3.8.08

Leídos por compromiso (I): El eterno regreso a casa

Supongo que la palabra "compromiso" he de emplearla aquí con algún matiz, dado que yo misma elegí el título: una amiga me preguntó si quería colaborar en Sedice, una web donde ella escribe reseñas sobre libros, y cuando acepté y me admitieron éste era el título disponible que más me llamó la atención. No es que yo sea una incondicional de la autora, Ursula K. Le Guin, pero leí con fascinación cuatro de los libros de Terramar hace varios años, he encontrado muchos relatos suyos en diferentes recopilaciones de ciencia ficción y fantasía y disfruté muchísimo con Cuatro caminos hacia el perdón, así que estaba interesada en seguir leyendo su obra y por tanto elegí El eterno regreso a casa sin que me arredrasen sus setecientas sesenta y siete páginas ni el que fuera un tratado de antropología inventada. Más miedo me da escribir una reseña objetiva en un sitio serio, estando como estoy habituada a contar mis experiencias personales y mis impresiones y no a emitir juicios serios y razonados (es más, en esa página parece que la gente sabe de lo que habla y yo soy lega en la materia literaria a pesar de haber leído cuanta fantasía y ciencia ficción han caído en mis manos).

Como decía, me enviaron un ejemplar promocional de esta obra para que la leyera y comentara. Cuando solicité hacerme cargo de reseñarla, no estaba preparada para lo que iba a recibir, ¡es un volumen hermosísimo! Es inmenso, nada cómodo para leer en la cama, en el autobús o en la playa, porque es tan voluminoso que las muñecas (si lo coges en peso) o el esternón (si te lo apoyas en el pecho) sufren las consecuencias de la ausencia de una mesa u otra superficie en que depositarlo durante la lectura, pero a cambio es impresionante: tapa dura con sobrecubierta, la parte interior de la tapa ilustrada, gran profusión de mapas, croquis, dibujos e ilustraciones en el interior... Además, el tamaño de la letra es adecuado, casi diría que grande, de modo que las páginas no se ven abarrotadas de texto y por tanto la lectura no se hace cuesta arriba (a veces, la letra pequeña me hace pensar que tengo demasiado aún por leer y consigue que la obra se me haga más larga; es subjetivo, pero es algo que me ocurre en ocasiones). Sólo eché de menos un punto de lectura de tela. No sólo porque ese tipo de edición suele incluirlo y casi lo pide a gritos para redondear una presentación perfecta, sino porque las notas de traducción u observaciones de la autora no están a pie de página, sino al final del capítulo, y el glosario se encuentra al final, de modo que resulta incómodo ir pasando páginas para buscar las aclaraciones y no estaría de más poderlas señalar con el punto para evitar interrupciones.

Por tanto, la primera impresión fue muy favorable. Es literalmente un libro muy bonito, si nos atenemos a lo físico, de modo que afronté la lectura con placer. Además, tras una breve introducción en que la autora anuncia que reserva la parte árida para el final, por si alguien quiere obviarla, y un par de páginas en las que la antropóloga protagonista nos habla de la arqueología y de la búsqueda de los kesh (la civilización sobre la que versa la obra), El eterno regreso a casa comienza con la primera parte del relato de Piedra Parlante y te atrapa por completo. Se trata de la historia de Piedra Parlante, una mujer kesh que tuvo contacto con otras culturas, y en esta primera parte habla con naturalidad de las wakwa, de bailar el Vino, de seguir el camino del Puma, con lo cual nos va introduciendo en los usos y costumbres de su pueblo de forma fluida y sencilla. La pega es la que ya dije, que las notas correspondientes están al final del capítulo y hay que andar avanzando y retrocediendo por el tomo, lo cual ralentiza la lectura y supone una severa interrupción, de ahí que echase de menos la presencia de un marcapáginas o de un punto de tela. No obstante, esta primera parte ya nos revela un pueblo espiritual, que basa su religión en la espiral y que por sus referencias al Oso, al Puma, al Coyote, al uso de arco y flechas, puede recordar a los indios americanos (de hecho, la civilización kesh que se describe en esta obra se sitúa en el Valle de California) y plantea suficientes interrogantes como para desear continuar con la lectura.

Sin embargo, aquí comienza la disyuntiva... A nadie se le oculta que Le Guin es una gran creadora de sociedades y mundos y en esta obra se ha permitido explayarse a gusto, salvo que El eterno regreso a casa no es una novela y la autora se ha dedicado única y exclusivamente a recrear la cultura kesh. No puedo negar que lo ha hecho perfectamente: ya dije que los kesh me recuerdan a los indios americanos y la autora ha empleado el tono narrativo adecuado para manifestar cierta mezcla de ingenuidad y misticismo, serenidad y armonía con la naturaleza, una concepción de estar fuera del tiempo y de pertenecer a un todo. Al dominio de la prosa se une el que no haya descuidado ni un solo detalle. Aunque a mí me ha costado situar esta civilización en la Historia (usan arcos y flechas, pero conocen los rifles y el tren; hay tierras contaminadas y ciudades sumergidas, lo cual hace pensar en una cultura post-hecatombe nuclear, pero a su vez la antropóloga habla con individuos de esta raza y señala sus diferencias con la filosofía imperante en la cultura actual), no puedo negar que Le Guin no ha dejado ningún detalle al azar y nos describe todos los aspectos posibles, desde las canciones que acompañan los ritos funerarios hasta el trato que recibía el ganado, pasando por las leyendas sobre la concepción del mundo, el calendario de festividades, la división de la sociedad en casas y el papel que desempeña cada una, los juegos infantiles, los instrumentos musicales, ¡todo! En ese aspecto, no deja nada al azar, ningún aspecto sin comentar, y el libro me ha parecido perfecto, completo, redondo, digno de admiración. Le Guin ha creado una civilización y en efecto lo ha hecho, la ha definido por completo.

Sin embargo, no se trata de una novela y por tanto no es una obra para leerla de corrido. Se trata de una recopilación de cuentos, canciones y mitos, salpicada de explicaciones sobre el tipo de tierra y la agricultura de subsistencia o sobre la organización social. El relato de Piedra Parlante que comentaba al principio sirve para ilustrar la existencia de otras culturas que difieren mucho de la de los kesh y es el más extenso de todos los que se pueden encontrar en este volumen, que incluye incluso las obras de teatro que representaban en determinadas ocasiones.

Como puede verse, si no he escrito todavía la reseña es porque estoy dividida entre la admiración y el aburrimiento: admiración porque realmente me parece una obra redonda, perfecta; aburrimiento porque no es en absoluto una novela, sino el retrato detallado y meticuloso de una cultura inexistente. Yo siempre he renegado del Silmarillion porque afirmo que no tiene sentido leer una Historia Universal inventada así que ¿qué sentido puede tener leer un tratado de antropología inventado? Ninguna de las dos cosas enseña nada útil y sí se hace pesado, pero no me puedo sustraer al encanto de esas ofrendas a las casas en forma de poema, de relato breve de un hecho importante de la vida del donante... Estas cosas retratan la vida de ese pueblo en su día a día, pero a su vez son demasiado cortas y por tanto se trata de una lectura fragmentaria: hasta que no se ha terminado de leer todo, no se tiene una visión completa y eso hizo que la obra se me hiciese bastante cuesta arriba. Como he dicho, no es una novela, no tiene una unidad narrativa.

En conclusión, si un libro puede ser perfecto y horrible a la vez, éste lo es. Con semejante opinión, ¿cómo me pongo a escribir una reseña en condiciones?

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