25.8.21

Lo peor es que parece posible

La semana pasada no publiqué nada porque, sencillamente, no tenía ganas de escribir. Quería imponerme una rutina pero, a quién quiero engañar, cuando no me apetece redacto de forma aún más incoherente y, de todos modos, nadie está esperando para leerme. Para compensar, hoy voy a intentar comentar dos lecturas: Oryx y Crake (el enlace no se corresponde a la edición que yo tengo, que es de Byblos, de 2005 y está descatalogada) y El año del diluvio (que comparte título con un libro de Eduardo Mendoza, autor que me encanta), ambos de Margaret Atwood y pertenecientes a la trilogía MaddAddam.

Voy a confesar que ya leí Oryx y Crake, hace muchos años, y no debió impresionarme demasiado porque no recordaba nada en absoluto. Decidí releerlo antes de abordar la segunda parte de la trilogía para ponerme en situación y ahora me alegro de ello. No puedo decir que sean dos novelas paralelas, porque se intersecan varias veces para converger en su final: los protagonistas de una son personajes secundarios en la otra. Para ser sincera, Oryx y Crake es fabulosa en su planteamiento, pero me pareció demasiado lenta, en tanto que El año del diluvio da vida a su predecesora, porque es mucho más fácil acomodarse en ese mundo futuro cuando ya te resulta familiar.

En primer lugar conocemos a Hombre de las Nieves, que sobrevive a duras penas en un mundo donde parece ser el único ser humano. Los "crakers", aunque de apariencia humana, son seres creados genéticamente para eliminar todo aquello que ha creado conflicto. Por ejemplo, no conocen el amor. Cuando una hembra está en celo, se aparea con aquellos que lo requieran. No hay luchas, no hay celos, no hay crímenes pasionales. No parecen tener capacidad para pensar en abstracto, no tienen vello corporal, pueden curar lesiones y enfermedades menores a base de ronroneos y exudan un olor a cítricos que los protege de las picaduras de los insectos. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? Muy lentamente, paso a paso, Jimmy, a quien ahora conocen como Hombre de las Nieves, nos lo va a contar. Ese relato es doloroso por lo creíble.

La sociedad previa a la caída (al "Diluvio Seco") es un híbrido entre la actual y el cyberpunk. El mundo está en manos de las corporaciones, que aglutina a los grandes cerebros y a los trabajadores cualificados para generar necesidades que puedan satisfacer. El resto del mundo vive fuera de los complejos, en las plebillas, donde se puede acudir en busca de placeres prohibidos. Las especies se han extinguido, la materia prima escasea cuando no se ha agotado, la ingeniería genética y la medicina buscan ofrecer a sus clientes algo cada vez más parecido a la inmortalidad y si no estás dotado para las matemáticas sabes que estás abocado al fracaso. Jimmy vive en un complejo de una gran corporación, en el que se crían cerdos que pueden producir órganos específicos para los clientes que se lo puedan pagar (los cerdones) y mascotas como los mofaches. Su madre, también científica, no trabaja, pero no se puede decir que esté volcada en el cuidado de su hijo. Desde el primer momento Jimmy va arrastrando unas carencias emocionales tremendas. Un niño que no se siente especialmente querido va creciendo sin ser capaz de establecer lazos duraderos con nadie, en una lucha constante por caer bien, por ser aceptado. El único que parece estar ahí para tenderle una mano y para rescatarlo es su amigo Glenn, cuyo nick en un juego es Crake, pero es un chaval raro, introvertido, demasiado inteligente, que rápidamente es captado por una corporación.

El escenario es terrible. Hay sectas ecologistas, los trabajadores protestan cuando las corporaciones buscan y hallan la forma de sustituirlos, la degradación del medio ambiente es ya irreversible, las fuerzas del orden también están en manos privadas y por tanto es peligroso ir contra los intereses de la industria. Surge el terrorismo ecológico, se introducen organismos nuevos con fines diversos. A lo largo de la novela, en tanto Jimmy va dando bandazos sin encontrar su lugar, la situación va empeorando. Hasta que llega la epidemia y por tanto el fin de la humanidad. Es muy tentador dar detalles, pero no quiero estropearle la diversión a nadie. 

En Oryx y Crake hay una historia de amor extraña y enferma. Un triángulo amoroso en el que uno de sus vértices se da a todo el mundo porque no concibe que nadie haya de sufrir, otro retorcido que parece ser inmune a los sentimientos y otro que se debate entre la traición al amigo y su propia pasión. La forma de resolver la situación es muy impactante, porque es prácticamente el detonante del fin del mundo.

He comentado que se me hizo una lectura bastante pesada. El vacío existencial de Jimmy no me interesaba lo más mínimo, sentía la necesidad de saber qué había pasado y por qué. Me desesperaba con las historias sobre el pollo sintético, las guerras del café (en la edición de Salamandra es Cafeliz, en la de Byblos que yo he leído la cadena cafetera es Happycuppa) y otras situaciones que me parecían digresiones, pero que al final son los escalones que conforman el descenso a los infiernos. Cuando leí El año del diluvio ya tenía las referencias necesarias para comprender la historia y el mundo en que me movía.

Jimmy, ahora Hombre de las Nieves, parece el único superviviente junto con esos humanos modificados, los crakers, de un virus sin posibilidad de cura ni contención. Sin embargo, al comenzar El año del diluvio comprendemos que no. Hay personas que por diversas circunstancias estaban aisladas en el momento de mayor impacto de la epidemia y han conseguido seguir adelante. La historia se centra en dos de ellas, Toby y Ren, que se van alternando en contar el devenir de sus vidas y cómo continúan tras el desastre. Entre los relatos de una y otra se introducen textos de los Jardineros de Dios, una secta ecologista de la que habrá de escindirse MaddAddam (en la traducción de Byblos que yo tenía era el Loco Adán), arengas sobre los derechos de los animales, sobre el amor por las plantas, la necesidad del autoabastecimiento para sobrevivir al Diluvio Seco que habrá de mostrar a los humanos que no están por encima de todo lo que los rodea. Después de cada sermón, un canto.

