Soy muy dada a irme por las ramas. Jamás he sido capaz de centrarme en un tema cuando soy yo quien redacta, pero en determinado tipo de prosa no soporto que el autor rellene páginas y páginas que no aportan nada a la trama. Valoro los detalles en apariencia intrascendentes que sí demuestran tener relevancia a posteriori porque me gustan las historias bien construidas, pero una disertación sobre el ciclo vital de los grillos en una biografía novelada de un emperador romano suele parecerme un estorbo gratuito, por poner un ejemplo. Por tanto, cuando en un cuento de Fernán Caballero, concretamente en Simón Verde, he encontrado este párrafo, no he podido resistirme a copiarlo:
"Volvamos a la narración, puesto que nos echan en cara nuestras digresiones. ¡A narrar, a narrar! ¡Al sembrado y a sembrar patatas! Las digresiones están de más, que también en literatura hay hombres positivos. ¡Digresiones! ¡Pues no es nada! La prosa se escadaliza, la narración se indigna, el verso grita: ¡usurpación! El tiempo pide estrecha cuenta; el interés reniega de estos jaramagos parásitos y la atención dice que no quiere vagar como un papanatas, sino que quiere caminos de hierro para estar al nivel de los adelantos de la época. ¡A tus agujas, sastre!"
Sin entrar en lo proclive que es la autora a divagar y a introducir esas digresiones a las que hace referencia, la verdad es que Fernán Caballero puede que fuera la precursora del realismo español, pero su lectura no me ha satisfecho en absoluto: demasiada insistencia en que la riqueza equivale a degradación moral, vicios, envidias y ambición (como si ella misma no hubiera sido una persona acomodada y no la hubieran alojado en los Alcázares de Sevilla sus mecenas ilustres), demasiado hincapié en que la bondad reside en los humildes y se ve recompensada, demasiada mojigatería. Es más, los diálogos de los andaluces de a pie están tan salpicados de frases hechas y giros coloquiales propios de la vega del Guadalquivir que más parece un muestrario del habla local que una conversación coherente. Yo vivo en el Aljarafe y participo de ese habla, pero ensamblar todo un diálogo a base de frases hechas me parece una exageración. Dudo mucho que vuelva a leer nada de esta autora, por muy clásico de la literatura española que sea.
"Volvamos a la narración, puesto que nos echan en cara nuestras digresiones. ¡A narrar, a narrar! ¡Al sembrado y a sembrar patatas! Las digresiones están de más, que también en literatura hay hombres positivos. ¡Digresiones! ¡Pues no es nada! La prosa se escadaliza, la narración se indigna, el verso grita: ¡usurpación! El tiempo pide estrecha cuenta; el interés reniega de estos jaramagos parásitos y la atención dice que no quiere vagar como un papanatas, sino que quiere caminos de hierro para estar al nivel de los adelantos de la época. ¡A tus agujas, sastre!"
Sin entrar en lo proclive que es la autora a divagar y a introducir esas digresiones a las que hace referencia, la verdad es que Fernán Caballero puede que fuera la precursora del realismo español, pero su lectura no me ha satisfecho en absoluto: demasiada insistencia en que la riqueza equivale a degradación moral, vicios, envidias y ambición (como si ella misma no hubiera sido una persona acomodada y no la hubieran alojado en los Alcázares de Sevilla sus mecenas ilustres), demasiado hincapié en que la bondad reside en los humildes y se ve recompensada, demasiada mojigatería. Es más, los diálogos de los andaluces de a pie están tan salpicados de frases hechas y giros coloquiales propios de la vega del Guadalquivir que más parece un muestrario del habla local que una conversación coherente. Yo vivo en el Aljarafe y participo de ese habla, pero ensamblar todo un diálogo a base de frases hechas me parece una exageración. Dudo mucho que vuelva a leer nada de esta autora, por muy clásico de la literatura española que sea.
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