11.8.21

No sé, a lo mejor soy una tía rara

Las devoradoras, de Lara Williams, fue elegido por The Guardian como uno los mejores libros de 2019, calificándolo de «club de lucha feminista». En la web de la editorial puede leerse, tal cual, en mayúsculas, "LIBRO DEL AÑO PARA VOGUE, THE GUARDIAN, TIME", así que me lo he tenido que pensar mucho antes de manifestar mi opinión (insisto, mi opinión, subjetiva y personal) porque qué clase de lerda soy yo para llevar la contraria a la gente que sabe. No obstante, tras el chasco con El baile de las locas ya debería estar prevenida contra ciertos alegatos feministas.

Por si alguien no lo sabe, soy una mujer de mediana edad. No sé si llego a estar obesa, no he calculado mi índice de masa corporal, pero desde luego que me sobran kilos y la talla 44 me aprieta lo suficiente como para pensar que quizá la mía sea la 46. Si dijera que sólo me he maquillado tres veces en mi vida (para tres bodas) mentiría, porque fue mi madre quien me aplicó los productos pertinentes. El único papel que he firmado con mi pareja es el contrato de alquiler del piso. No me gustan los niños, que luego crecen y se convierten en personas adultas que tampoco me gustan, así que la maternidad es un tema que no me interesa en ninguno de sus aspectos. Podría dar aún más detalles, pero supongo que os haréis una idea del tipo de mujer que soy, bastante alejada de ciertos ideales de femineidad.

He aquí que de un tiempo a esta parte me encuentro muchos alegatos a favor de la lectura de autoras, porque quién va a comprender mejor la psique femenina que otra mujer, con tanta profundidad, tanta cercanía. Yo trabajo rodeada de mujeres y tenemos personalidades y circunstancias tan distintas que yo no atino a adivinar siquiera qué se les pasa por la cabeza a la mitad de ellas, así que no termino de entender por qué sólo otra mujer puede crear una literatura que me hable. Ojo, que Margaret Atwood, Connie Willis, Lois McMaster Bujold, Ursula K Le Guin, Robin Hobb y otras muchas autoras me han llevado donde han querido, pero si conocéis sus nombres sabréis que no es la psicología de sus personajes femeninos lo que me ha apasionado. Las razones que se esgrimen a favor de la lectura de autoras no me convencen en absoluto. Cada cual es un mundo y, francamente, creo que el mío no está determinado por mi condición de mujer y que precisamente en eso consiste el feminismo.

Yo quería, sin embargo, hablar (mal) de Las devoradoras, así que vayamos al asunto. Según la sinopsis, "Esta es la historia de un hambre que no se va. Y de Roberta, que vive intentando ocupar el mínimo espacio posible. A sus treinta años está atrapada en un trabajo sin sentido. Un día conoce a Stevie, una mujer libre y peligrosa. Se hacen amigas, se van a vivir juntas. Luego crean el Supper Club: un colectivo de mujeres cansadas de que les digan que tienen que hablar menos, comer menos, ser menos. Pero cuanto más popular y subversivo se vuelve ese club, más obligada se ve Roberta a reconciliarse con la vulnerabilidad de su propio cuerpo (y con ese pasado que se esfuerza tanto en reprimir). Las devoradoras habla sobre el hambre de vivir. Sobre crecer y encontrar tu lugar en el mundo.". Como gorda verbosa que soy, no tengo nada que objetar a ese planteamiento. Pero.

Partamos de que Roberta vive en un ambiente eminentemente femenino, porque su padre abandonó el hogar muy pronto. Hasta la mascota es hembra. Roberta va desgranando su pasado poco a poco, entre los avatares vividos con su club gastronómico, así que aún habremos de ser testigos de sucesos aún más traumáticos, pero debemos ser conscientes de que la protagonista parte desde el primer minuto con unas condiciones nada favorables: su padre se largó, ella no es precisamente el alma de la fiesta, le cuesta hacer amigos, es tímida, introvertida, insegura hasta tal punto de no ser capaz de pedir en una cafetería y, sobre todo, tremendamente dependiente. Esa necesidad de aceptación queda bastante clara en sus relaciones con los hombres, pero también en su relación con Stevie. Esa maravillosa mujer fuerte resultará finalmente ser una de esas amigas absorbentes que ven como una traición que puedas hacer planes de vida sin ella o que no la secundes en los suyos, pero de esto me ocuparé más adelante.