El año del diluvio me resultó mucho más fácil de leer. Ren es oriunda de un complejo y de hecho vuelve a él, pero tanto ella como Toby deben buscarse la vida en las plebillas, al margen de las corporaciones, temerosas de la seguridad privada y los aspectos más salvajes de la sociedad. Ya estamos en un mundo conocido (soy esa clase de persona que necesita cierto control, así que estar en antecedentes me ayudó mucho a relajarme y disfrutar de la lectura), hasta tal punto que conoceremos otra versión de episodios que Jimmy ya había contado, de modo que Atwood puede recrearse en otros aspectos de su creación. Las instalaciones penitenciarias, el funcionamiento de la secta ecologista, cómo se escindió su ala más violenta, el destino de personas cuyo nombre y existencia conocimos gracias a Jimmy. Como ya apunté, los que fueran secundarios en la primera novela son ahora los protagonistas. No me voy a extender demasiado, porque el escenario es común, pero la narración me ha parecido mucho más dinámica: la autora ya no necesita explicarnos las circunstancias y puede centrarse en los personajes.

Soy consciente de que no transmito demasiado entusiasmo, pero me aterró esa evolución del capitalismo salvaje mucho más que la posibilidad de un virus de diseño que nos mate a todos, de modo tengo muchísimas ganas de leer la tercera entrega. Las dos primeras novelas convergen en sus finales, así que es de esperar que ahora todos los personajes evolucionen juntos y tengo ganas de saber qué posibilidades se abren ante ellos. Ha sido una experiencia intensa.

14.8.21

No he leído Ilión, de Dan Simmons

Acabo de leer Diez falacias y clichés sobre la narrativa, artículo de la Jotdown Magazine, y hay cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que discrepo profundamente. Confieso que, aunque la trato poco porque llevamos vidas muy dispares y probablemente ella no me considere de la misma manera, me gusta llamar amiga a María José Barrios y he asistido a alguno de sus cursos en Casa tomada. De esas reuniones salía con la profunda convicción de que jamás llegaré a escribir (literatura, se entiende), porque si debía doblegar mi narración a ciertas normas y, sobre todo, a las expectativas del lector, se me acababa la escritura como vía de escape. Para un lugar en el que tengo absoluta libertad, me cortaban las alas. Paso de estar supeditada a la aprobación del lector y por eso me quedo aquí, que este es mi blog y me lo follo cuando quiero. Convengamos, por tanto, que estoy bastante a favor de las tesis libertarias de aquel artículo, pero me cuesta mucho más aceptar el párrafo dedicado a la originalidad. No sé si es que ya tengo muchos años a mis espaldas y muchas páginas tras mis ojos, pero son demasiadas las lecturas en las que no puedo evitar pensar "Ains, esto lo he leído aquí, allá, acullá, más allá...". Y es que ya lo dijo Borges (y yo lo voy a mencionar muy a menudo en este blog, ya lo hice al hablar de Walter Burkert), "Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.", así que imagino que es inevitable que cualquier novela traiga reminiscencias de lecturas previas o de mitos primordiales.

Unamos a todo lo anterior que soy muy cuadriculada. Adoro la mitología grecolatina y soy consciente de que la transmisión de esas historias era oral: las versiones que han llegado hasta nosotros son las composiciones de poetas y autores de tragedias (¿cómo puede existir el término comediógrafo y no tragediógrafo?). Me consta que el  más famoso destino de Ariadna es unirse a Dioniso, pero no hay que  buscar mucho hasta encontrar cinco muertes diferentes para ella. De manera similar, Procris puede lograr sus dones (la perra que nunca pierde una presa, la lanza que jamás falla su objetivo) en brazos de Minos o de manos de Diana. Higino recopila diversas fuentes y afirma que Níobe pudo tener nueve, doce o veinte hijos. Sé que hace muchos siglos ya cada cual adaptaba la historia según su propósito, la situación política o sus inclinaciones, pero no dejo de considerar aquellas obras como un canon, las bases, el origen, y cosas como Circe, de Madelein Miller me parecen verdaderas porquerías. Ojo, que La antorcha, de Marion Zimmer Bradley, o Cassandra, de Christa Wolf, me fascinaron, pero son mayoría las versiones que me repelen. A riesgo de ser una hereje, ni siquiera supe disfrutar Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood.

¿Dónde os quería llevar con toda la parrafada previa? A que llegué al stand de la editorial El Transbordador en la Feria del libro de Cádiz y al ver la portada de Los dioses muertos me sentí atraída (¡la ilustración es maravillosa!) y repelida al mismo tiempo. Supongo que debí resultar bastante desagradable a quien me atendió, porque le pregunté si era otra revisión de los mitos clásicos o si se inspiraba en ellos sólo para tomar los nombres: me contestó que podía comprarlo tranquila, que era una obra de ciencia ficción y que la mitología griega sólo aportaba la ambientación. Me lo llevé. Aquí estamos para comentarlo, aunque me haya pasado todo el artículo hablando de mí misma porque al fin y al cabo ésta es mi experiencia con la lectura y no la de otra persona.

Grecia aglutina diversas polis regidas hasta en el más mínimo aspecto por sus dioses. Salvo excepciones, los niños se generan el templo de Hera (el "cunáculo") y se conceden a las familias que han de criarlos; el agua caliente en las casas y los explosivos en las batallas son cosas de Hefesto; para hacer volar las naves hay que orar y ofrecer el sudor y el esfuerzo de los hombres. Toda la tecnología tiene como base la fe. A cambio de la misma, Grecia vive bajo una cúpula que le garantiza cielos azules, campos fértiles, la retransmisión de todos los eventos importantes e incluso la participación en los mismos, puesto que los dioses pueden conseguir que cada cuál se sienta en la piel de aquellos a quienes está viendo. Todo a cambio de defender a la polis propia de las ajenas cuando no se unen todas contra un enemigo común, sea una civilización regida por otros dioses, sea de los bárbaros que ansían la calidad de vida de los griegos. En esta sociedad, el héroe del momento es Prometeo, favorito de Atenea, y será su amigo y segundo Cleón quien nos cuente su epopeya (aunque, francamente, hay al menos un capítulo de la historia del que es imposible que tuviera noticia, así que no sé de dónde sacó los datos para su crónica).

Tras un prólogo en el que ya se nos anticipa que Prometeo se ha rebelado contra los dioses (en cierto modo, es su destino ineludible al llamarse así), Cleón comienza a narrar la historia de su lucha. Para llegar a la caída es preciso empezar por su encumbramiento: favorecido por Atenea (primer gran shock: la diosa virgen no duda en disfrutar de las delicias de la carne si su favorito se le pone a tiro), le son concedidas mejoras físicas para potenciar aún más su rendimiento en la batalla y se le empareja con otra militar de alto rango. Sin embargo, Prometeo es un héroe absolutamente perfecto, dechado de virtudes (cada vez soporto menos a ese tipo de personajes, que parece que sudan perfume), así que abandona a su competitiva pareja para perseguir a Pandora, maestra en la Academia, que a la belleza añade la inteligencia y el ansia por saber. 

