acababa la escritura como vía de escape. Para un lugar en el que tengo absoluta libertad, me cortaban las alas. Paso de estar supeditada a la aprobación del lector y por eso me quedo aquí, que este es mi blog y me lo follo cuando quiero. Convengamos, por tanto, que estoy bastante a favor de las tesis libertarias de aquel artículo, pero me cuesta mucho más aceptar el párrafo dedicado a la originalidad. No sé si es que ya tengo muchos años a mis espaldas y muchas páginas tras mis ojos, pero son demasiadas las lecturas en las que no puedo evitar pensar "Ains, esto lo he leído aquí, allá, acullá, más allá...". Y es que ya lo dijo Borges (y yo lo voy a mencionar muy a menudo en este blog, ya lo hice al hablar de Walter Burkert), "Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.", así que imagino que es inevitable que cualquier novela traiga reminiscencias de lecturas previas o de mitos primordiales.

Unamos a todo lo anterior que soy muy cuadriculada. Adoro la mitología grecolatina y soy consciente de que la transmisión de esas historias era oral: las versiones que han llegado hasta nosotros son las composiciones de poetas y autores de tragedias (¿cómo puede existir el término comediógrafo y no tragediógrafo?). Me consta que el  más famoso destino de Ariadna es unirse a Dioniso, pero no hay que  buscar mucho hasta encontrar cinco muertes diferentes para ella. De manera similar, Procris puede lograr sus dones (la perra que nunca pierde una presa, la lanza que jamás falla su objetivo) en brazos de Minos o de manos de Diana. Higino recopila diversas fuentes y afirma que Níobe pudo tener nueve, doce o veinte hijos. Sé que hace muchos siglos ya cada cual adaptaba la historia según su propósito, la situación política o sus inclinaciones, pero no dejo de considerar aquellas obras como un canon, las bases, el origen, y cosas como Circe, de Madelein Miller me parecen verdaderas porquerías. Ojo, que La antorcha, de Marion Zimmer Bradley, o Cassandra, de Christa Wolf, me fascinaron, pero son mayoría las versiones que me repelen. A riesgo de ser una hereje, ni siquiera supe disfrutar Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood.

¿Dónde os quería llevar con toda la parrafada previa? A que llegué al stand de la editorial El Transbordador en la Feria del libro de Cádiz y al ver la portada de Los dioses muertos me sentí atraída (¡la ilustración es maravillosa!) y repelida al mismo tiempo. Supongo que debí resultar bastante desagradable a quien me atendió, porque le pregunté si era otra revisión de los mitos clásicos o si se inspiraba en ellos sólo para tomar los nombres: me contestó que podía comprarlo tranquila, que era una obra de ciencia ficción y que la mitología griega sólo aportaba la ambientación. Me lo llevé. Aquí estamos para comentarlo, aunque me haya pasado todo el artículo hablando de mí misma porque al fin y al cabo ésta es mi experiencia con la lectura y no la de otra persona.

Grecia aglutina diversas polis regidas hasta en el más mínimo aspecto por sus dioses. Salvo excepciones, los niños se generan el templo de Hera (el "cunáculo") y se conceden a las familias que han de criarlos; el agua caliente en las casas y los explosivos en las batallas son cosas de Hefesto; para hacer volar las naves hay que orar y ofrecer el sudor y el esfuerzo de los hombres. Toda la tecnología tiene como base la fe. A cambio de la misma, Grecia vive bajo una cúpula que le garantiza cielos azules, campos fértiles, la retransmisión de todos los eventos importantes e incluso la participación en los mismos, puesto que los dioses pueden conseguir que cada cuál se sienta en la piel de aquellos a quienes está viendo. Todo a cambio de defender a la polis propia de las ajenas cuando no se unen todas contra un enemigo común, sea una civilización regida por otros dioses, sea de los bárbaros que ansían la calidad de vida de los griegos. En esta sociedad, el héroe del momento es Prometeo, favorito de Atenea, y será su amigo y segundo Cleón quien nos cuente su epopeya (aunque, francamente, hay al menos un capítulo de la historia del que es imposible que tuviera noticia, así que no sé de dónde sacó los datos para su crónica).

Tras un prólogo en el que ya se nos anticipa que Prometeo se ha rebelado contra los dioses (en cierto modo, es su destino ineludible al llamarse así), Cleón comienza a narrar la historia de su lucha. Para llegar a la caída es preciso empezar por su encumbramiento: favorecido por Atenea (primer gran shock: la diosa virgen no duda en disfrutar de las delicias de la carne si su favorito se le pone a tiro), le son concedidas mejoras físicas para potenciar aún más su rendimiento en la batalla y se le empareja con otra militar de alto rango. Sin embargo, Prometeo es un héroe absolutamente perfecto, dechado de virtudes (cada vez soporto menos a ese tipo de personajes, que parece que sudan perfume), así que abandona a su competitiva pareja para perseguir a Pandora, maestra en la Academia, que a la belleza añade la inteligencia y el ansia por saber. 

