21.6.09

Una lectura mortal de una vida de película

Hace varios años tuve ocasión de leer A vuestros cuerpos dispersos, del recientemente fallecido Philip José Farmer y, aunque son muy numerosos y carismáticos los personajes históricos que intervienen en esa novela, sentí curiosidad por Richard F. Burton, porque se describía como alguien aventurero, inteligente, arriesgado, un personaje atractivo a más no poder ¡y sin embargo a mí no me sonaba de nada! ¿Quién era ese hombre?

Si leí la obra de Farmer a través de BookCrossing, también por ese medio me llegó la solución a mi pregunta: tras el Encuentro Nacional en Sevilla, un hombre nos donó una ingente cantidad de libros para que los liberásemos por la ciudad y entre ellos se encontraba El capitán Richard F. Burton, de Edward Rice, que me apresuré a apartar. Sin embargo, yo suelo leer en el autobús, yendo o viniendo del trabajo, así que abordar una biografía en lugar de una novela se me antojaba una pesadez y lo fui difiriendo hasta hace un par de meses.

Sí, habéis leído bien, un par de meses, porque ésta ha sido una lectura muy penosa. Comencé el libro, lo dejé, lo volví a comenzar, lo he intercalado en la lectura de novelas varias, lo he abandonado y retomado en numerosísimas ocasiones e incluso cuando al fin decidí que tenía que terminarlo he tardado dos semanas completas en leer las quinientas cincuenta y dos páginas que lo componen (en realidad son más, pero me he saltado la bibliografía y el índice por materias), porque no era capaz de leer más de veinte páginas seguidas. ¿El motivo? Sir Richard Francis Burton tuvo una vida muy plena: plena de enfermedades, de riesgos, de secretos, de mujeres, de inquietudes, con lo cual para evitar que su biografía requiera veinticinco tomos ésta se convierte en una sucesión de escenarios y nombres, con los incisos necesarios para describir la situación política en la que Burton desempeñaba su papel de diplomático, de infiltrado, de espía, de soldado o el menester que hubiera de desempeñar en aquel momento. No obstante, un libro que durante la lectura me ha parecido un soberano coñazo lo he cerrado con muchísima satisfacción, tanta que me da mucha pena que el libro, que está registrado en BookCrossing, se pierda en la selva. ¿Por qué?

Uno de los momentos de mayor alborozo en la vida del hombre, creo yo, es el momento de emprender un largo viaje hacia tierras ignotas. Desperezándose, despojándose con un poderoso esfuerzo de todas las trabas que nos impone el Hábito, el plúmbeo peso de la Rutina, el manto de tantas Cuitas y la esclavitud del Hogar, uno vuelve a sentirse de nuevo mucho más feliz. Fluye la sangre por las venas con el ritmo vivaz de la infancia... Un viaje, de hecho, atrae a la Imaginación, a la Memoria y a la Esperanza, las Tres Gracias de nuestra esencia moral.

Tras leer esta biografía, me queda la sensación de que he asistido a la narración de una vida muy plena, pero llena de contradicciones: su historia de amor con Isabel Arundell fue casi de novela, con la oposición de la familia, ella que lo aguarda pese a todo, él que huye de Inglaterra atormentado, pero en cambio se afirma que su forma favorita de aprender idiomas (dominaba veintinueve lenguas y fue autor de numerosos glosarios y gramáticas) era frecuentar a las putas; abominaba de la esclavitud, pero detestaba a los negros; se cree que era musulmán sufí convencido, pero indagó en otras religiones y recibió la extremaunción... Y esto, si sólo nos atenemos a los hechos, porque a lo largo de la obra se percibe un Burton inquieto, curioso, hedonista, crítico, un hombre sensual (y por esto me refiero a los sentidos, no sólo al aspecto sexual) y fiero, que sin embargo tomaba nota de todo lo que veía y observaba, traducía poesía, andaba a la búsqueda de la Gnosis, era sensible a las críticas y propenso a la melancolía. El Burton deprimido parece incompatible con el hombre que escribía informes sobre los lupanares; el Burton que no paraba quieto en ninguna parte no parece el mismo que tenía once mesas de trabajo y redactaba una obra diferente en cada una de ellas. Un hombre polifacético donde los haya.

Danzamos al helado filo de la Muerte, pero ¿por eso ha de estar la danza menos repleta de gozos?

Tiene Burton además esa aureola de héroe maldito que lo hace aún más atractivo. Puesto que fue agente del Imperio Británico, en su biografía no se detallan demasiado las misiones que llevó a cabo en ese servicio, por tratarse de asuntos de alta política que debían permanecer en secreto, pero sí se narra con detalle su incursión en La Meca y en otras ciudades vedadas al acceso de los hombres blancos, su exploración a la búsqueda de las fuentes del Nilo y otras muchas peripecias que lo hacían muy querido entre el público inglés. Sin embargo, contaba con muchos enemigos y a pesar de sus muchos méritos jamás pasó de ser un simple capitán, arruinado a pesar de los consulados que le concedieron. Es un personaje tan carismático que no pude evitar ponerme de su parte en cada controversia que se describe en la obra, así como apenarme profundamente tras leer cómo procedió su viuda con su toda su obra inédita.

Cómo se concilia un hombre de tanta erudición con un hombre de acción es algo que, si bien ha sido algo arduo de leer es algo que aún me sigue sorprendiendo, intrigando y despertando tanta admiración como conmiseración.

A fuer de contradictorio, Burton se supone un hombre de gran vigor y fortaleza física, pero el relato de sus aventuras es un rosario de postraciones, fiebres, caídas del caballo y dolencias varias, de tal suerte que la mayor parte de las expediciones parecen realizadas en angarillas. Curiosamente, sus compañeros no sufrían mejor suerte, de tal modo que a veces da la impresión de que son los porteadores los que tienen todo el mérito cuando una misión se lleva a cabo con éxito. La mala suerte parecía perseguirlo.

Otro aspecto que me ha llamado mucho la atención es la descripción que se hace de los musulmanes en esta biografía. Puesto que parece ser que Richard Burton fue un musulmán convencido, que participó en los ritos de los derviches hasta el punto de quedar marcado con infinitas cicatrices de espadas, ser el primer blanco en entrar en La Meca y ganarse el derecho de usar el turbante verde, tener un título que lo acreditaba como sufí y ser un prodigioso lector del Corán y narrador de historias del folclore árabe, esta obra está llena de referencias a mitos, prácticas y creencias. Aunque ya por aquel entonces el Islam estaba dividido en varias interpretaciones (¿hay alguna religión que no lo esté?), no se describe el integrismo aunque sí la fricción entre facciones y, aunque sí se mencione que la mujer ha de cubrirse el rostro y que debía respetarse un estricto sistema de castas, no se ofrece la imagen de culto machista y restrictivo que yo tengo de esa religión. De hecho, se supone que Burton era en muchos casos progresista, que sostenía el derecho de la mujer a no ser usada sexualmente, sino a ser partícipe y disfrutar del coito tanto como el hombre; que introdujo la literatura oriental erótica en Europa gracias a sus traducciones y ediciones; que estaba en contra de la esclavitud (como ya mencioné antes); alguien cuyo contacto con las culturas orientales sólo le hizo despreciar la estrechez de miras europeas, algo que hoy en día yo no soy capaz de concebir en relación al Islam. Así que, como ya he dicho, ésta es una obra llena de contradicciones...

¿El resultado de esta lectura? Unas ganas locas de leer su versión de Las mil y una noches.

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