Curiosamente, en la mitología griega Pandora está destinada a Epimeteo, el hermano de Prometeo, así que este emparejamiento no dejó de chocarme en ningún momento. La historia de Pandora es lo bastante famosa como para que no sea necesario repetirla aquí, pero hay una cuestión bastante interesante: si en la caja famosa sólo estaban los males, ¿cómo podía estar allí la esperanza? ¿Es algo malo porque obliga a los hombres a aguardar, quizá a trabajar y esforzarse, para alcanzar algo mejor que en realidad no tiene por qué llegar? ¿Se eligió el nombre de Pandora para este personaje porque con sus dudas desencadenará algo demasiado terrible, como su homónima al liberar todos los males, o porque realmente representa la esperanza de un mundo mejor tras sacudirse el yugo de los dioses? La hija de Epimeteo y Pandora es Pirra, quien casará con Decaulión y serán los nuevos Adán y Eva tras el diluvio. En este caso la unión de Prometeo y Pandora dará lugar a Deucalia (el nombre se asemeja al del esposo de Pirra y  no sé si es adrede o casualidad) y el protagonista sentirá el abrumador deseo de conceder la inmortalidad a su hija para protegerla de todo daño. Esto parece un episodio de amor paternal exacerbado que a mí me sobraba, pero en cierto modo ya anticipa explicaciones que están por venir. Si el protagonista puede desearlo para sus seres queridos, ¿por qué no van otros a anhelarlo para sí?

He adelantado acontecimientos. Pandora está comprometida en la búsqueda de la verdadera naturaleza de los dioses, porque si fueran intrínsecamente buenos no podrían permitir ningún mal a sus protegidos (por fortuna para vosotros, no tengo ni idea de filosofía y por tanto no voy a desgranar aquí a qué corriente puede referirse), y quiere dilatar el momento de su unión con Prometeo para no compremeterlo. Pacta por tanto con Atenea para que le prepare un periplo como el de Teseo, como el de Jasón, monstruos que derrotar y lo mantengan lejos de casa. El autor nos dice: "Después de la guerra las aventuras de los campeones son, sin duda alguna, el segundo plato preferido en el menú de cualquier debate griego y, sabedores de ello, los padres olímpicos se encargan de contarnos hasta el último detalle de las mismas. Si Odiseo ofende a Poseidón y el timón de su nave es confundido, obligándolo a viajar por el espacio durante años, nos lo hacen saber.". En este punto me acordé de Ulises 31 y se me escapó una sonrisilla. A continuación, en la página siguiente, Prometeo combate con el Minotauro, lo llama Asterión, siente una profunda misericordia por la bestia y fue inevitable volver a recordar a Borges (La casa de Asterión). Tenemos a un héroe tan sumamente perfecto que mata a quien se le ponga por delante, porque es su deber con sus dioses y su patria, pero no puede evitar sentir una profunda lástima por sus víctimas porque hemos de tener claro que es bueno. Y esta línea de pensamiento habrá de servir para toda la novela, porque cuando la venda caiga de sus ojos y sepa la verdad sobre sus dioses seguirán muriendo inocentes en aras de su venganza y lo justificará de esa misma manera: cada muerte es un peldaño hacia su objetivo y éste es honorable. Que les den por culo a todos, que la misión de Prometeo es la más alta, aunque sólo sea venganza disfrazada de liberación.

He vuelto a adelantarme. Prometeo se une a Pandora, la diosa les concede el don de reproducirse de forma natural, tienen una fantástica relación abierta en la que pueden satisfacerse con quien sea en tanto se sigan profesando amor mutuo y continúan las batallas que los griegos contemplan desde lejos por mediación de sus dioses. Uno de esos enemigos influirá en Prometeo de una manera que no voy a desvelar. Lo que los mortales no saben es que, a pesar de sus ardides, los dioses lo saben todo, lo ven todo, y por tanto su caída en desgracia está próxima y será terrible. Creo que no voy a contar nada más sobre la trama a riesgo de estropear la diversión, así que sólo apuntaré que cuando Prometeo es expulsado de la vida que conoce se topa con alguien que le dice "nos llevamos los rescoldos de su lumbre para poder encender fuego en nuestra propia cocina", alusión demasiado descarada al mito del que el protagonista toma el nombre.

En esa nueva vida, Prometeo se prepara para la lucha a través de un juego que sirve también para evaluarlo. Salvando las distancias, me recordó muchísimo al juego en la Escuela de Batalla de El juego de Ender, ya que a través de él estudiaban al muchacho, sus aptitudes y su manera de pensar. También en el tratamiento de la inmortalidad me acordé de ciertos aspectos de la saga Pórtico, de Frederick Pohl. 

Sea como sea, todos estos elementos están bien urdidos: el planteamiento es lo bastante original, abundan las escenas de acción, los escenarios son diversos. Hay una historia de amor tan perfecta como el protagonista, pero se disculpa porque ha de ser el acicate que lo empuje a través de muchas páginas. Están la inmortalidad, la fe, las posibilidades de la tecnología, la cuestión de la verdadera naturaleza humana, suficientes temas como para no quedarse sólo en la tecnología y en la batalla. Hay distintas facciones con distintos fines, tantos que todo apunta a que podría haber una segunda parte en la que reaparezcan antiguos enemigos o incluso alguno nuevo... No obstante, el propio autor indica en los agradecimientos que "a veces, la conexión no se da" y ése ha sido mi caso. Reconozco los logros de la obra, pero no he sabido empatizar con ella. Las muertes más terribles y significativas me han dejado indiferente, no he sabido entrar en la dinámica de la batalla y, aunque siento curiosidad por su posible continuación, tampoco es que esté impaciente por leerla. Llevo una temporada un tanto apática y me cuesta que una obra me toque, pero eso obviamente es cosa mía. Los dioses muertos es una distracción maravillosa con independencia de mi frialdad.


11.8.21

No sé, a lo mejor soy una tía rara

Las devoradoras, de Lara Williams, fue elegido por The Guardian como uno los mejores libros de 2019, calificándolo de «club de lucha feminista». En la web de la editorial puede leerse, tal cual, en mayúsculas, "LIBRO DEL AÑO PARA VOGUE, THE GUARDIAN, TIME", así que me lo he tenido que pensar mucho antes de manifestar mi opinión (insisto, mi opinión, subjetiva y personal) porque qué clase de lerda soy yo para llevar la contraria a la gente que sabe. No obstante, tras el chasco con El baile de las locas ya debería estar prevenida contra ciertos alegatos feministas.