Curiosamente, en la mitología griega Pandora está destinada a Epimeteo, el hermano de Prometeo, así que este emparejamiento no dejó de chocarme en ningún momento. La historia de Pandora es lo bastante famosa como para que no sea necesario repetirla aquí, pero hay una cuestión bastante interesante: si en la caja famosa sólo estaban los males, ¿cómo podía estar allí la esperanza? ¿Es algo malo porque obliga a los hombres a aguardar, quizá a trabajar y esforzarse, para alcanzar algo mejor que en realidad no tiene por qué llegar? ¿Se eligió el nombre de Pandora para este personaje porque con sus dudas desencadenará algo demasiado terrible, como su homónima al liberar todos los males, o porque realmente representa la esperanza de un mundo mejor tras sacudirse el yugo de los dioses? La hija de Epimeteo y Pandora es Pirra, quien casará con Decaulión y serán los nuevos Adán y Eva tras el diluvio. En este caso la unión de Prometeo y Pandora dará lugar a Deucalia (el nombre se asemeja al del esposo de Pirra y  no sé si es adrede o casualidad) y el protagonista sentirá el abrumador deseo de conceder la inmortalidad a su hija para protegerla de todo daño. Esto parece un episodio de amor paternal exacerbado que a mí me sobraba, pero en cierto modo ya anticipa explicaciones que están por venir. Si el protagonista puede desearlo para sus seres queridos, ¿por qué no van otros a anhelarlo para sí?

He adelantado acontecimientos. Pandora está comprometida en la búsqueda de la verdadera naturaleza de los dioses, porque si fueran intrínsecamente buenos no podrían permitir ningún mal a sus protegidos (por fortuna para vosotros, no tengo ni idea de filosofía y por tanto no voy a desgranar aquí a qué corriente puede referirse), y quiere dilatar el momento de su unión con Prometeo para no compremeterlo. Pacta por tanto con Atenea para que le prepare un periplo como el de Teseo, como el de Jasón, monstruos que derrotar y lo mantengan lejos de casa. El autor nos dice: "Después de la guerra las aventuras de los campeones son, sin duda alguna, el segundo plato preferido en el menú de cualquier debate griego y, sabedores de ello, los padres olímpicos se encargan de contarnos hasta el último detalle de las mismas. Si Odiseo ofende a Poseidón y el timón de su nave es confundido, obligándolo a viajar por el espacio durante años, nos lo hacen saber.". En este punto me acordé de Ulises 31 y se me escapó una sonrisilla. A continuación, en la página siguiente, Prometeo combate con el Minotauro, lo llama Asterión, siente una profunda misericordia por la bestia y fue inevitable volver a recordar a Borges (La casa de Asterión). Tenemos a un héroe tan sumamente perfecto que mata a quien se le ponga por delante, porque es su deber con sus dioses y su patria, pero no puede evitar sentir una profunda lástima por sus víctimas porque hemos de tener claro que es bueno. Y esta línea de pensamiento habrá de servir para toda la novela, porque cuando la venda caiga de sus ojos y sepa la verdad sobre sus dioses seguirán muriendo inocentes en aras de su venganza y lo justificará de esa misma manera: cada muerte es un peldaño hacia su objetivo y éste es honorable. Que les den por culo a todos, que la misión de Prometeo es la más alta, aunque sólo sea venganza disfrazada de liberación.

He vuelto a adelantarme. Prometeo se une a Pandora, la diosa les concede el don de reproducirse de forma natural, tienen una fantástica relación abierta en la que pueden satisfacerse con quien sea en tanto se sigan profesando amor mutuo y continúan las batallas que los griegos contemplan desde lejos por mediación de sus dioses. Uno de esos enemigos influirá en Prometeo de una manera que no voy a desvelar. Lo que los mortales no saben es que, a pesar de sus ardides, los dioses lo saben todo, lo ven todo, y por tanto su caída en desgracia está próxima y será terrible. Creo que no voy a contar nada más sobre la trama a riesgo de estropear la diversión, así que sólo apuntaré que cuando Prometeo es expulsado de la vida que conoce se topa con alguien que le dice "nos llevamos los rescoldos de su lumbre para poder encender fuego en nuestra propia cocina", alusión demasiado descarada al mito del que el protagonista toma el nombre.

En esa nueva vida, Prometeo se prepara para la lucha a través de un juego que sirve también para evaluarlo. Salvando las distancias, me recordó muchísimo al juego en la Escuela de Batalla de El juego de Ender, ya que a través de él estudiaban al muchacho, sus aptitudes y su manera de pensar. También en el tratamiento de la inmortalidad me acordé de ciertos aspectos de la saga Pórtico, de Frederick Pohl. 

Sea como sea, todos estos elementos están bien urdidos: el planteamiento es lo bastante original, abundan las escenas de acción, los escenarios son diversos. Hay una historia de amor tan perfecta como el protagonista, pero se disculpa porque ha de ser el acicate que lo empuje a través de muchas páginas. Están la inmortalidad, la fe, las posibilidades de la tecnología, la cuestión de la verdadera naturaleza humana, suficientes temas como para no quedarse sólo en la tecnología y en la batalla. Hay distintas facciones con distintos fines, tantos que todo apunta a que podría haber una segunda parte en la que reaparezcan antiguos enemigos o incluso alguno nuevo... No obstante, el propio autor indica en los agradecimientos que "a veces, la conexión no se da" y ése ha sido mi caso. Reconozco los logros de la obra, pero no he sabido empatizar con ella. Las muertes más terribles y significativas me han dejado indiferente, no he sabido entrar en la dinámica de la batalla y, aunque siento curiosidad por su posible continuación, tampoco es que esté impaciente por leerla. Llevo una temporada un tanto apática y me cuesta que una obra me toque, pero eso obviamente es cosa mía. Los dioses muertos es una distracción maravillosa con independencia de mi frialdad.