Roberta ama la cocina, pero tiene una relación un tanto tormentosa con la comida. Hay muchas páginas dedicadas a la elaboración de pan o de diversos platos (tienen mucha lógica en este contexto pero yo, que odio cocinar, me aburrí bastante) y no se olvidará detallar el menú cada vez que haya una escena en un bar o restaurante. Conoce a Stevie, una artista en dique seco, intiman de tal manera que se van a vivir juntas y crean un club gastronómico con otras mujeres rotas: deciden que la mejor manera de conquistar su lugar en el mundo es ocuparlo físicamente. Me parecería una iniciativa maravillosa si esos festines no estuvieran aderezados con alcohol y drogas: queda muy bonito decir que te estás ganando tu espacio a base de ocuparlo con grasa, que estás llenando tu vacío con kilos de comida, pero a la hora del festejo estás utilizando vías de evasión de la realidad normales y corrientes. Sentirse liberada con psicotrópicos y vandalismo parece más propio de una crisis de la mediana edad que se combate con comportamiento adolescente que una forma de reafirmarse. Oh, pero que no se dude de que son transgesoras, que la materia prima para las fiestas la obtienen de la basura. Por un lado el crear algo exquisito a partir de unos ingredientes que no has podido elegir debe ser muy satisfactorio, una prueba de tus habilidades y capacidad, pero yo lo enfoco por el lado contrario: quieres empoderarte y empiezas por aceptar los desechos de los demás en lugar de elegir tú misma.

Sea como sea, son mujeres que se reúnen y se divierten. La pregunta que hay que contestar para ingresar en el club es "¿Cuál es tu mayor miedo?" y es así como sabremos la historia de muchas de sus miembros. Todas han resultado lastimadas de un modo u otro: una agresión aparentemente aleatoria, un aborto, dejarse arrastrar por alguien más que te lleva a un lugar donde no te apetece estar. 

Más gorda, más contenta ahora que tiene un propósito y gente con quien llevarlo a cabo, Roberta se empareja. También ha recuperado el contacto con su padre y se plantea encontrarse con él. No nos engañemos, que The Guardian ha descrito esta obra como "el club de la lucha feminista" y por tanto no hay redención posible para los hombres de la vida de Roberta. Puede perdonar a su amiga Stevie que le exija devoción absoluta, pero a la hora de discutir con su pareja no hay negociación posible. Me resultó muy curioso que Roberta manifieste algunos reparos ante algunas iniciativas del club, pero ceda siempre; con su pareja, sin embargo, parece que o la acepta por entero o puede largarse por donde ha venido. Dado que es un personaje con tanta necesidad de aceptación, me chocó muchísimo que sólo precise la de otras mujeres y no la de su propio compañero. Francamente, hay que ser una misma, sí, pero creo que una convivencia sin roces durante mucho tiempo es un mirlo blanco y que parte de la pareja es aceptar ciertas manías y lidiar con algunos encontronazos. La gestión de conflictos también es parte del crecimiento y la madurez, ¿no? Tampoco el padre sale bien parado: es una novela de mujeres, no hay ni una concesión al heteropatriarcado.

Honestamente, yo no he encontrado el manifiesto feminista y la reivindicación del lugar en el mundo en ninguna parte. Yo pago la ansiedad con la comida, tengo un trabajo de mierda y sé positivamente que la única huella que voy a dejar en el mundo es la de carbono. Supongo que se debe a que mi necesidad de un psicólogo no es tan grande como la de alguien tan herido como Roberta y por tanto no puedo entender su revolución.

Otro día hablamos de El baile de las locas y cómo afirmar que ves muertos es la manera más rápida de acabar en un manicomio sin que el machismo tenga nada que ver.

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