Por si alguien no lo sabe, soy una mujer de mediana edad. No sé si llego a estar obesa, no he calculado mi índice de masa corporal, pero desde luego que me sobran kilos y la talla 44 me aprieta lo suficiente como para pensar que quizá la mía sea la 46. Si dijera que sólo me he maquillado tres veces en mi vida (para tres bodas) mentiría, porque fue mi madre quien me aplicó los productos pertinentes. El único papel que he firmado con mi pareja es el contrato de alquiler del piso. No me gustan los niños, que luego crecen y se convierten en personas adultas que tampoco me gustan, así que la maternidad es un tema que no me interesa en ninguno de sus aspectos. Podría dar aún más detalles, pero supongo que os haréis una idea del tipo de mujer que soy, bastante alejada de ciertos ideales de femineidad.

He aquí que de un tiempo a esta parte me encuentro muchos alegatos a favor de la lectura de autoras, porque quién va a comprender mejor la psique femenina que otra mujer, con tanta profundidad, tanta cercanía. Yo trabajo rodeada de mujeres y tenemos personalidades y circunstancias tan distintas que yo no atino a adivinar siquiera qué se les pasa por la cabeza a la mitad de ellas, así que no termino de entender por qué sólo otra mujer puede crear una literatura que me hable. Ojo, que Margaret Atwood, Connie Willis, Lois McMaster Bujold, Ursula K Le Guin, Robin Hobb y otras muchas autoras me han llevado donde han querido, pero si conocéis sus nombres sabréis que no es la psicología de sus personajes femeninos lo que me ha apasionado. Las razones que se esgrimen a favor de la lectura de autoras no me convencen en absoluto. Cada cual es un mundo y, francamente, creo que el mío no está determinado por mi condición de mujer y que precisamente en eso consiste el feminismo.

Yo quería, sin embargo, hablar (mal) de Las devoradoras, así que vayamos al asunto. Según la sinopsis, "Esta es la historia de un hambre que no se va. Y de Roberta, que vive intentando ocupar el mínimo espacio posible. A sus treinta años está atrapada en un trabajo sin sentido. Un día conoce a Stevie, una mujer libre y peligrosa. Se hacen amigas, se van a vivir juntas. Luego crean el Supper Club: un colectivo de mujeres cansadas de que les digan que tienen que hablar menos, comer menos, ser menos. Pero cuanto más popular y subversivo se vuelve ese club, más obligada se ve Roberta a reconciliarse con la vulnerabilidad de su propio cuerpo (y con ese pasado que se esfuerza tanto en reprimir). Las devoradoras habla sobre el hambre de vivir. Sobre crecer y encontrar tu lugar en el mundo.". Como gorda verbosa que soy, no tengo nada que objetar a ese planteamiento. Pero.

Partamos de que Roberta vive en un ambiente eminentemente femenino, porque su padre abandonó el hogar muy pronto. Hasta la mascota es hembra. Roberta va desgranando su pasado poco a poco, entre los avatares vividos con su club gastronómico, así que aún habremos de ser testigos de sucesos aún más traumáticos, pero debemos ser conscientes de que la protagonista parte desde el primer minuto con unas condiciones nada favorables: su padre se largó, ella no es precisamente el alma de la fiesta, le cuesta hacer amigos, es tímida, introvertida, insegura hasta tal punto de no ser capaz de pedir en una cafetería y, sobre todo, tremendamente dependiente. Esa necesidad de aceptación queda bastante clara en sus relaciones con los hombres, pero también en su relación con Stevie. Esa maravillosa mujer fuerte resultará finalmente ser una de esas amigas absorbentes que ven como una traición que puedas hacer planes de vida sin ella o que no la secundes en los suyos, pero de esto me ocuparé más adelante.

Roberta ama la cocina, pero tiene una relación un tanto tormentosa con la comida. Hay muchas páginas dedicadas a la elaboración de pan o de diversos platos (tienen mucha lógica en este contexto pero yo, que odio cocinar, me aburrí bastante) y no se olvidará detallar el menú cada vez que haya una escena en un bar o restaurante. Conoce a Stevie, una artista en dique seco, intiman de tal manera que se van a vivir juntas y crean un club gastronómico con otras mujeres rotas: deciden que la mejor manera de conquistar su lugar en el mundo es ocuparlo físicamente. Me parecería una iniciativa maravillosa si esos festines no estuvieran aderezados con alcohol y drogas: queda muy bonito decir que te estás ganando tu espacio a base de ocuparlo con grasa, que estás llenando tu vacío con kilos de comida, pero a la hora del festejo estás utilizando vías de evasión de la realidad normales y corrientes. Sentirse liberada con psicotrópicos y vandalismo parece más propio de una crisis de la mediana edad que se combate con comportamiento adolescente que una forma de reafirmarse. Oh, pero que no se dude de que son transgesoras, que la materia prima para las fiestas la obtienen de la basura. Por un lado el crear algo exquisito a partir de unos ingredientes que no has podido elegir debe ser muy satisfactorio, una prueba de tus habilidades y capacidad, pero yo lo enfoco por el lado contrario: quieres empoderarte y empiezas por aceptar los desechos de los demás en lugar de elegir tú misma.

Sea como sea, son mujeres que se reúnen y se divierten. La pregunta que hay que contestar para ingresar en el club es "¿Cuál es tu mayor miedo?" y es así como sabremos la historia de muchas de sus miembros. Todas han resultado lastimadas de un modo u otro: una agresión aparentemente aleatoria, un aborto, dejarse arrastrar por alguien más que te lleva a un lugar donde no te apetece estar. 

Más gorda, más contenta ahora que tiene un propósito y gente con quien llevarlo a cabo, Roberta se empareja. También ha recuperado el contacto con su padre y se plantea encontrarse con él. No nos engañemos, que The Guardian ha descrito esta obra como "el club de la lucha feminista" y por tanto no hay redención posible para los hombres de la vida de Roberta. Puede perdonar a su amiga Stevie que le exija devoción absoluta, pero a la hora de discutir con su pareja no hay negociación posible. Me resultó muy curioso que Roberta manifieste algunos reparos ante algunas iniciativas del club, pero ceda siempre; con su pareja, sin embargo, parece que o la acepta por entero o puede largarse por donde ha venido. Dado que es un personaje con tanta necesidad de aceptación, me chocó muchísimo que sólo precise la de otras mujeres y no la de su propio compañero. Francamente, hay que ser una misma, sí, pero creo que una convivencia sin roces durante mucho tiempo es un mirlo blanco y que parte de la pareja es aceptar ciertas manías y lidiar con algunos encontronazos. La gestión de conflictos también es parte del crecimiento y la madurez, ¿no? Tampoco el padre sale bien parado: es una novela de mujeres, no hay ni una concesión al heteropatriarcado.

Honestamente, yo no he encontrado el manifiesto feminista y la reivindicación del lugar en el mundo en ninguna parte. Yo pago la ansiedad con la comida, tengo un trabajo de mierda y sé positivamente que la única huella que voy a dejar en el mundo es la de carbono. Supongo que se debe a que mi necesidad de un psicólogo no es tan grande como la de alguien tan herido como Roberta y por tanto no puedo entender su revolución.

Otro día hablamos de El baile de las locas y cómo afirmar que ves muertos es la manera más rápida de acabar en un manicomio sin que el machismo tenga nada que ver.

...

7.8.21

Muerte solo hay una y habla con mayúsculas

Como ya comenté, se murió uno de mis perros. Las fases del duelo siguen su curso, pero parece que esta pérdida ha dado aún más relieve a otros asuntos que trataba de sobrellevar (la migraña, el trabajo, cuestiones diversas) y, honestamente, no estaba en la mejor disposición cuando leí Su muerte, gracias, de Abel Amutxategi, a pesar de que elegí esta lectura con el propósito de animarme.

A Samuel lo ha enchufado su futuro suegro en su empresa, que se encarga de facilitar el suicidio a aquellos que desean abandonar esta vida por cualquier motivo (aunque sea desairar a los herederos). Empujar a la muerte a los clientes pesa en la conciencia de Samuel, así que su productividad es nula. Su novia pretende que pida su mano, su suegro prefiere despedirlo y la única clienta que podría sacarlo de apuros es una anciana de ideas fijas, que decide no quedarse muerta y aun así reclama que no se han cumplido los términos del contrato. Sumemos a los compañeros de trabajo de Samuel, una mujer despampanante cuya inclinación por lo escatológico hace que adore su labor y un friki con unas tendencias obsesivas que no pueden dejar indiferente a nadie que tenga conocimiento de ellas, y tenemos un planteamiento bastante prometedor. ¿Cuál es el problema pues? Básicamente, que la Muerte es un personaje de la obra y que hay notas a pie de página.

Habrá quien piense "¿Que la Muerte es un personaje y que hay notas a pie de página son tus objeciones a la novela? ¡Qué ridiculez!", pero no sé dónde encontré que "Somos lo que leemos": da la casualidad de que yo soy lectora de Terry Pratchett y las comparaciones son odiosas. No recuerdo en qué novela se afirmaba que la Muerte (que en las obras de Discworld se identifica fácilmente porque habla con mayúsculas) odiaba que la retasen a una partida de ajedrez porque nunca recordaba cómo se movía el caballo; en otra se describe la biblioteca de la Muerte inundada por el sonido de la arena al caer de infinitos relojes de arena; y en Dioses menores se abandona al villano de la historia en un desierto infinito. Cierto es que en Su muerte, gracias, se incide muchísimo en la idea de que la Muerte está estudiando con ahínco para mejorar su juego, aunque cualquier humano que se le cruce es Kaspárov; que en medio del desierto el autor incluye una cabaña en la que el muerto encontrará el Más Allá; y que se da un uso a la arena que yo no recuerdo en la obra de Pratchett, pero ya se me aparecían gastadas todas las gracias. Sumemos a que Pratchett es un artista de las notas a pie de página y es comprensible que yo emprendiese esta lectura con un fardo muy pesado a mis espaldas. ¡Incluso aparece una tortuga gigante en una escena, aunque no sea tan grande como para portar a los cuatro elefantes que sujetan el mundo en sus espaldas!

Las comparaciones son odiosas.

Lo mejor es que no sé si este hombre conoce si quiera la serie de Discworld. Tal vez sí la conoce y esta obra es un tremendo homenaje. Es lo primero suyo que leo y no sé nada sobre su persona, su trayectoria o sus referencias, pero las que yo tenían han pesado mucho.

No todo es negativo, he de reconocer que la iniciativa empresarial y las distintas formas de captar clientes y ramificar el servicio son originales. Hay situaciones que muy propias de comedia, con el protagonista afrontando dificultades que le impiden acudir a las citas con su pareja y enredos varios. La novela es muy ligera, divertida en alguna ocasión, hay que reconocer que se lee muy bien. Sencillamente, no era para mí.



4.8.21

Comprar un libro por el título

Me propuse escribir una entrada en este blog para cada libro que leyera, pero la muerte de mi perro me ha apartado del teclado y de los libros. Quien ha tenido perro y lo ha querido entenderá a qué me refiero; no merece la pena intentar explicárselo a quien no. Sea como sea, han sido unos días bastante agotadores y he necesitado asimilar bastantes cosas (yo firmé la autorización para la eutanasia: es mi primera sentencia de muerte), así que me apetecía más redactar una elegía por el animal sacrificado que mis experiencias con los libros. Me he contenido, tenéis suerte.

Encargué Tango satánico en la librería Botica de Lectores sólo porque vi una publicación en el perfil de Acantilado con la foto de la portada y no podía resistirme a un título así. Es muy infantil por mi parte, pero sonaba como Posesión infernal. Tenía que ver qué clase de libro llevaba semejante título. Obviamente no era nada de lo que yo esperaba y durante la lectura no dejaba de pensar que debo evitar dejarme llevar por estos impulsos pero, para mi sorpresa, cuando lo terminé y pude reflexionar sobre lo leído resulta que es impresionante.

Estamos en Hungría, en una cooperativa agrícola abandonada en la que aún subsisten el director de la escuela (desposeído de su título), el médico, un par de prostitutas que ejercen en el molino y distintos trabajadores que ahogan su hastío en una fonda perennemente cubierta de telarañas a pesar de los esfuerzos del dueño. Esta imagen de las telarañas es bastante ilustrativa, porque todos estos personajes están embrutecidos por la rutina y la desesperanza. Desean huir, pero les falta iniciativa. Salir de allí y morir de hambre en otra parte no es una perspectiva halagüeña y necesitan un impulso que rompa esa inercia. Necesitan a Irimiás, quien supuestamente murió años atrás. No obstante, alguien les ha dicho que ha vuelto y se reúnen en la fonda para esperarlo. Anhelan su guía para romper con todo lo que conocen y cambiar.

El ambiente es opresivo. Lluvia, barro, las telarañas de la fonda, toda la ambientación es deprimente. Sin más distracción que un proyector en el que ver la misma película cada sábado, los trabajadores son zafios y bastos. No reprimen sus deseos ni su violencia, aún más intensos ahora que una oportunidad de cambio está al alcance de la mano. Es tremendo cómo, una vez atisban una salida, se lanzan de cabeza hacia ella e incluso queman puentes tras de sí, para que no haya vuelta atrás. Sólo el médico, metódico cronista de la vida en la cooperativa, queda en su puesto.

La obra está escrita en dos partes: la primera numera los capítulos del uno al seis y la segunda lo hace en forma decreciente, del seis al uno. Esto puede parecer una extravagancia, pero en atención al final es harto significativo (y lo escribo sin ánimo de spoilear). Otra característica es que no hay ni un solo punto y aparte en cada capítulo. El autor te va llevando de la mano por la acción sin necesidad de pausas abruptas, de forma natural, aunque avance a través de hechos terribles o perturbadores (el asesinato de un gato, la muerte de una niña). Es una forma de escribir que puede resultar un tanto angustiosa, pero dada la naturaleza del relato es la apropiada: como no he dejado de decir desde que empecé, la comunidad se siente encerrada, condenada a repetir sus días, sin alicientes, de modo que la claustrofobia y que no se conceda ni un solo descanso al lector, como no se concede a los personajes, son perfectos para reflejar el ambiente en que se suceden los hechos.

Hay una rutina y hay una liberación (o no), pero Tango satánico contiene mucho más que personajes estrafalarios, humanos que lentamente han ido perdiendo su condición de tales. Hay ciertas reflexiones sobre la religión como una solución para la necesidad de trascendencia, aunque la existencia de esa necesidad no implica que realmente haya un propósito, una misión, un objetivo, un alma que justifique el ansia de inmortalidad. Irimiás no aprecia a estos congéneres a los que arrastra tras de sí, pero no les dedica ese discurso nihilista precisamente porque ellos lo han elegido como esa motivación que les falta. 

No estoy muy inspirada y por tanto no sé expresar la profunda desazón que me ha comunicado esta lectura. La suciedad, la zafiedad, el nihilismo, la desesperanza, los instintos, todo es triste y no hay salida. Es fácil dejarse atrapar por esa ambientación y conseguirla es un gran mérito del autor, que consigue con el final de la novela acrecentar aún más la sensación de que no hay escapatoria posible.

10.7.21

Epatada

Una persona a la que aprecio mucho y que es bastante más mística que yo leyó una de estas parrafadas mías y me dijo que mi estilo era periodístico, racional, que yo no escribo "con las tripas". No tengo ningún problema en admitir que soy incapaz de transmitir emociones o crear un ambiente que induzca un ánimo determinado, porque carezco del dominio del lenguaje requerido. No tengo talento, tampoco, por eso cuando leo algo como El nombre del mundo es Bosque, de Ursula K. Le Guin se me despierta un anhelo que ya he manifestado con otra autora: ¡yo quiero escribir así!. Desgraciadamente, de donde no hay no se puede sacar y por tanto no sé si podré comunicaros mi entusiasmo sin recurrir al spoiler. 

El primer personaje el que conocemos es al capitán Davidson, un caucásico supremacista, racista, machista, abusón, que se encuentra en el planeta Atshe para convertirlo en la colonia Nueva Tahití. En la Tierra no quedan árboles, de modo que la madera es una materia prima muy preciada y los primeros en instalarse en el planeta han sido los hacheros. La idea original era dejar algunos ejemplares para evitar la erosión del suelo y que la siguiente oleada de colonos estuviera compuesta de agricultores que aprovechasen las nuevas superficies disponibles, pero Davidson desprecia a los científicos y conservacionistas y esa parte del plan no ha salido tan bien como debiera. Para ayudarles en su tarea han utilizado el eufemismo de "servicio voluntario" y han esclavizado a los athsianos, a quienes llaman despectivamente "crichis", los humanoides oriundos del planeta. Apenas levantan medio metro del suelo y están recubiertos de pelaje verde, pero son inteligenes y han desarrollado una cultura y una sociedad.  Estamos a muchos años en el futuro, pero el concepto del colonialismo no ha cambiado lo más mínimo.

La autora propone que la evolución sigue los mismos caminos en todos los planetas, de modo que en Atshe animales y plantas presentan grandes similitudes con los terrestres y por tanto los "exvis", que es como la legislación denomina a los nativos, son análogos a los humanos y deben gozar de la protección correspondiente. Sin embargo, los terrestres desprecian profundamente a los crichis, fuerzan a sus hembras, los explotan y, salvo los antropólogos, nadie se ha preocupado mucho en conocer su cultura y costumbres. Puesto que es una especie pacífica que no ha opuesto ningún tipo de resistencia, no merecen más consideración que otros animales. Como decía, el colonialismo del futuro es el mismo que el del Imperio Británico o cualquier otro: aquí llegamos nosotros, superiores, con la cultura correcta y un aprovechamiento de recursos del que vosotros sois incapaces.

Los atshianos son incapaces de cualquier tipo de violencia porque en su cultura no existe la muerte. Ellos diferencian entre el tiempo-mundo (lo que para nosotros sería la realidad) y el tiempo-sueño, propio de los machos de la especie, una especie de sueño lúcido donde pueden encontrarse con sus muertos. En su lenguaje, tal y como anticipa el título del libro, la palabra que designa al mundo también significa bosque. Viven en pequeñas comunidades dirigidas por las hembras, tan aisladas entre sí que hay importantes variaciones en el idioma de unas a otras. Sus casas apenas sobresalen del suelo, de modo que los asentamientos son difíciles de detectar desde el aire, tan integrados están en la vegetación que les rodea. Cuando la destrucción de su entorno avanza, entonces surge un dios.

Selver es un crichi que ha tenido la suerte de ser adjudicado a un antropólogo, Lyubov, un "yumano" que se ha preocupado de aprender su idioma, de intentar experimentar el tiempo-sueño, de ser su amigo. Mantienen a su esposa apartado de él, pero Lyubov procura que puedan encontrarse. Cuando ella volvía de uno de esos encuentros, Davidson, nuestro amigo del primer capítulo, la viola de tal manera que la hembra athsiana muere y Selver descubre el deseo de venganza. Davidson se deshace casi con facilidad del humanoide de medio metro cubierto de pelaje verde, pero él ya conocía el odio y no cuenta. Es Selver quien ahora sabe qué es la violencia y es consciente de que puede matar. En una sociedad para la que la muerte no existe, no tenía sentido matar a nadie, pero en el caso de los humanos es algo permanente que se les puede infligir. Podría ser satisfactorio. Interfiere en el sueño, tan importante para los atshianos, pero Selver parte en busca de los suyos para divulgar este nuevo conocimiento. Ahora es un dios.

Curiosamente, los conceptos de dios y traductor se sirven de la misma palabra en el idioma de los crichis. Selver es un dios y también es el único capaz de comunicarse con los humanos. Otro detalle maravilloso y significativo, de gran importancia en la resolución del conflicto entre especies.

Los humanos tienen armas mucho más poderosas, pero son dos mil quinientos frente a tres millones de crichis que pueden mimetizarse con el bosque. La efectividad de la guerra de guerrillas está más que demostrada a lo largo de la historia humana. Podríamos estar tentados de alinearnos con los de nuestra especie por algún instinto atávico, pero ahí está Davidson para demostrarnos que, a pesar de Lyubov, de los que sólo están allí para hacer su trabajo y ganarse la vida, los humanos no tienen por qué ser los buenos ante un ataque alienígena. Es tremendo el grado de locura, devastación, violencia y muerte que llega a desplegarse en tan pocas páginas, pero lugar de sentirme desolada me sentía muy triste. Selver sabe que está liberando a los suyos, pero ese don de la muerte que le han traído los humanos es tan contrario a su naturaleza que está roto. No sólo él, sino que esa capacidad para infligir daño se está extendiendo entre los suyos. Ahora tienen un enemigo común al que eliminar pero ¿qué pasará después? Es la reflexión última.

En la contraportada del libro se habla de "la visión ecológica" de Le Guin. Yo no lo he enfocado así, me he centrado en la anulación de una cultura ajena para imponer la propia, sin hacer ningún esfuerzo por integrar o asimilar. Los humanos saben que los crichis son inteligentes. Sus propias leyes los equiparan a ellos, pero no hacen ningún esfuerzo por comprender su cultura o por acercarse a ellos sin imponerse. No hace mucho leí el Memorial de los libros naufragados, sobre Hernando Colón, y se reflexionaba sobre cómo se presenta la cultura indígena en los escritos de la época: se comienza por la cosmogonía, porque al ridiculizar la concepción del nacimiento del mundo y de los dioses frente al Dios cristiano, europeo, se daba paso a menospreciar a toda la sociedad derivada de esas creencias. En este caso es exactamente lo mismo. Suelo ser de las que en las novelas históricas se ponen de parte del Imperio Romano y de Hernán Cortés por ese impulso absurdo de considerarlos "los míos", pero al estar en un tiempo lejano, en unas tierras aún más lejanas, con un personaje tan loco y tan desagradable como Davidson (es fácil odiarlo), me ha resultado mucho más fácil distinguir quiénes son los explotados, los invadidos, los desplazados. El mero hecho de integrar o asimilar ya supone un cambio, tal vez un daño y una pérdida.

Ojalá supiera haceros ver cómo la tremenda pena de Selver se contagia, mucho más que su odio. La locura de Davidson repele, resulta sorprendente tanta inquina, pero (para mí) el sentimiento predominante es el de tristeza, de un espíritu roto que hace lo que debe hacer y sabe que no va a sanar. Todo esto narrado de una manera muy natural, que es lo que yo envidio profundamente: sin recurrir a metáforas ni palabras grandilocuentes, el término exacto en el lugar exacto, sin perderse en digresiones o largas descripciones. Si supiera escribir, querría escribir así.

7.7.21

Y yo, sutil como un papel de lija

Se podría decir que algún momento de mi vida he sido una friki. La ciencia ficción y la fantasía me siguen gustando, pero durante muchos años jugué al rol (echo tanto de menos aquellos fines de semana de comida china y dados) y tuve una fase otaku (sí, monté mi propio fansub con un amigo, fui correctora en otro, asistí un par de años al Salón del Manga de Barcelona...), pero mi pasión por la cultura japonesa no me llevó a interesarme demasiado por su literatura. 

He leído a Murakami y a Mishima, claro, pero casi por casualidad. También fue fortuito que Mi marido es de otra especie, de Yukiko Motoya, cayese en mis manos. Hablo de memoria, que no la tengo muy buena y creo necesario aclararlo. La impresión que me dejó el libro de Motoya fue que el subtexto y yo somos incompatibles. La prosa me pareció casi aséptica, pero la concisión establecía un ritmo hipnótico. No había ni una palabra que sobrase, pero se estaban contando muchas cosas que yo no percibía. La protagonista se sentaba junto a una anciana en una zona común de su bloque y apenas cruzaban tres frases, pero ahí debían pasar grandes cosas que yo no sabía desentrañar. Había corrientes de significado entre aquellos personajes. El libro me gustó muchísimo, pero sigo preguntándome qué simbolismo no supe descifrar. Algo parecido me ha ocurrido con Agujero, de Hiroko Oyamada.

Hay cosas que no he sabido descifrar, pero hay otros temas que sí se desarrollan con toda claridad. En mis tiempos de otaku me interesé por la cultura japonesa y descubrí que, por muy evocador que resulte ir a ver la floración en los cerezos, lo encantador que parezca vestir una yukata para un festival, la elegancia de las fortalezas y un largo etcétera de atractivos, la sociedad japonesa es bastante rígida y exigente. Ya desde muy niños los presionan para que vayan a una buena universidad, para que ingresen en una empresa de prestigio y, si eres mujer, debes hacer un buen matrimonio y tener hijos. Se suele decir que todas las generalizaciones son malas, incluida ésta, pero sí es algo que aparece muy explícitamente desarrollado en las primeras páginas de Agujeros. La protagonista (Asahi) habla con una compañera de trabajo sobre su situación, sobre sus aspiraciones, sobre los planes de futuro ahora que ella abandona el puesto para irse a vivir al campo con su marido, ya que a él lo han trasladado. Por un lado está el embrutecimiento de la labor repetitiva, de las horas extras para conseguir unos ingresos que no son suficientes, de la rutina ineludible (ay, qué cercano me resulta, aunque yo no haga obras extras); por otro, ahora que va a ser ama de casa ya no tiene excusa para no ser madre. La compañera ansía una situación más estable para tener hijos. Es lo correcto y adecuado en una mujer productiva.

Otra alusión a la situación de la mujer en Japón es la suegra. Al marido de Asahi lo han destinado cerca del lugar donde viven sus padres, que les han ofrecido la casa vecina (que les pertenece) sin cobrarles alquiler. Ese ahorro permitirá que ella pueda tomarse con tranquilidad la búsqueda de un nuevo empleo, quizá no lo necesite, pero ya en la primera aparición de la suegra queda establecida la jerarquía entre las dos: es la madre del marido quien dirige a los operarios de la mudanza a la hora de distribuir los muebles. Incluso trae a su nuera unas zapatillas (es tradición y una cuestión higiénica no entrar en casa con los zapatos que traen la suciedad de la calle). De repente, Asahi ya no es Asahi, es "la nuera". Puede que la suegra no haga sentir el peso de su autoridad en muchas más ocasiones, pero sí se comenta la relación con la abuela, fallecida, cómo hubo de cuidarla sin dejar nunca de trabajar ni de preocuparse por la crianza de su hijo. El tema de la nuera como mujer que deja de pertenecer a su propia familia para integrarse como pertenencia y fuerza de trabajo en la familia del marido puede resultar un arcaísmo, pero aquí se apunta, hay resabios de que no ha transcurrido tanto tiempo de aquello.

Esta sensación se refuerza aún más no sólo por un episodio que referiré a continuación, sino por la propia rutina que adquiere la protagonista: no lee porque no quiere gastar dinero en libros, no pone el aire acondicionado para que no suba la factura de la luz, empieza a cocinar de manera saludable. No se siente merecedora de ningún lujo, porque no trabaja para ganárselo. Es un ama de casa, una mantenida a los ojos de los demás. Quién sabe, quizá debería plantearse la maternidad.

Una mañana que su suegra le pide que vaya a hacer un pago que ella ha olvidado efectuar (no la envía a una sucursal de banco, sino a un konbini), Asahi marcha a través de un paraje natural, cercano a un río, y ve a un animal negro que la precede. No puede verlo bien. No es un perro, no es un tanuki, no es nada que se pueda clasificar en una especie concreta. Intrigada, lo sigue y cae en un agujero. La analogía con Alicia es tan evidente que un poco más adelante otro personaje bromeará sobre eso. Salvo que Anahi no cae y cae hasta un nuevo mundo: si el agujero ha sido un portal que la ha conectado con otra realidad, no es tan literal. Una vecina la ayuda a salir del atolladero y en ese momento es cuando se da cuenta de que es "la nuera", que en cierto modo no tiene identidad propia.

Cuando al fin va a hacer el pago, descubre que la suegra no le ha dado la cantidad precisa. Ella pone la diferencia, pero la suegra nunca se lo devuelve. Soy un tipo de persona que no hubiera aguantado esa situación, pero Anahi piensa que no les están cobrando el alquiler y calla. Es sorprendente todo lo que calla Anahi. Las descripciones de sus veladas con el marido revelan a un hombre que tiene una vida fuera de casa, con su trabajo y sus amigos, y la mantiene a través de teléfono móvil el poco tiempo que pasa con su esposa. Si hay comunicación o afecto, no los vemos. No parece que tengan nada que decirse.

A partir de aquí, lo real y lo onírico, o irreal, u ocurrido en una dimensión paralela a la que se accede por callejones estrechos y agujeros, se intercalan. Si lo pienso bien, puede que sí, que siempre haya un agujero en el que meterse o un pasaje angosto que refleje ese tránsito, pero yo no supe distinguir qué había sido real y qué no hasta el final de este primer cuento o novela corta. Ayuda mucho el tipo de prosa, que es del estilo que comenté en el segundo párrafo de esta publicación: hay descripciones, hay adjetivos, pero no hay largos párrafos de tremendas oraciones con muchas subordinaciones. Se utilizan las palabras precisas, no hay nada accesorio, ni siquiera en las partes más descriptivas. Es un lenguaje eficaz, una prosa sucinta pero a la vez muy evocadora, precisamente por todo lo que no cuenta. El famoso subtexto, que jamás he tenido la sutileza suficiente para percibir e interpretar. Además, esta manera de narrar imprime a la lectura un ritmo hipnótico, una cierta cadencia maravillosa que acentúa aún más esa sensación de que hay muchos otros sentidos ocultos que se me escapan.

Asahi encuentra niños, ancianos, familiares y un animal fantástico y nos lo cuenta de una manera que te atrapa. No quiero destripar el final a nadie, así que me voy a reservar mis conclusiones que seguramente sean equivocadas. Como no tengo ninguna sutileza, tampoco sé si he captado suficientemente bien todos los detalles como para haber comprendido lo que se me quería contar.

Los dos cuentos que completan el volumen son mucho más cortos. En esta ocasión los protagonistas son un hombre y su esposa, cuyos nombres o no se mencionan nunca o se hace con tan poca frecuencia que no llegué a retenerlos, y una pareja de amigos, estos caracterizados con mucho más detalle (sí tienen nombre, para empezar). Ambos relatos vuelven a introducir animales en su desarrollo, aunque esta vez son de especies reconocibles (comadrejas y peces), y giran en torno a la maternidad de una manera un tanto oscura para mí. El deseo de ser madre es evidente, el protagonista deja bien claro que su esposa programa los encuentros sexuales y considera la temperatura basal, pero el episodio de la comadreja como madre protectora, luchadora, agresiva, no terminé de encajarlo bien en el contexto del relato. Lo dicho, no tengo ningún tipo de sutileza y no sabía qué representaba el animal en una casa donde vive una pareja sin hijos a la que visita otra pareja que tampoco los tiene. La forma de narrar sigue siendo maravillosa, pero mi perplejidad fue mayor.

En el segundo relato ya hay un bebé. Creí inferir que hay cierta angustia sobre la responsabilidad de la crianza, la preocupación constante por la salud del bebé a tu cargo... Seamos sinceros, no creí inferirlo, sino que el protagonista tiene una pesadilla en la que siente un peso tremendo y una opresión en el pecho, pero también hay un comportamiento extraño en la madre respecto a la criatura y en la esposa que no supe interpretar. Como ya he dicho, había unos flujos entre los personajes que yo no sabía de dónde venían y dónde me debían llevar.

Imagino que soy demasiado literal para sacar todo el provecho que podría de este tipo de lecturas, pero sólo por la sensación que transmite la prosa (supongo que eso es mérito de la traductora) ya merece la pena. Deja una sensación inefable de maravilla y magia.